Mientras la Casa Blanca está reformulando su estrategia para limitar el desarrollo tecnológico de la República Popular China (RPC), mediante la llamada “agenda de protección” de la actual Administración, el régimen comunista de Xi Jinping ha presentado una demanda ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) en contra de Estados Unidos (EE. UU.).
Así, grosso modo, van terminando las relaciones EE. UU.-China en 2022, un año pletórico de eventos en los que tanto el diferendo comercial como la rivalidad geopolítica entre las dos naciones se agudizo mucho más, debido a las desavenencias en el sector de los semiconductores y la lucha de la RPC por encabezar el nuevo orden mundial, respectivamente.
Repasemos a continuación los principales acontecimientos ocurridos este año en el terreno de los vínculos Estados Unidos-China; acontecimientos que no solo coadyuvaron al recrudecimiento de las relaciones bilaterales en 2022, sino que también marcarán el destino de los nexos entre Washington y Beijing en 2023.
La guerra de los semiconductores
Casi a punto de concluir 2022, la RPC presentó una demanda contra Estados Unidos ante la Organización Mundial del Comercio, alegando que nuestro país está abusando con las medidas establecidas en torno a la exportación de productos informáticos y microchips estadounidenses a China.
Según un reporte de China Briefing, el Ministerio de Comercio de China (MOFCOM) dijo que «las acciones de la parte estadounidense afectan los derechos e intereses legítimos de las empresas chinas».
Un informe de El País, entretanto, refirió que, con esta demanda, el MOFCOM «pretende subrayar cómo EE. UU. ha generalizado el concepto de seguridad nacional, abusando de las medidas de control de exportaciones, y obstaculizando el comercio internacional de chips y otros productos».
Para ahondar en el basamento de la demanda, recordemos que, en octubre, el Departamento de Comercio de EE. UU. estableció que ninguna empresa, independientemente del país donde se encuentre, puede suministrar a China chips fabricados con tecnología americana. Asimismo, prohibió a las firmas estadounidenses exportar herramientas útiles en la fabricación de tales componentes.
Básicamente, las medidas adoptadas por nuestro país buscan restringir la capacidad de la RPC para comprar y fabricar chips de alta gama usados en aplicaciones militares (incluidas armas de destrucción masiva), mejorar la velocidad y precisión en la toma de decisiones defensivas, así como perfeccionar los sistemas de planificación y logística.
Según un reporte de CNBC, la secretaria de Comercio de EE. UU., Gina Raimondo, dijo que hay «que proteger al pueblo estadounidense de China», un país que «se ha vuelto más agresivo en lo que llama estrategia de fusión civil-militar, que es esencialmente una palabrería para comprar nuestros chips sofisticados con fines comerciales».
Sin embargo, continuó Raimondo, el gigante asiático «está utilizando esos chips en equipos militares que podrían usarse contra Estados Unidos». Desde su punto de vista, «este es el movimiento más estratégico y audaz que jamás hemos hecho para decir que no, que no lo toleraremos».
La visita de Nancy Pelosi a Taiwán
Luego de que la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, visitara Taiwán en agosto con el fin de apoyar a la isla, Beijing reaccionó de muy mala manera.
Tengamos en cuenta que, según la República Popular China, el territorio taiwanés le pertenece, por tanto, ningún alto mando de EE. UU. puede visitarlo.
¿Qué hizo China entonces para calmar su rabieta? Pues, para empezar, canceló tres rondas de conversaciones sobre temas militares con Estados Unidos y pospuso otras cinco relacionadas con el cambio climático y el crimen internacional, tal como informó en su momento The New York Times.
De acuerdo con ese diario, «las charlas militares, aunque esporádicas y a menudo burocráticas, todavía se consideraban importantes en un entorno cada vez más inestable, en el que barcos estadounidenses y chinos a menudo navegan peligrosamente cerca en las aguas cercanas a China».
Según la misma fuente, «Estados Unidos está preocupado por lo que parece ser la rápida expansión del arsenal nuclear chino, [toda vez que] en julio del año pasado, expertos de la Federación de Científicos Estadounidenses dijeron que había pruebas claras de que China está construyendo más de 100 silos en su desierto occidental para lanzar misiles nucleares».
Prosiguiendo con la reacción de China tras la visita de Pelosi a Taiwán, CNN en español dijo que la nación asiática también «incluyó entre sus medidas la cancelación de futuras llamadas telefónicas y reuniones entre los líderes de defensa de China y EE. UU». Asimismo, «suspendió la asistencia jurídica en materia penal y de lucha contra los delitos transnacionales».
