El análisis de los datos de muertes por COVID de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) en las últimas semanas reveló que casi 9 de cada 10 muertes por COVID se registran entre personas de 65 años o más. En la semana que finalizó el 3 de diciembre del 2022, el 92,6 por ciento de las muertes se produjeron entre personas mayores de 65 años.
Las estadísticas revelan más de 800,000 muertes entre personas de 65 años o más desde que comenzó la pandemia, lo que representa el 75 por ciento de todas las muertes por COVID hasta la fecha.
Un estudio realizado en la población de edad avanzada sugiere que la gravedad y el desenlace del COVID-19 dependen en gran medida de la edad del paciente. Los adultos mayores de 65 años representan el 80 por ciento de todas las hospitalizaciones y tienen un mayor riesgo de muerte que los menores de 65 años.
Los investigadores creen que el declive relacionado con la edad y el debilitamiento de la función inmunitaria son factores clave que contribuyen a la mayor vulnerabilidad a los resultados graves del COVID-19 en los adultos mayores.
De las muertes observadas en poblaciones de edad avanzada, la mayoría se produjeron en pacientes con enfermedades y comorbilidades preexistentes. Junto con la progresión natural del envejecimiento, los adultos mayores también son más propensos a tener una o más afecciones crónicas graves subyacentes o conocidas que los ponen en mayor riesgo. Estas afecciones pueden incluir diabetes, una enfermedad cardiaca, una enfermedad pulmonar crónica, una enfermedad hepática y una enfermedad renal crónica.
¿Cómo afecta la edad a la inmunidad?
El sistema inmunitario está formado por varios órganos, proteínas y células. Protege al organismo de patógenos dañinos, gérmenes y cambios celulares que pueden hacernos enfermar. Cuando nuestro sistema inmunitario deja de funcionar adecuadamente, porque es débil o no puede luchar contra gérmenes agresivos, enfermamos.
Las funciones del sistema inmunitario empiezan a disminuir a medida que envejecemos. Los cambios más significativos tienen que ver con las células madre y las células T.
Todas las células inmunitarias proceden de células madre. Las células madre adultas generan reemplazos para las células inmunitarias que se pierden debido a enfermedades, lesiones o dolencias.
Cuando envejecemos, nuestras células madre disminuyen y se produce una reducción de su capacidad para regenerar células. Cuando esto ocurre, la cantidad de nuestras células inmunitarias también disminuye, lo que repercute en nuestra capacidad para combatir las infecciones.
Una vez que las células madre disminuyen, la población de células T también disminuye. Las células T son importantes células inmunitarias responsables de eliminar las células infectadas. Cuando las células T se reducen y su función se deteriora, las células infectadas no pueden ser eliminadas y entonces un virus puede propagarse a otras células y tejidos.
Una revisión del 2009 indicó que el declive del sistema inmunitario asociado a la edad se caracteriza por cambios extremos en la función de las células T.
Los investigadores señalan que el impacto del envejecimiento en células T específicas fue difícil de examinar, pero los avances recientes proporcionaron nuevos conocimientos sobre la función de las células T y permitieron un examen más preciso de cómo las células T responden al envejecimiento.
Los estudios revelaron que el aumento relacionado con la edad de la generación de Th17 (una célula T colaboradora) y de la función de las células T reguladoras puede contribuir a cambios sustanciales en la función inmunitaria que pueden afectar a la respuesta inmunitaria frente a infecciones, vacunas y tumores.
Cómo combatir el envejecimiento inmunitario
Unos hábitos alimentarios saludables y una buena forma física pueden ayudar a nutrir el sistema inmunitario y mantenerlo en buen funcionamiento a medida que envejecemos.
Dietas sanas
Comer los nutrientes adecuados como parte de una dieta variada es necesario para la fuerza y la función de todas las células, incluidas las inmunitarias.
La vitamina C, la vitamina D, el zinc, el selenio, el hierro y las proteínas son algunos ejemplos de nutrientes que se identificaron como fundamentales para el crecimiento y la función de las células inmunitarias. Estos nutrientes se encuentran en diversos alimentos de origen animal y vegetal.
