En el verano de 1944, la ocupación nazi de Polonia estaba finalizando su quinto año. Más de uno de cada cinco polacos fueron asesinados, esclavizados o enviados a campos de concentración. El país se estaba destruyendo cada vez más para dar lugar a la visión de Adolf Hitler de un Reich Alemán más grande. Aún así, cientos de miles de polacos seguían luchando.
Para agosto, el Ejército Rojo soviético se las había ingeniado para desviar las fuerzas alemanas de territorio ruso y tomar partes de Polonia. La gran ayuda de los estadounidenses y británicos en forma de camiones, alimento y materias primas, le permitieron a los soviéticos poner en el lugar muchos tanques, aviones y armamento.
Con la victoria de los aliados ya no quedaban dudas, el Armia Krajowa (Ejército Nacional) de Polonia tenía la mejor chance de éxito, o al menos así parecía: un levantamiento de la capital polaca de Varsovia, justo en coincidencia con la llegada de la ofensiva soviética.
Justo unos días antes, el 25 de julio, Radio Moscú pidió que «cada vivienda polaca» se «convirtiera en un fuerte en la lucha contra los invasores». El 29 de julio, los tanques soviéticos llegaron a las afueras de Varsovia y comenzaron la lucha con las divisiones armadas alemanas que estaban allí.
Desde el 1 de agosto, decenas de miles de miembros del Ejército Nacional, armados con armamento y provisiones alemanes capturados, provistas por los envíos aéreos de occidente, tomaron control de Varsovia e intentaron establecer contacto radial con los soviéticos.
Pero la ayuda nunca llegó. Por razones que hasta este día siguen siendo un secreto militar del Kremlin, la ofensiva soviética se detuvo en las afueras de Varsovia. Una base aérea soviética nunca se usó, mientras que los envíos por aire se limitaron a lugares alejados en Italia.
Sin armamento pesado o apoyo externo, la resistencia polaca no tenía chance, incluso contra la ya debilitada ocupación alemana. Varsovia fue completamente arrasada y 200.000 civiles murieron, la mayoría de ellos ejecutados por los nazis luego de la batalla.
Las fuerzas soviéticas sólo reanudaron la ofensiva en enero de 1945 y la guerra finalizó en mayo.
De Hitler a Stalin
Para las naciones aliadas principales (Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética entre otras), la Segunda Guerra Mundial era claramente una victoria. Seis años de agresiva conquista y asesinatos en masa de la Alemania Nazi y el Japón Imperial fueron acabados, y las potencias del Eje se rindieron incondicionalmente.
Pero para Polonia y otras naciones en Europa del este, el fin de la ocupación y genocidio nazi trajeron el mando autoritario soviético. Los aliados democráticos occidentales habían ido a la guerra en 1939 porque Alemania invadió Polonia, y sin embargo, luego de la guerra no quisieron intervenir cuando los soviéticos establecieron un régimen marioneta allí.
Los funcionarios y los medios a menudo no criticaban al aliado soviético ni consideraban con racionalidad los objetivos del dictador Josef Stalin. La vasta provisión de ayuda al Ejército Rojo por ejemplo, puede haber sido justo el empujón que necesitaba el régimen soviético para subyugar Europa del este en la posguerra.
«Podríamos haber gastado menos dinero y material del que gastamos», dijo el diplomático estadounidense George Kennan en una carta de 1951. «Podríamos haber llegado al centro de Europa un poco antes y menos obstaculizados con las obligaciones hacia nuestro aliado soviético. La línea de división posguerra entre el este y oeste deben yacer un poco más al este de donde está hoy día, y eso ciertamente sería un alivio para todos a los que les concierne».
El régimen comunista soviético y sus aliados comunistas polacos ciertamente se beneficiaron de la destrucción de la resistencia leal al gobierno polaco preguerra. La propaganda soviética minimizó los logros del Ejército Nacional y los etiquetó de «reaccionarios».
