Opinión
Se acerca el fin de año y México vive ya en el preámbulo de unas elecciones presidenciales en 2024 que se auguran decisivas para marcar el rumbo futuro del país; su trascendencia consiste en la confrontación de dos proyectos de nación.
Uno es el hegemónico de Morena, el cual revive menos sutilmente lo que se llamó la dictadura perfecta del viejo PRI, la cual duró décadas. Esta restauración la confronta el Frente Amplio por México (FAM), formado por el PRI, el PAN y el PRD, partidos tradicionales defensores del sistema más democrático surgido de una transición olvidada por Morena al instalarse en el poder, quien en la búsqueda de consolidar su hegemonía ha confrontado a las instituciones democráticas.
El tercero en discordia con la postulación independiente de Eduardo Verástegui —un político conservador quien mantiene fuertes lazos con esta corriente a nivel internacional—, dijo que renunciaba sin aclarar más. Después de poco más de un mes llevaba 37 mil firmas de las 960 mil requeridas, con sólo dos meses y medio para conseguir las faltantes para su registro como candidato presidencial. Ha habido quejas de que la plataforma del INE es complicada para reunir las firmas. Este movimiento incipiente de la nueva derecha tendrá que organizarse mejor si quiere formar un partido competitivo, lo que sería su alternativa ahora.
Faltan siete meses para las elecciones presidenciales, pero ya hay cierta efervescencia producto de unas precampañas adelantadas a raíz de la decisión presidencial de promover a seis precandidatos de Morena, con la fórmula de hacer campaña para nombrar un “coordinador” cuando en realidad se trata de la candidatura presidencial.
El propio presidente López Obrador les llamó “corcholatas” a sus precandidatos, un término ciertamente despectivo. La candidata es Claudia Sheimbaum, quien es denunciada de haber rebasado ya los límites de los gastos de campaña, aunque su reto es dejar de parecer sólo un instrumento para dar continuidad al actual poder presidencial.
El Frente Amplio por México se vio obligado también a generar un proceso interno para elegir su candidatura presidencial igualmente oculta bajo otro nombre, todo con tal de evitar verse rebasado. La sorpresa fue el liderazgo espontáneo y de repercusión mediática de Xóchitl Gálvez, una senadora por el PAN quien sin embargo ha actuado en general distanciada de la disciplina partidista y fue una severa crítica del PRI, ahora uno de los partidos que la postulan.
Su propuesta de gobernar como coalición es uno de los puntos interesantes suyos pues significaría un paso democrático adelante y un acotamiento del presidencialismo que su rival Morena quiere al parecer revivir en la figura del Maximato, donde la presidenta sería sostenida por la hegemonía morenista representada por un expresidente fuerte en aparente retiro convertido realmente en un poder de facto.
A pesar de las encuestas que ponen en un primer lugar muy distante a la candidata oficialista Claudia Sheimbaum, Xóchitl Gálvez es una candidata que le apuesta a mover al llamado partido abstencionista, lo que podría dar un vuelco radical a todas las previsiones. Por ahora ha resistido una feroz campaña negra en su contra.
El verdadero enigma lo constituye el Instituto Nacional Electoral (INE), dirigido por Guadalupe Taddei, quien es señalada como demasiado cercana al presidente López Obrador. El INE no únicamente estará a cargo de las elecciones presidenciales, sino además organizará al mismo tiempo la elección de nueve gobernadores y de más de dos mil representantes legislativos en el Congreso nacional y Congresos estatales. Y la sombra de la intervención del crimen organizado puede crecer y oscurecerlo todo.
Sin duda estamos ahora en el preámbulo de las elecciones más decisivas de la historia moderna de México.
Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de The Epoch Times México.
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