¿Es el ‘socialismo democrático’ una pantalla para el comunismo?

Por Christopher C. Hull
13 de junio de 2019 6:06 PM Actualizado: 30 de enero de 2021 1:12 PM

Comentario

El mes pasado, el senador Bernie Sanders (independiente por Vermont) dijo oponerse al «comunismo autoritario» soviético y apoyar al «socialismo democrático».

Pero según Bishop E.W. Jackson, presidente del nuevo grupo Stand Against Communism (De pie contra el comunismo), el «socialismo y comunismo son exactamente lo mismo, y no permitiremos eufemismos que nos arrullen a dormir».

¿Quién tiene razón?

Un grupo de expertos reunidos el 20 de mayo, argumentan que Estados Unidos tiene que tener cuidado con ambos.

Ellos se dedican a hacerle frente a la creciente prevalencia en Estados Unidos de una ideología implicada en el exterminio de un estimado de 94.351.000 vidas humanas hasta 1999.

La Unión Soviética

De igual modo, en una entrevista abierta al público de CNN en New Hampshire, uno de los presentes le contó a Sanders que su familia había escapado de la Unión Soviética en 1979, «huyendo de algunas de las mismas políticas socialistas que usted parece estar dispuesto a implementar en este país».

Sin embargo, Sanders intentó diferenciar al marxismo homicida de Moscú de su versión de socialismo democrático.

Él comenzó argumentando: «¿Supones que yo apoyé o creí en el comunismo autoritario que existió en la Unión Soviética? No lo hago. Nunca lo he hecho, y me le opuse. Yo creo en una democracia vigorosa».

Esto podría sorprender a aquellos con los que tuvo su «luna de miel» en la URSS en 1988, un viaje en el cual cantó «Esta tierra es tu tierra» a sus anfitriones rusos mientras se relajaba sin camisa en un sauna.

Cuba

La postura de Sanders podría sorprender a quienes huyeron de la Cuba comunista, dado que Sanders también afirmó una vez que los cubanos no se habían levantado contra el represivo régimen porque el dictador totalitario Fidel Castro había «educado a sus niños, dado a sus niños atención médica, transformado totalmente la sociedad».

En el evento Stand Against Communism, uno de los que escapó de Cuba, Nelson Vélez, presidente de la Federación Tea Party de Virginia, observó: «Tengo un amor real, íntimo, eterno, perdurable por este país», pero notó que «la gente que llega aquí legalmente de países comunistas son más adeptos a entender la libertad que la gente que nació en este país».

Por ejemplo, Vélez relató historias que escuchó en su juventud sobre lo próspero y hermoso que había sido su país.

Pero que el revolucionario marxista Fidel Castro había persuadido a sus compatriotas a sacrificarlo todo.

¿Cómo?, preguntó Vélez.

Castro «habla[ba] de esperanza y cambio» sin especificar, se oponía a la corrupción, decía odiar el comunismo, a las dictaduras y a la guerra divisiva de clases, y afirmaba «amar» a la Iglesia y a Dios.

«La razón por la que tuvo éxito», argumentó Vélez «fue porque mintió. Y la razón por la que las mentiras tuvieron éxito fue [que] él presentó esto ante la prensa estadounidense y la prensa estadounidense lavó (…) el hecho de que estaba rodeado de infiltrados comunistas y su propio pasado violento».

Debido a eso, dice Vélez, tanto Castro como su hermano Raúl, «han dicho una y otra vez públicamente que sin la prensa estadounidense, no habrían sido capaces de (…) ganar la revolución».

Venezuela

El tropiezo de Sanders podría también sorprender a los 3,4 millones de venezolanos que huyeron de los bolcheviques bolivarianos, cuyo puño de hierro sigue firme sobre el país, ya que Sanders incluyó al Estado totalitario de Nicolás Maduro entre los lugares «más aptos para lograr el sueño americano» que en Estados Unidos, ya que los «ingresos son en realidad más igualitarios» allí.

El problema por supuesto, es que algunos ingresos son más iguales que otros.

De hecho, no mucho tiempo atrás, Sanders defendió las filas de pan en América Latina diciendo que «las filas de pan son algo bueno. En muchos países el rico consigue comida y el pobre se muere de hambre».

Es verdad—en países como la Unión Soviética, que deliberadamente mató de hambre a millones en Ucrania. Como China, que mató de hambre a decenas de millones durante su Gran Salto Adelante. Y como Venezuela, donde el ciudadano promedio reportó haber perdido unos 11 kilos en 2017.

