Comentario
He conocido a David Kilgour durante toda mi vida adulta. Desde el principio, pude ver que tenía una personalidad amistosa, extrovertida y sociable.
David estudiaba en la Universidad de Manitoba, en Winnipeg, a principios de los años 60, al mismo tiempo que yo. Estaba un poco más adelantado que yo, pero tan activo en los asuntos estudiantiles como yo, y un poco más. Coincidimos en Ottawa y luego en París a finales de los 60, cada uno con su propio trabajo y estudios. Asistí a su boda en Edmonton en 1974, donde él era entonces fiscal.
Nuestro contacto casual cambió radicalmente en marzo de 2006, cuando iniciamos, a petición de una ONG, una investigación conjunta sobre si en China asesinaban a los practicantes de la práctica espiritual Falun Gong para vender sus órganos a pacientes que necesitaban trasplantes. Desde entonces, durante los últimos 16 años, he estado en contacto con David casi a diario, a menudo varias veces al día.
La primera versión de nuestro informe, publicada en junio de 2006, concluía que los abusos cometidos en China contra los presos de conciencia de Falun Gong que se nos había pedido que investigáramos estaban ocurriendo realmente. Nos dimos cuenta de que no podíamos limitarnos a publicar el informe y abandonar el tema para dedicarnos a nuestras otras actividades, que eran muchas. Para mantener el tema vivo, teníamos que seguir con él. Y así lo hicimos, con actualizaciones de nuestro informe, con la cofundación, junto con el periodista Ethan Gutmann, de una ONG sobre el tema (la Coalición Internacional para Acabar con los Abusos en los Trasplantes en China), y con un flujo constante de viajes a conferencias, concentraciones y audiencias, y de declaraciones, discursos, presentaciones, artículos, publicaciones en Internet y mensajes en listas de correo electrónico.
Nos convertimos en socios no solo en esta cuestión, sino también en otros temas de derechos humanos en los que compartíamos una causa común: la tiranía en Irán, las atrocidades contra los uigures, las amenazas a Taiwán, la represión en Hong Kong, el antisemitismo impulsado por los ataques distorsionados a Israel, etc. Al compartir las mismas preocupaciones sobre tantos temas con tanta profundidad durante tanto tiempo, llegué a conocer a David bastante bien. Lo que pude comprobar es que se dedicaba a los principios sin reservas. Los principios que sostenía eran creencias personales férreas e intensas.
Cuando se retiró del Parlamento después de 27 años, era entonces el miembro que más tiempo llevaba en él. Durante esa carrera, fue expulsado del Partido Conservador Progresista por inconformismo, se unió al Partido Liberal y luego renuncio por estar en desacuerdo con sus políticas. Dado su carácter, era un destino anunciado. Su apertura a los demás, así como su independencia de espíritu y su compromiso con los principios, le hicieron muy elegible. Esa misma independencia hizo imposible su ascenso a lo que el primer ministro británico Benjamin Disraeli llamaba el palo grasiento [la posición más exitosa en su carrera]. La capacidad de seguir la corriente para llevarse bien no estaba en su repertorio.
Las mejores horas de David fueron las que dedicó a los derechos humanos después de dejar el Parlamento. Los temas relacionados con los derechos humanos en general y con China en particular sacaron lo mejor de él porque mostraron lo peor de los demás. Otros pueden estar dispuestos a sacrificar o rebajar sus principios por dinero o poder, posición o acceso. Otros pueden estar dispuestos a aceptar promesas en lugar de realidades, a contar en lugar de mostrar. Otros podrían sucumbir a los delirios de grandeza porque los autores pronunciaron las palabras que sus interlocutores querían oír. Pero no David Kilgour. Se distinguió por su interminable apoyo a las víctimas, su inagotable rechazo a la hipocresía, su interminable angustia ante la impunidad.
David murió el 5 de abril. Que descanse en paz, pero no creo que lo haga. Su espíritu siempre sufrirá las atrocidades de este planeta. En espíritu, su rabia continuará encendida y su paciencia será puesta a prueba una y otra vez por la perpetua embestida de los perpetradores; su simpatía abrazará persistentemente el interminable desfile de víctimas, y su preocupación por ellas aumentará siempre.
Todos los que han conocido a David le echarán de menos. Pero no se habrá ido. Su ejemplo perdurará para recordarnos la diferencia entre la indiferencia y la empatía, entre el desconcierto y la honestidad, entre ceder y mantenerse firme, entre hacerlo bien y hacer el bien. No ha desaparecido porque se ha convertido en parte de nosotros.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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