«¿Sabes cuál es el animal con la cola más larga en Cuba? Ahí tienes la respuesta: mira la cola del pollo». El aparcacoches del supermercado TRD 84 y 7ª en La Habana señala al grupo de unas treinta personas que se agolpan frente la puerta aguardando su turno.
La «cola del pollo» se replica desde hace semanas en establecimientos de toda la isla. Aunque las bromas suelen amenizar la espera, también hay acaloradas discusiones e incluso peleas que se graban y comparten en las redes sociales, convirtiendo este fenómeno en el principal foco de atención de la sociedad cubana y símbolo de la incipiente crisis económica que golpea al país.
«Antes tú ibas a la tienda y comprabas las cosas. Ahora tienes que hacer perras colas y matarte en esto», protesta Mirta, una jubilada que expresa su indignación tras la primera hora de espera a las puertas de otro supermercado en el barrio habanero de Miramar.
Mirta añade: «Yo he estado en otros países y allí no se pasa el trabajo que se pasa en Cuba. Es verdad que en el socialismo hay muchas cosas buenas pero también hay cosas muy malas que no ven los de arriba».
En la misma fila -esta de unas cincuenta personas- dos mujeres se acusan mutuamente de haberse colado, iniciando una sonora discusión. «La cola del pollo es lo peor, porque no hay ni comida, y por eso la gente está así, matándose», exagera Miriela, otra joven que aguarda su turno.
En la cola del pollo hay una regla inviolable: dos paquetes por cliente.
Esta restricción, impuesta por el régimen comunista sobre varios productos básicos para evitar el acaparamiento, choca con la picaresca cubana, ya que muchos acuden al supermercado con sus hijos o sobrinos e incluso pagan un CUC (equivalente a un dólar) a terceros para que engrosen la fila y les cedan su cuota de la preciada proteína blanca.
La agravada escasez de productos es un indicio de la crisis económica que comienza a golpear duro a este país de 11,2 millones de habitantes cuya alimentación depende entre 60 y un 70 % de las importaciones, como es el caso de la carne aviar.
A los problemas endémicos de Cuba, como la ineficiencia de su modelo económico socialista centralizado y la acumulación de deudas, se han unido recientemente el endurecimiento del embargo por parte de la Administración estadounidense de Donald Trump y la inestabilidad del régimen de Nicolás Maduro en Venezuela, proveedor de la mitad del combustible que mueve a la isla.
Las autoridades cubanas son conscientes del difícil momento, hasta el punto de que el exdictador Raúl Castro avisó de que hay que «prepararse para la peor variante» de la economía.
La harina de trigo, el aceite, los huevos, la leche en polvo y las salchichas, junto a las frazadas o paños para limpiar los pisos, han sido desde finales del pasado año los principales artículos víctimas del desabastecimiento.
En el caso del pollo, la oferta se ha reducido en menor medida. «Esta semana entró pollo todos los días», asegura a Efe el abastecedor estatal Sergio Sánchez, del municipio de Playa.
Entonces, ¿por qué la carne de esta ave forma tales aglomeraciones, no vistas en el caso de otros alimentos?
La respuesta es múltiple y también está en la calle. Por un lado, «el cerdo está imposible», lamenta Marisa, cabeza de familia con cuatro hijos y seis nietos en casa, que ha visto duplicarse el precio de la carne porcina en solo unos meses, mientras las asequibles y siempre demandadas salchichas han desaparecido de los refrigeradores.
Ella adquiere cada mes a precios subvencionados las raciones estipuladas en la «libreta» o cartilla de racionamiento que asigna el Estado: 3 kilos de arroz, 4 de azúcar, medio litro de aceite de soja, café mezclado, un paquete de pasta, 15 huevos, 300 gramos de granos y dos «posturas» (450 gramos) de pollo. Es una base mínima que cada cubano ha de complementar por su cuenta en el mercado libre para subsistir por los siguientes treinta días.
Al encarecimiento del cerdo se suma otro problema: «hay mucho revendedor. Hacen la cola con cuatro muchachos de su casa y después venden el pollo más caro. El paquete de 6,25 CUC lo están vendiendo a 10, el de 8 a 15, y así…», asegura Marisa.
«Yo ni me acerco a los supermercados. Antes que esperar cuatro horas prefiero pagar más al revendedor que me lo trae a casa», comenta, por su parte, Marta, una joven habanera de 29 años. Ella no hace la cola del pollo porque las remesas de sus familiares desde Estados Unidos le brindan un nivel de vida superior al del cubano promedio, cuyo salario en el sector público ronda los 30 CUC mensuales.
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