Estas elecciones presidenciales de 2020 son diferentes a cualquiera de las anteriores y requieren medidas sin precedentes para protegerlas, para proteger a nuestra república y proteger nuestro futuro.
El grado y la escala del fraude electoral no tiene precedentes. En los estados pendulares, el presidente Donald Trump llevaba grandes ventajas en la noche de las elecciones. Luego se detuvo el conteo a altas horas de la noche y se expulsó a los observadores electorales. Y luego, cayó una enorme cantidad de votos estadísticamente imposibles, dándole a Joe Biden la ventaja.
Este patrón, el cual ocurrió solo en los estados donde Biden tenía que invertir los resultados y no había ocurrido en elecciones anteriores, señala una labor coordinada para robar las elecciones.
Esta labor probablemente implicó la manipulación del voto por parte de Dominion Voting Systems. Según una auditoría forense de sus máquinas y software en Michigan, «Dominion Voting System está diseñado intencional y deliberadamente con errores inherentes para crear fraude sistémico e influir en los resultados de las elecciones».
Además, mil declaraciones juradas dan fe de varias formas de recolección de votos e irregularidades electorales.
Hay denuncias —que necesitan confirmación— de que la influencia extranjera ha contribuido a socavar nuestras elecciones.
El presidente Trump se ha referido a nuestro sistema electoral como un «ataque y asedio coordinados».
Como consecuencia, nuestra forma de gobierno está en peligro. Si se pueden ganar unas elecciones a través de medios deshonestos como los que se utilizaron en 2020, entonces se puede esperar que las próximas elecciones se ganen de la misma manera. El pueblo estadounidense perderá su derecho al voto.
Si hubo una labor coordinada para robar las elecciones, esas acciones equivalen a una subversión.
Además, si Estados Unidos tiene en efecto un unipartidismo, entonces los cambios legales pueden alterar fundamentalmente nuestro sistema.
Los demócratas han hablado de acabar con el Colegio Electoral, lo que haría que las grandes ciudades predominantemente demócratas elijan al presidente, y plantearon ampliar la Corte Suprema, para garantizar que los jueces designados por los demócratas sean mayoría.
Sin embargo, por muy graves que sean estas amenazas a nuestra república, no llegan al fondo de lo que está en juego.
En esencia, el peligro actual no se trata de si gana Biden o Trump. No se trata del partido demócrata o republicano.
Estados Unidos se enfrenta a una fuerza maligna que quiere destruir a nuestro país y, de hecho, destruir todas las cosas buenas de la humanidad.
Estas elecciones son el punto culminante de la batalla entre la libertad y el comunismo, entre el bien y el mal.
Con la caída de los regímenes comunistas en la Unión Soviética y Europa del Este, la gente en Estados Unidos y del mundo entero se relajó, pensando que la amenaza comunista había terminado. Sin embargo, el comunismo nunca se ha dormido. La globalización lo fortaleció y a su vez debilitó a Estados Unidos.
El bien y el mal no pueden llegar a un acuerdo. Son como el fuego y el hielo. Ceder ante el mal solo lo incentiva. Una victoria del comunismo en estas elecciones resultaría en una derrota de la libertad en todas partes. La humanidad se sumergiría en una noche larga y oscura.
El 5 de diciembre en Georgia, Trump dijo de quienes quieren robarse las elecciones: «Esta gente quiere ir más allá del socialismo, quieren entrar en una forma de gobierno comunista, y no tengo ninguna duda al respecto».
¿Cómo defender a Estados Unidos? Los funcionarios locales suelen ser los más cómplices de la corrupción de las elecciones. Los jueces, debido a la doctrina de la separación de poderes, suelen mostrarse reacios a decirles a los estados cómo realizar sus elecciones. El Congreso de EE. UU. no tiene ningún papel que jugar a menos que el Colegio Electoral no llegue a pronunciar un ganador.
Trump está destinado a cerrar la brecha. El presidente ha hecho un juramento de defender la Constitución de EE. UU. y tiene los poderes presidenciales para hacerlo.
Trump debería usar esos poderes como presidente para salvaguardar el futuro de nuestra República y arrestar a quienes han conspirado para privar a las personas de sus derechos mediante el fraude electoral. La Ley de Insurrección le permite a Trump usar el ejército para incautar la evidencia electoral clave en los estados en disputa y entregar un recuento transparente y preciso del voto.
Nuestro sistema está en crisis. Trump estaría actuando para restaurar el Estado de derecho.
Al abrir los registros, la honestidad puede vencer al fraude. Los deseos de la mayoría del pueblo se harán realidad y la victoria que busca el comunismo será derrotada.
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