En Argentina y muchos otros países, los gobiernos sufren de una escasez crónica de dinero para gastar. En otras palabras, los ingresos son insuficientes y los gastos demasiado elevados.
Pero, ¿qué significa “insuficiente”? En el caso de Argentina, su problema de déficit fiscal no fue generado por una baja carga tributaria, sino por una confiscatoria y excesiva.
El Informe de Competitividad Global 2017-2018, publicado por el Foro Económico Mundial, muestra que Argentina ocupa el puesto 92 entre los 138 países analizados. La carga tributaria de Argentina es la más alta de las 138 economías, por lo que en teoría, el gobierno debería tener más dinero. Pero no es así.
Inflación e impuestos
Entre 2002 y 2017, la carga tributaria del país aumentó en más de 10 puntos del PIB, mientras que la inflación -el impuesto de los pobres- también se disparó a los dos dígitos.
Estos dos factores -inflación y altos impuestos- impactan negativamente en la competitividad y la facilidad para atraer capital, invertir y crear empleos, relegando a una nación de enorme potencial como Argentina a los bajos rangos del índice del Foro Económico Mundial. El actual gobierno del Presidente Mauricio Macri está tratando de cambiar esta situación, pero se enfrenta a graves obstáculos.
La inflación excesiva y los altos impuestos son dos factores casi idénticos que financian el gasto público excesivo. Cuando el gobierno se hace demasiado grande, deja de ser un servicio para facilitar la actividad económica y se convierte en un fin en sí mismo, conduciendo a una burocracia sin fin y al clientilismo.
El gasto público consolidado alcanzó el 47,9 por ciento del PIB en 2016, una cifra desproporcionada. Incluso si excluimos el coste de la deuda, el gasto público se duplicó entre 2002 y 2017.
Según el Ministerio de Trabajo, el empleo público – la principal fuente de burocracia y nepotismo- representa más del 11 por ciento del presupuesto. En todas las provincias, siete de ellas cuentan con una fuerza laboral del sector público superior a la del sector privado. El Ministerio de Trabajo estima que más de 3,5 millones de empleos son pagados por impuestos en las administraciones nacionales, provinciales y municipales, una cifra que ha aumentado en un 60 por ciento desde 2002.
No se trata exclusivamente de un problema de empleo público. Los tres rubros con mayor incremento del gasto público entre 2002 y 2017 fueron los salarios, la seguridad social y los subsidios al sector privado, según el Ministerio de Hacienda. Este tercer punto es muy relevante.
Malos incentivos
Argentina aumentó desproporcionadamente la carga tributaria de los sectores más productivos para subsidiar a los sectores de menor productividad y pagar por el aumento masivo del empleo público. Es un modelo fiscal que desalienta la inversión privada no subsidiada y alienta a los sectores subsidiados que buscan rentas y al empleo público. Por lo tanto, no es de extrañar que el aumento de la productividad sea muy bajo y que los ingresos fiscales no mejoran, lo que provoca un aumento de los déficits.
A medida que los ingresos son insuficientes y las entradas de capital se deterioran, la brecha se financia mediante la represión fiscal y monetaria, imprimiendo dinero para pagar los gastos del sector público. Esto desplaza a los sectores altamente productivos, desalienta la actividad privada y reduce la inversión a largo plazo. Y no se resuelve con aumentos de impuestos.
Si nos fijamos en las economías europeas, también podemos ver cómo los aumentos de impuestos no resolvieron el problema del déficit fiscal, sino que generaron un retraso en la salida de la crisis financiera europea, aumentando también el endeudamiento en el proceso.
Los déficits se redujeron, pero no lo suficiente, y la deuda pública supera el 89% del PIB de la zona euro. Un estudio del Centro de Investigaciones Económicas Europeas (ZEW) advierte que la Unión Europea corre el riesgo de perder inversión al mantener una política fiscal no competitiva y casi confiscatoria, en la que las empresas y los ciudadanos pagan hasta el 40 por ciento de sus ingresos en impuestos directos e indirectos.
Las soluciones impuestas en la mayoría de las economías desarrolladas para resolver el problema del déficit fracasaron precisamente porque implementan un modelo extractivo que penaliza la inversión y a los sectores productivos para sostener el gasto público improductivo.
Estados Unidos demuestra que los impuestos orientados al crecimiento generan más y mejores empleos y mayores inversiones. Argentina y otros regímenes con altos impuestos están cayendo en una trampa de conejos. Los sectores que dependen de los subsidios y los ingresos fiscales se vuelven extractivos para la sociedad. Y la inversión productiva y el empleo privado se resienten.
Macri debería mejorar la base impositiva para aumentar la inversión productiva y el empleo privado, al tiempo que evalúa los gastos para hacerlos sostenibles. De no ser así, el futuro ajuste presupuestario parecerá la última bancarrota del país en 2002.
Daniel Lacalle es economista jefe del fondo de cobertura Tressis y autor de “Escapar de la trampa del Banco Central”, publicado por BEP.
Los puntos de vista expresados en este artículo son las opiniones del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de La Gran Época.
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