George Orwell el desilusionado comunista británico, autor de «1984» y «Rebelión en la granja», expresó su disgusto con la inclinación general entre los periodistas de simpatizar con la actitud soviética en el Levantamiento de Varsovia.
«Uno quedaba con la impresión general de que los polacos merecían que se les golpeara el trasero por hacer lo que todas las transmisiones de los aliados les habían dicho que hicieran por años», escribió Orwell en septiembre de 1944.
«No pienses que puedes convertirte en el lamebotas propagandista del régimen soviético durante años, o de cualquier otro régimen, y luego volver de pronto a la decencia mental».
Mientras tanto, la participación en la Segunda Guerra Mundial del lado de los aliados parecía absolver a Stalin de sus traicioneras acciones pre guerra: la Unión Soviética fue originalmente aliada de Alemania, y de hecho ayudó a Hitler en la invasión de 1939 de Polonia que fue lo que hizo comenzar la guerra en primer lugar. Sólo en 1941, cuando Alemania invadió la Unión Soviética, fue que la superpotencia comunista cambió de bando.
No fue sorpresa que Moscú haya reanudado las políticas opresivas y asesinas hacia su estado satélite polaco, políticas que ya había mantenido el liderazgo comunista desde 1939 hasta 1941.
Decenas de miles de patrióticos soldados y oficiales polacos, especialmente esos que vivieron en Gran Bretaña, se apuraron a reconstruir el país. En vez de darles una bienvenida de héroes, el gobierno comunista los sometió a una persecución que incluía juicios, tortura y la ejecución.
45 años de libertad
Varsovia, ahora la capital de la comunista República Popular de Polonia, también se volvió el nombre del Pacto de Varsovia, una alianza controlada por los soviéticos que durante la Guerra Fría puso a disposición de Moscú los recursos y territorio de Europa del este.
La historia y memoria real de la resistencia polaca en la Segunda Guerra Mundial (que Polonia fue una de las pocas naciones ocupadas que no produjo grandes colaboradores o traidores; que los trabajadores polacos aseguraron valiosa inteligencia o que destruyeron infraestructura nazi en atrevidas misiones; que los pilotos del gobierno polaco en el exilio igualaron y sobrepasaron a sus camaradas occidentales en el aire) sólo pudo hacerse lugar en el discurso público en la década de 1980, cuando el control de los comunistas comenzó a resquebrajarse.
El movimiento solidaridad, impulsado por el inextinguible patriotismo y la perseverancia de la tradicional fe católica, reunió millones de polacos contra el régimen respaldado en el extranjero, que predicaba el marxismo y el ateísmo. Para 1989, 45 años luego que los polacos intentaran retomar su capital de los nazis, los soviéticos cedieron. El 4 de junio, se convocó a elecciones generales y las autoridades comunistas dejaron el poder en 1990.
La experiencia polaca, desde los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial hasta 1989, aún continúa teniendo relevancia para los que viven en los regímenes comunistas que aún persisten. Cientos de millones de chinos han participado en un movimiento de renuncia al Partido Comunista y sus organizaciones juveniles afiliadas. La empobrecida Corea del Norte, que ha preservado el programa estalinista de control social absoluto y agresión militar, ha quedado cada vez más aislada.
En un discurso dado el 6 de julio en Varsovia, el presidente de EE. UU. Donald Trump se refirió a esta experiencia, elogiando a los polacos por ponerse firme contra la ideología totalitaria de ese régimen.
Aludiendo a un sermón clave de 1979 del Papa Juan Pablo II, Trump dijo: «Un millón de polacos no pidieron fortuna. Ellos no pidieron privilegios. En cambio, un millón de polacos cantaban tres simples palabras: ‘Nosotros queremos Dios'».
Se estima que el comunismo ha matado al menos 100 millones de personas, no obstante sus crímenes no han sido recopilados y su ideología aún persiste. La Gran Época busca exponer la historia y creencias de este movimiento, que ha sido una fuente de tiranía y destrucción desde su surgimiento. Lea toda la serie de artículos aquí.
Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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