El régimen de Xi Jinping igualmente concluyó «la cooperación antidroga con EE. UU., que ha sido tensa en los últimos años». Recordemos que nuestro país culpa al gigante asiático de la emergencia sanitaria que sufrimos debido al fentanilo, droga china que, en las dos últimas décadas, ha acabado con la vida de un millón de estadounidenses por sobredosis de la sustancia.
La visita de Pelosi a Taiwán fue la primera de un presidente de la Cámara de Representantes en 25 años. La anterior fue realizada por el entonces presidente de la Cámara, Newt Gingrich, en 1997. Este año, el presidente Joe Biden reiteró que defenderá a la isla de los chinos comunistas, si es preciso. Xi, por su parte, advirtió a EE. UU. que no juegue con fuego. Sin dudas, esta cruzada de advertencias ha sido uno de los eventos más relevantes de este año.
La reacción de China frente a Taiwán
Además de tomar medidas en contra de EE. UU., cabe mencionar que, tras la partida de Pelosi, el régimen de Beijing intensificó los simulacros militares con fuego real alrededor de Taiwán: probó misiles Dongfeng en aguas taiwanesas, comenzó a integrar su flota de transbordadores civiles y organizó invasiones anfibias, así como lanzamientos aéreos y formaciones militares.
Según el artículo de CNN en español, «las fuerzas del Ejército Popular de Liberación de China cruzaron la línea media, es decir, el punto medio entre la isla y China continental, en un movimiento que calificó de «acto altamente provocativo»». Ante tales provocaciones, «el Ejército de Taiwán respondió con advertencias por radio, y puso en alerta a las fuerzas de patrulla aérea, los barcos navales y los sistemas de misiles en tierra».
Aunque aparentemente se trata de meros ejercicios, existe la preocupación de que estos simulacros se conviertan en una invasión real, hecho que no solo afectaría a Taiwán y su soberanía, sino que tendría connotaciones internacionales, porque Estados Unidos no se quedaría de brazos cruzados.
Naturalmente, que en esta Navidad el Ejército chino haya enviado más de 70 aviones hacia la isla para ejecutar un nuevo simulacro de combate, no ha hecho más que atizar el fuego que ya ha empezado a arder en este sentido.
Según un reporte de El Mundo, «los cazas chinos ingresan a menudo a la zona de identificación de defensa aérea de la isla autogobernada y también cruzan asiduamente la línea media del estrecho, una frontera no oficial que separa ambos territorios. Sin embargo, esta vez la novedad no estuvo en el hecho en sí de las maniobras militares chinas, sino en la cantidad de cazas y drones que participaron, con 41 atravesando la línea divisoria».
El mismo reporte señaló que el Ejército Popular de Liberación de China confirmó que sus aviones habían realizado «simulacros de ataque» como respuesta a la última «provocación de Taiwán y Estados Unidos», en referencia al nuevo proyecto de seguridad firmado por Biden para ayudar a Taipéi a reforzar sus defensas: 10,000 millones de dólares en subvenciones y préstamos para asistencia de seguridad durante los próximos cinco años.
La posibilidad de un nuevo orden mundial
En noviembre pasado, el informe anual del Pentágono de 2022 se centró en los riesgos a los que se enfrenta Estados Unidos como nación ante el imparable ascenso de China como potencia militar. Al respecto, el reporte reiteró que «el gigante asiático es el único país con la voluntad y la capacidad militar para desafiar el orden mundial liderado por Estados Unidos», destacó un análisis de La Razón.
De acuerdo con esa fuente, estrategas del Departamento de Defensa aseguran que China quiere transformar el Ejército Popular de Liberación en una “herramienta militar creíble” para el año 2027. Sin embargo, por lo que dice el informe del Pentágono, Beijing no estaría lista para luchar contra el Ejército de EE. UU., al menos, hasta 2049.
«Ese año resulta clave en el imaginario del Partido Comunista chino (PCCh), ya que entonces se cumplirá un siglo de la creación de la República Popular de China, una fecha en la que el presidente Xi Jinping ha establecido como umbral para sobrepasar no solo a la economía norteamericana, sino también a su proyección militar como potencia hegemónica en el Indo-Pacífico», puntualizó el reporte.
Añadió que el “nuevo concepto operativo central” de China se basa en lo que Beijing denomina “guerra de precisión multidominio”, «una suerte de guerra híbrida en la que se requieren avances en big data e inteligencia artificial para identificar rápidamente las debilidades del rival y así poder lanzar ataques con mayor precisión».
Desde el punto de vista de los altos mandos militares estadounidenses, lo más preocupante es la proliferación de armas nucleares. Es decir, para 2035, la nación asiática triplicará su arsenal de ojivas nucleares hasta llegar a la cifra de 1500 unidades.