Así que como contraargumento, «pregúntale a la gente que ahora se va de Venezuela cómo se sienten sobre el socialismo, cómo se sienten sobre el comunismo», dijo Velez, recordándole a los presentes que el actor estadounidense Sean Penn fue una vez a visitar a Hugo Chávez, el anterior dictador marxista de la nación, quien fue elegido democráticamente—»un socialista democrático».

Ya en 2012, dijo Vélez, que la «gente libre» de Venezuela estaba «desarmada, y ahora están siendo aplastados por los tanques».

Países nórdicos 

Sanders argumentó por separado: «pienso que deberíamos ver a países como Dinamarca, como Suecia y Noruega, y aprender lo que han logrado para su gente trabajadora».

Hagámoslo.

El primer ministro dinamarqués, en respuesta a los estadounidenses que se refieren a Dinamarca como un ejemplo del éxito del socialismo, dijo: «Dinamarca está lejos de ser una economía planificada socialista. Dinamarca es una economía de mercado».

The Economist describe a los escandinavos como «robustos comerciantes libres que resisten la tentación de intervenir incluso para proteger compañías icónicas».

Suecia, Dinamarca, Finlandia y Holanda están todas entre los 10 países más globalizados del mundo, y Noruega está entre los primeros 20. Según el Banco Mundial, Dinamarca y Noruega están entre los 10 primeros países del mundo con «Facilidad para hacer negocios«, y Suecia y Finlandia están entre los primeros 20.

Suecia, Noruega y Dinamarca no tienen salarios mínimos obligatorios en absoluto.

Suecia incluso adoptó un sistema de elección escolar en los 90, que incluye escuelas privadas, y ha funcionado.

Quizá Sanders debería observar a esos países para aprender lo que han logrado para su gente trabajadora: mantenerse lejos de una economía planeada socialista y en cambio permanecer en una economía de mercado; mantener los beneficios del libre comercio y rehusarse a intervenir para salvar incluso las compañías mejor conectadas; mantener una economía globalizada e interconectada; maximizar la facilidad para hacer negocios; eliminar los salarios mínimos; y adoptar la elección escolar universal en toda la nación, incluyendo escuelas privadas.

Me anoto para el socialismo.

Estados Unidos

Pero hablando en serio, ¿alguien cree realmente que el socialismo democrático en Estados Unidos podría colapsar en un comunismo autoritario? Por favor.

Diana West, autora de «American Betrayal: The Secret Assault on Our Nation’s Character,» (Traición americana: El ataque secreto al carácter de nuestra nación) sugiere que los estadounidenses nunca han enfrentado verdaderamente a la maldad del socialismo «en parte debido al gran éxito de la infiltración comunista en las instituciones de poder e influencia estadounidenses», lo que «ayudó a establecer las burocracias de lo que hoy llamamos el ‘Estado profundo'».

Esto conduce a una «reticencia institucional» a abrir la caja de Pandora del pasado, ya que los «crímenes comunistas dependieron de la complicidad de Occidente».

Al ahondar en esos crímenes, West reportó que los expertos que documentan a los funcionarios del gobierno federal de EE. UU. que asisten a los soviéticos, con respecto a las actividades que se «aceleraron durante» la administración del entonces presidente Franklin Roosevelt en los 30 y 40, calculan ahora que su número está por encima de los 500, muy por arriba del puñado de Aldrich Ameses y Rosenbergs que popularmente se recuerdan, lo cual ella llamó «un fiasco de seguridad nacional de una magnitud que nunca ha entrado en la comprensión nacional».

Como voz desde dentro de esta crisis, el exasesor de campaña de Trump, Jerome Corsi, autor de «Silent No More: How I Became a Political Prisoner of Mueller’s ‘Witch Hunt’» (Ya no más en silencio: Cómo me convertí en prisionero político de la ‘caza de brujas’ de Mueller») apareció fresco de su persecución a manos del exasesor especial Robert Mueller. Como contexto histórico, Corsi sostuvo que luego de la Segunda Guerra Mundial, había quedado claro que Estados Unidos no iba a caer en la clásica revolución marxista.

Por eso, ya en los 50, reportó Corsi, el Partido Comunista tomó la decisión explícita de que la mejor forma de tomar el poder era apropiarse del Partido Demócrata al que por tanto tiempo el Partido Comunista de Estados Unidos había denigrado. Por ejemplo, un informe del FBI sobre el mentor de Obama, Frank Marshall Davis, relató: «Miembros de elementos subversivos en Honolulu estaban concentrando esfuerzos para infiltrar el Partido Demócrata a través de controlar Clubes Precinto y organizaciones».

