Ironía de la vida o no, el virus del PCCh surgido en China, con actual epicentro en los Estados Unidos, ha corroborado la dependencia de nuestro país frente al asiático, especialmente en productos sanitarios imprescindibles para luchar contra el mismo virus, oriundo de la provincia china de Hubei.
A golpe de miles de contagios y muertes, hemos tenido que ver cómo el COVID-19 podría ser la gota que colme el vaso en la guerra comercial entre las dos naciones, así como también el último eslabón de la cadena de suministro que nos enlaza comercialmente al país asiático.
A estas alturas del partido, es más que lógico que nos preguntemos hasta cuándo Washington tendrá que depender de Beijing en tantas áreas. ¿Qué más tiene que ocurrir para que el Made in USA retorne a las etiquetas de lo que consumimos y usamos?
Estados Unidos tiene ante sí la misión y la responsabilidad de librarse del grillete chino. Sin ir más lejos, se trata de hacer lo que haga falta para conseguirlo. Y eso debemos hacerlo ya, porque el costo del nexo está siendo demasiado elevado y ningún estadounidense debería pagar por ello.
Lo barato sale caro
¿Cuántas veces hemos oído decir que lo barato sale caro? Pues a las malas hemos tenido que aprender la moraleja del consabido refrán. China, con su mano de obra esclava y sus bajos costos de manufactura, nos ha ahorrado dinero del bolsillo, pero muy peligrosamente se ha convertido en nuestra principal fuente de importación.
¿Cómo es posible que nuestro país gaste anualmente unos 560 mil millones de dólares en productos y servicios provenientes de China? ¿Por qué hemos permitido que la inmensa mayoría de los insumos sanitarios y medicamentos que consumimos sean elaborados en laboratorios chinos?
Señores, hablamos de fármacos de uso común, como analgésicos, antibióticos y antidepresivos, y de tanta envergadura, como los utilizados en quimioterapia y contra el SIDA. Nos referimos, hágase notar, a productos sanitarios vitales para enfrentar al propio virus del PCCh, entre ellos, equipos de protección, ventiladores y mascarillas N95.
Ninguna emergencia debería tomarnos desprevenidos. Hoy ha sido una emergencia de salud, pero mañana podría ser tecnológica, alimentaria, energética… Porque en esos rubros igualmente dependemos bastante del país asiático, así como también en la producción de maquinarias agrícolas, vehículos, equipos electrodomésticos, materiales de construcción y muchos más.
Lo que cuesta la usurpación
En las dos últimas décadas, China se ha convertido en una especie de fábrica del mundo. Con una fuerza laboral barata y sistemas de abastecimientos de bajo costo, ha atraído a su territorio un sinfín de empresas de todas partes, incluidas muchas de nuestro patio. Hoy, el valor generado por la manufactura Made in China es más grande que el de EE. UU., Alemania y Corea del Sur juntos.
Según informes de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial, el año pasado, la nación asiática representó el 25% de la fabricación mundial en términos de valor, a diferencia del 8% que representaba en el 2000. Pero mientras ese parámetro económico crece y crece, también lo hace el reclamo de muchas naciones por detener el robo de la propiedad intelectual.
Nuestro país, en concreto, es uno de los mayormente afectados por dicha usurpación. De hecho, cada año, los estadounidenses perdemos entre 225 mil millones y 600 mil millones de dólares por ese concepto. Estamos hablando de muchísimo dinero sustraído del talento americano.
Porque los chinos han falsificado muchos de nuestros productos, nos han pirateado software, nos han robado secretos comerciales, nos han usurpado resultados de investigaciones académicas y han infringido muchas de nuestras patentes. ¿Cómo no van a vender barato?
Lo que tenemos que hacer
Interna y externamente, EE. UU. debe dar los pasos necesarios para poner fin a la usurpación y a la dependencia. No será del todo fácil, ni tan rápido como desearíamos, pero el mero hecho de saber que hemos puesto la cizalla sobre la cadena significa que terminaremos por romperla.
Definitivamente, nuestro país necesita examinar su atadura con el mercado chino en lo relativo a medicinas, vacunas, tecnología, alimentos, telefonía, maquinarias y otros tantos eslabones engarzados, en gran medida, a la manufactura o a las materias primas asiáticas.
