“Una jauría llamada Ernesto”, de Everardo González, retrata el incesante contacto de menores de edad con armas en México. En la cinta, que forma parte de la selección del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), el cineasta muestra una mirada colectiva, pero sin rostros.
“Sentimos (como sociedad) que lo que vemos no lo vivimos, que es algo que está filtrado por un velo mediático que hace que sientas que todo en la vida y la muerte son un juego. Por eso diseñamos una especie de cola de escorpión (donde se coloca la cámara) que también hace que el espectador acompañe a los personajes de la escena”, compartió González en una entrevista con EFE.
En la película el espectador ve la nuca de los protagonistas, pero también lo que ellos ven, por lo que se crea una necesidad de conocer sus rostros que nunca se satisface, algo que, consideró el cineasta, reta a los estereotipos sobre la maldad.
“A veces queremos ver el rostro para descubrir si la maldad es lo que imaginamos o no. Queremos ver que el mal es como nos dicen que es”, detalló.
El documental, que como idea surgió desde el año 2000, se vio interrumpido por la pandemia de covid-19, pero con este periodo también llegaron oportunidades: entrenaron a dos jóvenes a los que le entregaron los arneses y ellos filmaron un 60 % del material de la película.
A través de esta mirada alejada de los rostros, que “no es la que se tendría habitualmente del barrio bravo”, se ven vidas familiares y entornos cotidianos en entornos violentos “donde la tragedia está a un chispazo”.
“Nos han dicho que los entornos violentos son de alguna manera y resulta que pueden ser cualquier calle, cualquier lugar”, comparte González, quien hizo esta película después de haber visto una imagen de un niño guatemalteco sosteniendo una 9 milímetros.
Niños involucrados en el narco
Por aquel entonces todavía no se hablaba mucho del sicariado en México y el fenómeno de la implicación de menores en actividades delictivas estaba creciendo, por lo que empezó entonces este proyecto que ahora recorre festivales.
Sobre la presión en cuanto el tiempo a la hora de contar historias, González dijo que, aunque su trabajo comparte mucho con el periodismo narrativo, se aleja de la “premura”.
Consideró que los modelos de producción están cambiando y el mercado pide que el documental se parezca cada vez más al periodismo “cuando ya se había alejado”
Sin embargo, él trabajó durante años en este documental que, aunque sí se acerca al entorno del crimen organizado, los actos de violencia narrados tienen más que ver “con venganza que con operaciones de una corporación”.
Confesó que tal vez se parece a los periodistas por querer registrar el tiempo que le toca vivir sin tratar de evitar temas considerados recurrentemente abordados.
“No es que yo lo vaya a buscar o que evite hablar de los temas que me interesan porque el mercado vaya a decir ‘una más de narco’. La razón de ser de un documentalista no tiene que ver con las decisiones del mercado. Sería contradictorio seguir dedicándome después de 23 años a hacer documentales cuando el mercado se opone permanentemente”, terminó.
El 19 de octubre inicia la campaña #SomosJauría, una iniciativa social que emerge a partir de “Una jauría llamada Ernesto”, para evidenciar la problemática que relata y que ha marcado a más de 480,000 niños y jóvenes en México en los últimos seis años que se han visto envueltos en la espiral de la violencia como víctimas directas de agresiones o como posibles involucrados en delitos relacionados con el crimen organizado.
La campaña propone una serie de actividades tanto presenciales como virtuales que incluyen proyecciones en San Luis Potosí (19 de octubre), Ciudad de México (8 de noviembre) y Monterrey (15 de noviembre), diálogos en TikTok, encuentros de hiphop, y un manual de autocuidado colectivo desarrollado por y para jóvenes.
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