El 6 de abril de 1950, Davis mismo fue elegido secretario asistente y delegado de la Convención Demócrata Territorial más tarde ese mes. Veinte años después, Marshall se convirtió en el mentor del joven Barack Obama.

West advirtió: «Aún existe una amenaza a esta república de la ideología de Marx y Lenin». Ella notó que luego del colapso de la URSS en 1991, «se supone que estas ideologías quedaban obsoletas» pero «el Mundo Libre nunca expuso y juzgó completamente como malvada» a la historia que condujo a esa caída—»no a la par de cómo se expuso y juzgó al nazismo».

Algo similar sucedió a los sindicatos en Estados Unidos desde entonces, dice Trevor Loudon, cineasta sobre la amenaza roja y autor de «The Enemies Within: Communists, Socialists, and Progressives in the U.S. Congress» (Los enemigos dentro: Comunistas, socialistas y progresistas en el Congreso de EE. UU.) Él afirma que en 1995, los Socialistas Democráticos de América (DSA), la organización marxista más grande de EE. UU., tomó el control de AFL-CIO, el sindicato de trabajadores más grande de EE. UU., bajo el liderazgo de John Sweeney.

Joel Kotkin del Instituto de Políticas Progresistas va aún más lejos: «Sweeney aboga por el estilo de socialismo democrático europeo. Él abrió la participación en el AFL-CIO a delegados que se relacionan abiertamente al Partido Comunista, los cuales apoyaron con entusiasmo su ascenso. El Partido Comunista de EE. UU. (CPUSA) dice que está ahora en ‘completo acuerdo’ con el programa del AFL-CIO. ‘El cambio radical tanto en liderazgo como política es un cambio muy positivo, incluso histórico’, escribió el presidente nacional del CPUSA, Gus Hall, en 1996 luego de la convención AFL-CIO».

El cambio, según Loudon, abrió las compuertas de radicales de izquierda en el movimiento trabajador estadounidense que por mucho tiempo estuvo bajo fuego cruzado entre simpatizantes soviéticos, jefes de la mafia y críticos del comunismo.

El giro completo del AFL-CIO de 1995, dice Loudon, cambió «la cara del Partido Demócrata de manera increíble». En 1994, solo el 25 por ciento de los demócratas se identificaba como progresista; para 2018, esa cifra se había más que duplicado al 51 por ciento—una mayoría por primera vez en la historia, según Gallup. Incluso más revelador, este mismo año una encuesta sugería que un 77 por ciento de demócratas creían que Estados Unidos estaría «mejor» con el socialismo.

Hoy, dice West, los estadounidenses se están enterando de otro fiasco semejante: «células dentro del gobierno estadounidense han intentado dar vuelta la elección de 2016 y destruir la presidencia de Donald Trump». Aún más, ella argumenta que «el ‘hilo rojo’ de la influencia marxista vincula estos dos fiascos en una crisis que continúa», como detalla en su última obra «The Red Thread: A Search for Ideological Drivers Inside the Anti-Trump Conspiracy» (El hilo rojo: La búsqueda de conductores ideológicos dentro de la conspiración anti-Trump).

¿Campos de la muerte?

Justo antes de morir, el déspota comunista de Camboya, Pol Pot, quien supervisó la aniquilación de hasta un cuarto de la población de su país—incluyendo ciudadanos condenados por usar lentes—le contó al New York Times: «Llegué para llevar a cabo la lucha, no para matar gente. Incluso ahora, y me puedes ver: ¿soy una persona salvaje?»

Pol Pot llegó para llevar a cabo la lucha.

Sanders cree en una democracia vigorosa.

El problema tanto con el socialismo como el comunismo es su base filosófica, la cual tiene ahora casi 100 millones de cadáveres desparramados: suplanta a Dios con el Estado.

Comienza allí, y prepárate para los campos de la muerte.

No debemos permitir eufemismos que nos arrullen a dormir.

Christopher C. Hull tiene un doctorado en gobierno de la Universidad Georgetown. Es presidente de Issue Management Inc., un fellow senior distinguido en el Instituto Gatestone, senior fellow en Americans for Intelligence Reform, y autor de «Grassroots Rules» (Stanford, 2007).

Las opiniones expresadas en este artículo son la opinión del autor y no reflejan necesariamente las opiniones de La Gran Época.

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