Para el filósofo Guy Debord la sociedad del espectáculo es una relación social basada en las imágenes. Si este tema lo traemos a las elecciones mexicanas que comienzan, el riesgo es que las mismas se conviertan en parte de la sociedad del espectáculo, es decir, en imágenes creadas por los publicistas, en publicidad pura, en ilusiones fomentadas para dirimir la disputa por la ambición política, por el ansia de poder, sin ir más allá realmente.
Nuestra legislación electoral es bastante extraña. Para las candidaturas presidenciales hay un periodo de precampaña muy largo con una serie de prohibiciones como no hacer “propuestas” o no dirigirse a la población en general, los precandidatos sólo pueden comunicarse con los afiliados de los partidos, lo cual termina siendo falso.
Y para que no haya candidatos independientes —influencia de los partidos—, el sistema de firmas del INE sólo funciona con teléfonos de última generación, excluyendo así a sectores sociales que no los tienen o dificultando hasta hacer imposible que se registren, como denuncia Eduardo Verástegui, un posible candidato conservador que hubiera animado la contienda.
En el largo periodo de precampañas junto con otro llamado de intercampaña, los únicos que ganan son los publicistas porque sus estrategias se acomodan mejor. Es el gran síndrome de Alasraki, que lo llamo así en referencia al conocido publicista Carlos Alasraki, quien dijo que “vender un candidato es igual a vender galletas”.
Según esta divisa, hablamos de los candidatos políticos como productos, que pueden ser chatarra o buenos, para un mercado electoral tan pasivo como el consumidor de galletas. Esto elimina en el fondo la lucha política y todo deviene en una mercantilización publicitaria superficial. Y entonces esta venta o competencia no trata sobre convicciones o ideas, propuestas serias, definiciones estratégicas, emociones profundas, sino por el candidato mercancía promocionado en la sociedad del espectáculo.
Claudia Sheinbaum, la candidata oficial, tiene como ventaja la propaganda, bastante efectiva, del gobierno de Morena, aunque eso no limitó algunas caídas publicitarias donde hasta en premio Nóbel la convirtieron. Pero el extravío de la candidata Xóchitl Galvez fue grande, promovida como antigua vendedora de gelatinas, bailarina folkórica, personaje de lucha libre y cocinera de pavos navideños. De esa manera echó por la borda su irrupción inicial contrapuesta con el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Claudia Sheinbaum, quien en reuniones restringidas se proyecta como una política más seria, se ha mantenido gracias a la fuerza de Morena como la candidata puntera y ha disminuido el abuso publicitario que podría saturar negativamente su proyección electoral. Por su parte, Xóchitl Gálvez tuvo un buen cierre que canceló su horrorosa precampaña, con un discurso político bien estructurado y de un mayor contenido para su causa, con el cual volvió a tomar una posición como opositora enfocando sus baterías contra el presidente. Eso revivió su candidatura.
Ahora, con pesar de los publicistas que dominan los procesos electorales —a ciencia y paciencia de los líderes partidarios quienes usufructúan en su beneficio particular lo que abiertamente llaman el mercado político—, lo que viene es la fijación de los temas que marcan o predominan en la campaña electoral.
Hasta ahora los temas de la campaña son muy generales: la continuidad representada por Claudia Sheinbaum y el cambio en el poder que enarbola Xóchitl Gálvez. Se dirá que esto sucede en todas las elecciones, pero actualmente en México estos son los únicos temas de fondo de la controversia electoral.
El “segundo piso de la transformación” como proclama la candidata de Morena, es también una propuesta del Presidente lanzada como iniciativas de ley que requieren de mayoría calificada, la cual el partido en el gobierno confía en lograr.
Algunas de esas propuestas tienen popularidad como las que promueven mejores ingresos para los trabajadores, la del bienestar animal y la que propone se elijan a los jueces o desaparezcan las candidaturas plurinominales, estas dos últimas indignan a los opositores y las rechaza la población informada, pero la corrupción en el poder judicial es real así como el desgaste de los partidos tradicionales por lo cual los plurinominales se observan como representantes no de la población sino de un poder de grupo.
Otras de esas iniciativas como la que afecta al INE no tienen la misma consideración, aunque en general no ha habido todavía un debate sobre estas iniciativas, que se convierten en el tema electoral de Morena y que, por supuesto, no le conviene a la campaña de Xóchitl sean la agenda temática de la campaña y su debate sustantivo.
La realidad es que un sector de la población está conforme con esa continuidad en el poder de Morena, que la ven positiva por los programas sociales, la estabilidad económica y las políticas de mejora salarial; tres realidades del actual gobierno.
Por su parte, la alternativa del cambio de la Coalición opositora tiene una desventaja y una oportunidad. La desventaja es que tiene el lastre y el desprestigio de las camarillas partidarias; los tres líderes de los partidos que la componen son los candidatos plurinominales para el Senado de la República. El líder del PAN, Marko Cortés, incluso promovió a su hermano para otra candidatura plurinominal como diputado.
La oportunidad es la que puede construir Xóchitl con base en tres puntos: a) imponer el tema de disputa de la elección, b) precisar su comunicación política, c) conectar emociones a su campaña. Para ello debe tener una estrategia, desechar los rollos —ha propuesto cosas interesantes en seguridad como el tema de los recursos a estados y municipios, o el fin del presidencialismo, pero le falta claridad— y aprovechar su carisma no en imágenes y proyecciones publicitarias sino en el vínculo verdadero con los distintos sectores de la población y su realidad psicosocial.
En su línea de confirmar la continuidad, Claudia Sheinbaum eligió un comienzo tradicional de su campaña: una concentración de masas en el Zócalo. Para eso se movilizaron a las bases de Morena y su discurso lo sustentó en las propuestas del presidente. La imagen puede ser autosatisfactoria, útil a sus publicistas, pero finalmente vinculada a la conexión electoral que proporcionan las encuestas acusadas de inflar sus porcentajes de intención de voto.
Xóchitl Gálvez realizó por su parte una apuesta arriesgada en varios sentidos: comenzar su campaña en Fresnillo, Zacatecas, una de las ciudades más peligrosas de México y del mundo, donde la población vive en estado de sitio por los criminales. Y la primera imagen, no publicitaria, sino política y emocional es la foto donde ella abraza y consuela a la madre de un desaparecido, una madre que llora. El rostro de la candidata opositora es empático, muestra sentir lo que está pasando: la tragedia de México, que no se puede confrontar con publicidad y rollos, sino con liderazgo real.
Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez, dos mujeres brillantes, que tienen poderes reales detrás de ellas, con propuestas cada una, un país que requiere elegir un camino, unas elecciones que pueden servir para eso, dejando atrás la sociedad del espectáculo y la imagen sin trascendencia de su demagogia inútil.
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