Opinión
Las encuestas electorales ―muy adelantadas en México―, comienzan a ser cuestionadas de cara a las próximas elecciones presidenciales. Se generaliza la consideración de que han dejado de ser una medición confiable, pero son, para bien o para mal, el tema predominante en este proceso electoral; ya sólo por esto constituyen un elemento negativo, al sustituir temas de más fondo para el debate político.
En Argentina fallaron recientemente al desechar todas las encuestas la posibilidad de que Milei ganara la presidencia. Lo mismo sucedió con la primera elección de Donald Trump, cuando la favorita en un porcentaje elevado era Hillary Clinton. De hecho, por esta clase de antecedentes, el desprestigio de las encuestas es ya universal.
En México han fallado constantemente, la más reciente fue en la elección del Estado de México, donde una masa de encuestas daba ganadora a Delfina Gómez de Morena, con porcentajes de más de veinte puntos; en el resultado final su ventaja fue sólo de siete puntos y los partidos opositores achacaron a las encuestas el elevado porcentaje de abstencionismo que hubo y ciertamente los perjudicó.
Ahora en la elección presidencial las encuestas se han convertido en un galimatías que, de manera evidente, es intencional. Y abarca tanto la medición de la intención de voto como la calificación presidencial. La mayoría de las encuestas divergen entre sí en lo que se refiere a las cifras y por números muy elevados. Este puro hecho debería provocar se desechen.
Las encuestas dan por ganadora a Claudia Sheimbaun por elevados porcentajes, que van de más de treinta puntos, o más de veinte puntos, o más de diez puntos de ventaja sobre Xóchitl Gálvez, una que otra pone la diferencia en ocho puntos. No hay coincidencia entre ellas.
El medio local Reforma da 24 puntos de ventaja a la candidata de Morena, El Financiero la había puesto en 16 puntos de diferencia respecto de la candidata opositora. Aunque la encuesta de Reforma “mide” la percepción sobre el ganador y no la preferencia de voto.
Medir la “percepción” es conceder que la estrategia de comprar encuestas y comenzar muy adelantados y disfrazada la campaña presidencial, le ha redituado una ventaja indebida a Morena, sin duda antidemocrática y de falta de suelo parejo en la contienda electoral.
Si hay diferencias tan grandes en las encuestas, me parece que no deben ser tomadas ya en serio. Hay un problema con las preguntas o reactivos como les llaman, un problema con los sesgos sociales, de lugar y con las edades, un problema de representación
Xóchitl Gálvez señala que existe un gran voto oculto a su favor. Es probable que votantes que la prefieren no lo digan si están siendo encuestados en su domicilio o por teléfono, pues el temor a quedar marcados por el oficialismo puede ser cierto, cuando además son notables las veleidades autoritarias de este oficialismo.
Sin embargo, quizás a la candidata le convendría tener una comunicación más clara. Cuando tenía los reflectores en la controversia con el presidente López Obrador con motivo de los programas sociales, desaprovechó la oportunidad de defender la dignidad de los beneficiarios de estos programas, que son presionados a rendir culto al presidente y votar por Morena. Y a los partidos que la apoyan debió exigir se vuelva a poner ahora la leyenda legal de los programas sociales la cual decía: “Este programa no corresponde a ningún partido político.”
Así también ahora habría sido necesario decir claramente que las encuestas no sirven, que están pagadas y sesgadas por los intereses políticos ―que deben ser urgentemente reguladas por el INE, con un control de las metodologías y con la leyenda de que se trata de aproximaciones y no datos definitivos― y que el tema importante no son las encuestas, sino la crisis de seguridad que estamos teniendo en el país.
Para ello tiene que precisar su visión y propuestas en el tema, cuando es evidente que la seguridad es el verdadero eje de controversia en esta elección: o van a seguir los “abrazos no balazos” o ¿el Estado mexicano va a recuperar el control de territorios que ya no están en sus manos, va a liberar de la opresión delictiva a millones de mexicanos y a cumplir su función de resguardar la ley, el orden y la libertad de los mexicanos, sí y cómo?
¿Cómo se propone reparar el tejido social roto en muchas regiones? Esta es otra de las tareas pendientes. Y no basta con la empatía mostrada en Fresnillo a las madres buscadoras, es necesario emprender la tarea titánica de buscar ser de nuevo una sociedad civilizada hoy sometida a la ley de la selva en muchos lados.
Véase también la cuestión del presidente. Es evidente y natural el desgaste que su figura ha sufrido. Las razones no son únicamente que se acerca el fin de su sexenio, sino que hay resultados negativos en los grandes proyectos por los que se apostó y hay problemas severos en las tres áreas básicas del Estado: la educación, la salud y la seguridad.
La inquietud social en este último punto se desborda y, al contrario de lo que se piensa, el miedo no es resignación. Y si a eso se suman las acusaciones sobre lazos criminales en sus campañas presidenciales y los escándalos de corrupción en que se han visto envueltos sus hijos, resulta lógica la existencia de este desgaste.
Según un pionero de las encuestas en México, Roy Campos de Mitofsky, la popularidad del presidente se está deslizando lentamente y ya va en 55% ―El Financiero la había puesto en 54%―, pero ahora una encuesta de Reforma dice que está en 74%, como si no existiera un contexto negativo que necesariamente ha afectado su imagen. Y todos ellos comparten un buen prestigio.
En 1998 publiqué un libro de ensayos titulado El último dios. El dominio actual del becerro de oro. En uno de esos textos, “El número y la política”, criticaba a las encuestas basándome en la tesis de Pierre Bordieu, quien señala que las encuestas y sondeos son “un fenómeno de la distribución desigual de la capacidad política”, es decir, son el producto de una falsa democracia.
Porque señalaba: “Las preguntas de una encuesta son inducidas muchas veces, de la misma manera que el resultado buscado es, a su vez, la posibilidad de inducir. Porque, finalmente, lo importante de una encuesta sería lo no preguntado y los no encuestados”.
La respuesta a si las encuestas son una mentira o una guía, radica en qué tipo de política o elección queremos, el reto es si queremos la inercia o la decisión política; hay que elevar así la apuesta en esta elección. Y ver si el tiempo todavía le alcanza a la candidata opositora, porque es evidente que la candidata oficial ya eligió la inercia.
Termino con una importante cita de Cynthia Crossen: “Los líderes y los ciudadanos deben evitar tomar decisiones basados en encuestas. Estas pueden servir como indicios de una mentalidad pública, pero jamás deben reemplazar la experiencia, el criterio y el idealismo del mando auténtico”.
El tema es la crisis de seguridad que padece el país, la definición es quién es la líder adecuada para conducir a una solución, según un dilema: la continuidad de lo que existe o el cambio de rumbo que urge.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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