Suena paradójico, pero el presidente Lula da Silva de Brasil busca lazos más estrechos tanto con EE.UU. como con China.
La administración de Lula afirma que mantendrá a Brasil “firmemente [en] el campo democrático”. Al mismo tiempo, Lula decidió reunirse con Wang Qishan, un aliado cercano del secretario general del Partido Comunista Chino (PCCh, por sus siglas en español), Xi Jinping, al día siguiente de su toma de posesión. Luego propuso públicamente que Mercosur establezca un acuerdo de libre comercio con “nuestros amigos chinos».
Dados los lazos de izquierda de Lula, algunos analistas creen que su ambivalencia es una cortina de humo para un realineamiento con Beijing. Pero la clave para interpretar las acciones de Lula es su compromiso declarado de reafirmar a su país como una potencia internacional, para colocarlo “de vuelta en el escenario mundial.” En temas de política exterior, el presidente de Brasil será pragmático. Por ahora, eso significa que aceptará lo que pueda obtener tanto de EE.UU. como del PCCh, siempre que beneficie su agenda.
Estados Unidos sigue siendo el socio de preferencia de la mayoría de los países en nuestra región, y Brasil no es la excepción. Por eso Lula se está reuniendo con la Administración Biden antes de visitar Beijing. Sabe que su país comparte valores democráticos con EE.UU. y que los políticos de Washington no amenazarán su soberanía como lo hace Beijing.
Pero si EE.UU. es el socio preferido de Brasil, con demasiada frecuencia se ve a Beijing como el socio por necesidad. Cuando Lula necesite grandes cantidades de efectivo sin que se le hagan preguntas, recurrirá a China.
Esta es una mala noticia para todos en nuestra región. Dondequiera que vayan las empresas chinas, traen consigo condiciones laborales inhumanas. Lo que es peor es que traen consigo al PCCh, el cual trabaja para expandir su influencia política y militar a través de todo, desde infraestructura con software espía hasta sistemas de vigilancia masiva y estaciones de policía secretas en el extranjero. La historia de los proyectos económicos de China es una historia en la que Beijing mantiene a los gobiernos extranjeros como rehenes a través de la Diplomacia de la Trampa de la Deuda.
Pero si bien la apertura de Lula a Beijing es un error, también revela el fracaso de los esfuerzos financieros internacionales por parte de EE.UU. En vez de ofrecer alternativas viables a la inversión china, la Administración Biden ha utilizado agencias norteamericanas para forzar objetivos climáticos y la ideología woke en países que ni los quieren ni los necesitan.
Eso tendrá que cambiar si queremos evitar que los regímenes autoritarios dominen nuestro hemisferio, y ahora es el momento de hacerlo. En su reunión con el nuevo presidente de Brasil, el presidente Biden debe adoptar una línea firme, responsabilizando a Lula por su amistad con el PCCh, así como con otras dictaduras sanguinarias como las de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Al mismo tiempo, Biden debe trabajar con el Congreso para reestructurar nuestros esfuerzos de financiamiento internacional, de modo que los países no se sientan obligados a aceptar las promesas vacías de Beijing.
Solo presentando fuerza y ofreciendo una cooperación significativa puede EE.UU. evitar las trampas y más bien aprovechar las oportunidades del siglo veintiuno.
Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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