La temporada de lluvias de Asia Oriental, llamada “lluvias de ciruela” en China, comienza a fines de la primavera o principios del verano de cada año y puede durar algunos meses.
Las “lluvias de ciruela” llegaron a la provincia oriental de Zhejiang el 29 de mayo de este año y duraron 50 días, con fuertes e ininterrumpidos aguaceros. Esta vez fue particularmente difícil para 30 personas de edad avanzada que viven en cobertizos de bambú en mal estado situados en el condado de Xianju, administrado por la ciudad a nivel de prefectura de Taizhou.
Las familias tuvieron que mudarse a los cobertizos luego de que sus viviendas fueran demolidas durante la implementación de la política del “nuevo campo socialista” (en inglés).
La campaña, puesta en marcha por el Congreso Popular Nacional de China en marzo del 2006, tenía como objetivo «ayudar» a 800 millones de residentes rurales a equipararse económicamente con la gente que vive en las ciudades.
La política, activamente promovida por el líder Xi Jinping, fue proclamada «un éxito», pero las historias de sus «beneficiarios» pintan un panorama diferente.
Para las 30 personas que viven en estos cobertizos de bambú, los problemas comenzaron durante el Año Nuevo del 2016, cuando el Gobierno del condado de Xianju comenzó a construir el «nuevo ordenado y bello campo» en respuesta al llamamiento del régimen central para revitalizar las zonas rurales de China.
Sin proporcionarles ningún tipo de compensación, las autoridades les ordenaron a más de 30 familias que vivían en zonas rurales que demolieran sus hogares y se reubicaran, prometiendo construirles nuevas viviendas el año próximo.
Cuatro años después, la promesa sigue sin ser cumplida: los residentes más jóvenes se han marchado en busca de trabajo en otro sitio, mientras que más de 30 habitantes de edad avanzada que no podían permitirse el lujo de trasladarse a otro lugar se vieron obligados a mudarse a cobertizos de bambú improvisados.
“La noche del 20 de julio llovía a cántaros y el viento era tan fuerte que arrancó el techo de un cobertizo en el que viven dos familias”, recordó una mujer de aproximadamente 80 años que vive con su esposo en un cobertizo de bambú.
“Tuve suerte de que mi cobertizo haya sobrevivido. Nunca imaginamos que viviríamos así en nuestra vejez: sin un verdadero hogar ni esperanza. Nuestra casa estaba en perfecto estado, pero el Gobierno ordenó demolerla. Los funcionarios nos dijeron que el nuevo campo era para nuestro beneficio y que, si accedíamos a la demolición, nos construirían una nueva vivienda en un futuro próximo. Pero era mentira. Todavía vivimos en cobertizos construidos con bambú que se han enmohecido y están siendo devorados por los gusanos. Podrían derrumbarse en cualquier momento. En invierno sentimos un frío terrible y en verano un calor insoportable”.
“Es posible que tengamos que esperar una eternidad para tener nuevos hogares”, se quejó un residente de una aldea de aproximadamente 60 años. “En el transcurso de los cuatro años han fallecido cinco o seis ancianos que vivían aquí”.
Otro residente, también de aproximadamente 60 años, añadió que su cobertizo gotea cada vez que llueve. “Mi ropa, mis edredones y toda mi cosecha de arroz se mojan”, se lamentó el hombre. “El año pasado, durante un tifón, las láminas de hierro de mi techo fueron arrancadas por el viento y el piso se cubrió de agua. Más de 500 kilos de arroz que se encontraban almacenados en el cobertizo brotaron a causa de la humedad”.
Otro residente de aproximadamente 80 años que vive solo reveló que al principio no estaba de acuerdo con la demolición de su hogar.
“Pero entonces un funcionario comenzó a gritarnos, afirmando que la construcción de un nuevo campo era una política del Partido”, recordó el hombre. “A mi hijo le preocupaba que lo enviaran a la cárcel si desobedecía. No tuvo más remedio que firmar un acuerdo de reubicación. Al Gobierno no le importan nuestras condiciones de vida”.
La construcción del nuevo campo se encuentra en pleno apogeo. Al igual que estas 30 personas que viven en condiciones miserables, innumerables personas a lo largo de toda China sufren las consecuencias de los vanidosos proyectos del Partido Comunista Chino (PCCh).
Este artículo fue publicado originalmente en Bitter Winter, una publicación sobre libertad religiosa y derechos humanos en China.
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