Según la misma fuente, en la actualidad, se cree que China ya cuenta con unas 400 ojivas después de haber doblado la cantidad en tan solo un año, y a tenor de lo revelado por el Pentágono, la nación asiática aumentó el número de lanzadores de sus misiles balísticos intercontinentales a 300 e incrementó la cantidad de lanzadores para armas de alcance intermedio a 250.
En lo que concierne a su Marina, el reporte señaló que la China comunista «está construyendo buques de guerra más modernos y expandiendo su fuerza de portaaviones para ampliar su influencia naval, con el objetivo de que puedan operar más allá de la Primera Cadena de Islas sin el paraguas protector de sus sistemas de defensa aérea terrestre».
En lo que respecta a las previsiones navales futuras, el informe advirtió que, para 2025, la Marina china tendrá 400 barcos de guerra. Actualmente, ya es la más numerosa del mundo con una flota de 340, superando a la de Estados Unidos en número, pero no en calidad.
El Ejército chino también planea aumentar la flota de submarinos. Hoy, dispone de seis submarinos de misiles balísticos de propulsión nuclear, seis submarinos de ataque de propulsión nuclear y 44 submarinos de ataque de propulsión diésel. Básicamente, su objetivo es mantener entre 65 y 70 submarinos durante la presente década y reemplazar las unidades más antiguas con unidades más capaces.
Con respecto a la fuerza aérea, el reporte del Pentágono citó como avance el cambio de motores WS-10 para sus cazas J-10 y J-20 y reveló que el WS-20 probablemente reemplazará los actuales motores rusos a finales de este año.
En cuanto a las bases militares, EE. UU. considera que China intentará instalar más bases en el extranjero, concretamente en Camboya, Myanmar, Tailandia, Singapur, Indonesia, Pakistán, Sri Lanka, Emiratos Árabes Unidos, Kenia, Guinea Ecuatorial, Seychelles, Tanzania, Angola y Tayikistán, entre otros lugares.
El mayor desafío para la seguridad de EE. UU.
Por las razones antes mencionadas, la República Popular China sigue siendo el mayor desafío de seguridad para Estados Unidos en 2023 y más adelante debido a sus armas nucleares, operaciones cibernéticas y misiles de largo alcance.
En opinión del secretario de Defensa, Lloyd Austin, el gigante asiático «es el único competidor que tiene la intención de remodelar el orden internacional y, cada vez más, el poder para hacerlo».
Por tanto, la estrategia de nuestro país se enfoca ahora en los aliados como un elemento clave de la defensa, así como en la llamada “disuasión integrada”, que significa que EE. UU. usará una combinación de poderío militar, presiones económico-diplomáticas y alianzas sólidas para disuadir a un enemigo de agredir.
A pesar de que Joe Biden y Xi Jinping se reunieron personalmente en noviembre, en Bali, Indonesia, y reanudaron el diálogo con el presunto afán de mejorar las relaciones bilaterales, una cosa es cierta: el régimen comunista chino seguirá intentando suplantar a EE. UU. como primera potencia del orbe con el claro objetivo de hacerse con el control del nuevo orden mundial.
En el ámbito económico, probablemente no basten las leyes en contra del accionar chino. Se agradece que la Casa Blanca esté reformulando su estrategia para limitar el desarrollo tecnológico del gigante asiático mediante la llamada “agenda de protección”, pero, francamente, la guerra comercial encarnizada que libramos hoy no será tan fácil de terminar. O, al menos, si no se toman medidas mucho más radicales.
«Creo que tenemos que comenzar el proceso de desvinculación estratégica», dijo hace poco Robert Lighthizer, exjefe de comercio de Donald Trump, quien, según un reporte de Político, elogió las recientes acciones tecnológicas de Biden contra la nación asiática, pero lo instó a realizar esfuerzos más amplios para reducir la dependencia de Estados Unidos de los chinos.
De acuerdo con la misma fuente, Lighthizer señaló que «una vez que decides que [China] es un enemigo, debes comenzar el proceso de detener el envío de cientos de miles de millones de dólares cada año, que se están usando para reconstruir sus fuerzas armadas».
He aquí la clave de lo que debería ser la verdadera estrategia estadounidense: China no solo es un contrincante comercial: es nuestro enemigo frontal. Quien no lo quiera ver así, es porque está totalmente ciego o porque enarbola alguna bandera de corte comunista. A estas alturas de los acontecimientos, cuando su régimen no para de dar señales contrarias a nuestra estabilidad y seguridad, todos los estadounidenses deberíamos tenerlo más que asumido.
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