Opinión
Todo aquel que quiera evitar la guerra nuclear y ampliar las oportunidades económicas debe exigir que la dictadura china responda a esta pregunta: ¿por qué la nuclearmente armada China continental está escalando militar y diplomáticamente su disputa fronteriza del Himalaya con India con armas nucleares?
El 8 de junio, el South China Morning Post —una voz independiente, pero cada vez más una emisora de propaganda de Beijing— publicó un artículo promocionando la operación de refuerzo del Ejército Popular de Liberación en el Himalaya.
Yo disfruté de la foto de los soldados de infantería del Ejército de Liberación Popular sentados en un avión de carga con mascarillas quirúrgicas. Obviamente, las tropas consideran el virus COVID-19/Wuhan como una amenaza.
Ahora, no cometan el error de ceder ante los propagandistas procomunistas que condenan el nombre de Wuhan como «racista» y «una provocación». ¿Qué hay en un nombre? Lugar, no raza. Lugar de origen, no etnia. Evidencia: fiebre maculosa de las Montañas Rocosas, virus del Nilo Occidental (Uganda) y enfermedad de Lyme (Connecticut). Nuestra plaga global hizo erupción por primera vez en Wuhan.
El pie de foto del periódico de Hong Kong decía que las tropas volaban desde la provincia de Hubei. Wuhan es la capital de Hubei. ¿El periódico proporcionó un indicio de que la pandemia vuelve a hacer estragos?
¿Y en cuanto a la guerra entre los gigantes asiáticos China e India? Tenemos un ciclo de cinco décadas de episodios de «ojo por ojo» en la frontera entre China e India en el Himalaya, seguidos de una tentativa de reconciliación.
Sin embargo, la guerra entre China e India de 1962 no es una historia antigua. Los optimistas observan que el cese del fuego de 1962 entre China e India ha producido una especie de estabilidad, pero no es un tratado de paz ratificado. De hecho, desde 1962, la «guerra congelada» ha persistido a nivel literal, con soldados en los campos de nieve. Los «conflictos congelados» tienen el barniz de la estabilidad, pero en realidad son guerras lentas libradas por medios diplomáticos, económicos y culturales, y ampliaciones militares.
Los nacionalistas de Beijing y Nueva Delhi continúan usando diferentes nombres para los territorios en disputa. Por ejemplo, los chinos se refieren a una zona en disputa como el sur de Tíbet. Los indios la llaman la frontera norte del estado de Arunachal Pradesh. La controversia se refiere también al agua. China e India compiten por la energía hidroeléctrica y los recursos hídricos del Himalaya. Mire el mapa. La llaman la guerra del agua del río Yarlung Tsangpo-Brahmaputra.
El conflicto armado se hace más probable cuando los líderes chinos e indios ven sus disputas en el Himalaya como una conveniente contienda que sirva a fines políticos nacionales o, mucho peor, para el planeta Tierra, como una oportunidad para obtener una ventaja significativa sobre un adversario estratégico importante. La perspectiva número uno produce la guerra por un error de cálculo. La segunda produce la guerra cuando un bando decide negar al agresor una ventaja estratégica innecesaria.
La dramática contracción económica de China importa. Yo dudo que China conozca los puntos porcentuales exactos, pero gracias a su encubrimiento del virus COVID-19/Wuhan, la tendencia de Beijing a poner pintalabios en los números feos se ha convertido en una reputación mundial de mentira descarada.
A esto se añade esta razonable suposición: la economía de China no verá sus tasas de crecimiento de 1990 a 2017. La decisión de Estados Unidos de desacoplar las cadenas de suministro, la lenta pero similar respuesta de Europa Occidental y una comprensible aunque poco analizada reacción contra Beijing en África y el suroeste de Asia apoyan esta suposición. Algunos economistas sostienen que en 2019, Estados Unidos superó a China como el mayor socio comercial de India.
El Partido Comunista Chino se siente amenazado por el declive económico, la resistencia de Hong Kong y el retroceso de la pandemia. En el siglo XX, el PCCh atrajo el apoyo político interno al exigir la devolución de los puertos bajo tratados, como Hong Kong. La actual expansión de Beijing en el Mar de la China Meridional y la búsqueda de reivindicaciones «tradicionalistas» en el territorio del Himalaya repiten este motivo. De ahí el escenario más probable: Beijing se está esforzando por conseguir apoyo interno.
Sin embargo, si alguien en un glaciar comienza a disparar, no se puede descartar totalmente una breve Guerra Sino-India 2020 (la Guerra por el Tíbet del Sur) en la que China lanza una invasión limitada con el objetivo de empujar la frontera 20 millas al sur en los sectores oriental u occidental. Después de la «mordida» territorial, China pediría un alto el fuego para evitar la escalada a una guerra nuclear y ofrecería negociar una frontera permanente. Este hecho se opone a un avance significativo de China. En 1962, Beijing aclimató su infantería a grandes altitudes. Nueva Delhi no lo hizo. En 2020, las fuerzas de primera línea de ambos lados se aclimataron. ¿Y los chicos de Hubei? No todavía.
Austin Bay es coronel (retirado) de la Reserva del Ejército de los Estados Unidos, autor, columnista sindicado y profesor de estrategia y teoría estratégica en la Universidad de Texas. Su último libro es ‘Cocktails from Hell»: Five Wars Shaping the 21st Century’.
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