El estómago es uno de los principales lugares de actividad inmunitaria y de producción de proteínas antimicrobianas. La dieta desempeña un papel clave a la hora de determinar qué tipo de microbios viven en nuestros intestinos. Una dieta rica en fibra y vegetales, con abundantes cereales integrales, frutas, verduras y legumbres, parece favorecer el crecimiento y el mantenimiento de los microbios beneficiosos.
Los microbios descomponen las fibras en ácidos grasos de cadena corta, que estimulan la actividad de las células inmunitarias. Estas fibras también se denominan prebióticos.
Las dietas que contienen alimentos probióticos y prebióticos pueden estimular la función inmunitaria. Los alimentos probióticos incluyen bacterias vivas útiles, mientras que los alimentos prebióticos contienen fibra y oligosacáridos que alimentan y mantienen colonias sanas de esas bacterias.
Un estudio del 2021 reveló que seguir una dieta sana está asociado a un menor riesgo de desarrollar COVID-19 y sus complicaciones graves. Los científicos descubrieron que las personas que declararon comer la mayor cantidad de frutas, legumbres y verduras tenían un 9 por ciento menos de riesgo de contraer COVID y un 41 por ciento menos de probabilidad de desarrollar COVID grave, en comparación con las personas que declararon comer el menor volumen de frutas y verduras.
El autor principal del estudio señaló que los investigadores creen que casi un tercio de los casos de COVID-19 podrían haberse evitado si se hubiera podido eliminar la mala alimentación o las desventajas socioeconómicas.
Actividad física y ejercicio
Un estudio sugiere que un programa de ejercicio físico regular y adecuado a la edad puede ayudar a los adultos mayores a llevar una vida de calidad al aumentar el recuento celular y preservar la función inmunitaria.
La investigación revela que el ejercicio aeróbico puede revertir los efectos del envejecimiento en las células madre al aumentar la cantidad de la proteína ciclina D1. El ejercicio devuelve la ciclina D1 en las células madre inactivas a niveles de juventud, lo que acelera eficazmente la generación de células madre musculares.
Los científicos creen que el ejercicio de resistencia en etapas posteriores de la vida se asocia a un menor declive relacionado con la edad en ciertos aspectos de la función de las células T. Se cree que el ejercicio moderado debería ayudar a invertir los efectos adversos del envejecimiento al aumentar la producción de hormonas endocrinas.
Un estudio sugiere que la actividad física rutinaria puede ayudar a proteger a las personas que contraen COVID-19 de enfermar gravemente.
Los problemas de salud graves relacionados con la falta de ejercicio, como la obesidad, las cardiopatías y la diabetes, también se asociaron a un mayor riesgo de enfermedad grave y muerte por COVID-19.
En este estudio, los investigadores analizaron los datos de más de 48,000 adultos mayores de 18 años con diagnóstico confirmado de COVID-19 entre enero y octubre del 2022. El grupo se dividió en tres categorías:
-Consistentemente ejercitados durante más de 150 minutos a la semana
-Consistentemente inactivos con solo 0-10 minutos por semana
-Activos entre 11-49 minutos por semana, o que tenían variabilidad en sus patrones de ejercicio
Los científicos también investigaron otras características importantes como la edad, el sexo, la raza, el índice de masa corporal y el hábito de fumar. También examinaron enfermedades crónicas como la hipertensión arterial, las enfermedades cardiovasculares, la diabetes y las enfermedades renales, tratando de identificar si estos pacientes estaban inmunodeprimidos por algún motivo.
Los resultados revelaron que las personas que permanecían constantemente inactivas tenían un riesgo significativamente mayor de hospitalización y muerte tras contraer la COVID-19 que las que eran activas durante al menos 150 minutos a la semana.
Aunque los que realizaban actividad física durante más de 10 minutos a la semana tenían cierta protección contra la enfermedad grave o la muerte por COVID-19, no tenían tanta protección como los que hacían ejercicio durante 150 minutos.
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