No podemos permitir que los chinos aprovechen esa situación para tomar ventaja económica, política y militar.
Como directrices internas, hay que priorizar las compras locales, capacitar mejor a nuestra mano de obra, lograr que los contratistas federales compren en suelo americano, reubicar en el territorio nacional la producción de todos los sectores posibles, en fin, tomar las medidas que hagan falta para robustecer a nuestra economía.
En lo que compete al exterior, habría que firmar nuevos acuerdos de libre comercio con Asia, invertir más en la presencia militar en la zona del Indo-Pacífico, frenar la influencia china en las organizaciones internacionales, impedir que compañías como Huawei y ZTE Corp suministren a EE. UU. y participen en la construcción de nuestra red 5G, y trabajar con Europa y el resto de los países aliados en función de los objetivos comunes.
Lo que está sucediendo
A raíz del virus del PCCh, algunas naciones, como Japón, han iniciado un éxodo masivo de manufacturas de China, mientras que otras, como el Reino Unido, ya han anunciado un cambio en sus relaciones bilaterales. Estados Unidos, por su parte, no se ha cruzado de brazos, y China bien que lo sabe.
De hecho, el gigante asiático acaba de anunciar que el virus del PCCh no surgió en su territorio, sino que está vinculado con alimentos congelados provenientes de otros países.
Según informara el Global Times, diario que responde a los intereses del Partido Comunista Chino (PCCh), el origen del SARS-CoV-2 está relacionado con productos importados, principalmente, de Europa y el continente americano.
Para el PCCh, la población de Wuhan más bien pudo ser víctima de otras naciones que, supuestamente, esparcieron el virus por el mundo mediante ciertos alimentos, entre ellos, carne y mariscos congelados, que arrojaron resultados positivos por virus del PCCh.
Entre los países involucrados estarían: España, Chile, Uruguay, Ecuador, Brasil, Canadá y Australia.
Lo que no explican los investigadores chinos es por qué el brote más significativo ─no controlado, ni informado a las autoridades sanitarias─ se presentó en Wuhan y no en las naciones antes mencionadas, refiere el diario digital Infobae en un artículo que analiza el reporte de Global Times.
En su reciente análisis, el portal de noticias señala que China «intenta crear una nueva narrativa que la exculpe de la responsabilidad de no haber alertado al mundo a tiempo y de no haber tomado medidas para contener la propagación de la nueva cepa», un reto bastante difícil, sobre todo, si se tiene en cuenta todo lo que ha salido a la luz casi desde el mismo inicio de la pandemia.
En este sentido, los países integrantes de la alianza de intercambio de inteligencia Five Eyes (Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, Canadá y EE. UU.), por ejemplo, han concluido que China mintió al mundo sobre el contagio del COVID-19 de persona a persona, desapareció a los denunciantes de esa amenaza y se negó a entregar muestras del virus para que Occidente no pudiera crear una vacuna.
“China tenía evidencia de la transmisión humano-humano desde principios de diciembre, pero continuó negando que podría extenderse de esa manera hasta el 20 de enero”, indica un expediente filtrado de Five Eyes, citado en un artículo del New York Post.
Mientras esta y otras investigaciones al respecto continúan, nuestro país deberá seguir luchando contra la pandemia del virus del PCCh y sus consecuencias, a corto plazo, y por su independencia económica de China, ahora y siempre.
Definitivamente, tenemos que librarnos del peligroso vínculo que nos ata a Beijing de una vez y por todas.
Así, para el retorno triunfal del Made in USA, tendremos que diversificar la cadena de suministro, y por diversificar se entiende no solo contar con otras cadenas foráneas, sino también con las nuestras.
Que va a costarle dinero, esfuerzo y tiempo a nuestra nación, pues claro que sí, pero no hacerlo será fatal y muchísimo más costoso. Advertidos estamos.
Sobre el Dr. Rafael Marrero
Economista. Graduado de las universidades de Stanford y Cornell, es un reconocido experto en EE. UU. en contratación federal, emprendimiento para pequeñas y medianas empresas y gestión de proyectos. Autor del bestseller de Amazon: “La salsa secreta del Tío Sam».
Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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