Esperar una vacuna puede ser imposible; si es así, abran la economía ahora

Por Peter St Onge
07 de mayo de 2020 3:44 PM Actualizado: 07 de mayo de 2020 3:44 PM

El New York Times publicó un cronograma detallado el 30 de abril donde se estimó que desarrollar una vacuna para el virus COVID-19 podría tomar hasta 15 años. Observando que las vacunas recientes han tardado entre 11 y 28 años en desarrollarse, incluso con generosas suposiciones y perfecta suerte, el NYT espera que esto de alguna manera se pueda reducir a poco más de dos años, por ahí a junio de 2022.

Mientras fallan las cadenas de suministro y millones de personas luchan por pagar sus facturas, este calendario supone que mantener cerrada la economía hasta que llegue la vacuna puede ser absolutamente imposible. Si es así, estamos pagando este enorme precio para simplemente retrasar lo inevitable, e incluso para empeorarlo.

Ya hay informes generalizados de escasez en Estados Unidos, que van desde carnes a pañales y fórmulas para bebés hasta productos esenciales como el dióxido de carbono industrial, un elemento crítico que se usa como refrigerante y en la fabricación de productos farmacéuticos. Nadie sabe realmente el impacto total de una cadena de suministro rota, aunque tenemos indicios de experimentos socialistas como el de Venezuela.

Por otra parte, millones de personas en todo Estados Unidos del Norte ya están experimentando los peligros para la salud de los cierres prolongados. Un estudio realizado por investigadores de Suiza, Canadá y Estados Unidos estima que muchas veces más personas podrían morir por los conocidos peligros para la salud del propio aislamiento social —suicidio, depresión, alcohol— incluso que las estimaciones actuales del virus.

Añadiendo los riesgos de jugar a la ruleta rusa con nuestras cadenas de suministro, los efectos de salud de los cierres podrían inundar rápidamente el propio virus. Si esas fallas en la cadena de suministro impactan en el desarrollo de la vacuna en sí, como ya lo hizo el CO2 industrial, los cierres podrían ser catastróficos y efectivamente interminables.

Debido a que los cierres previenen casos relativamente inofensivos entre los jóvenes, los cierres más prolongados realmente corren el riesgo de agravar el daño retrasando la inmunidad colectiva que eventualmente vamos a necesitar. Se necesita esa inmunidad grupal para que la sociedad vuelva a ser segura para los ancianos y los vulnerables, que de otro modo se enfrentarían a muchos más meses de aislamiento, posiblemente año tras año hasta que llegue la vacuna.

A lo largo de esta crisis, Suecia, Corea del Sur, Taiwán y Japón ofrecieron una alternativa convincente, implementando medidas prudentes para proteger a los ancianos mientras mantenían la economía y la sociedad abiertas. Corea del Sur, Taiwán y Japón han registrado tasas de mortalidad por COVID-19 que oscilan entre 0,3 por millón en Taiwán y 5 por millón en Corea del Sur, muy por debajo de las 107 muertes por millón en Canadá o 218 por millón en Estados Unidos, según las cifras del 6 de mayo.

En Suecia, el país más afectado de los países abiertos, se realizó una estrategia intencional para promover la inmunidad colectiva que se tradujo en una tasa de mortalidad de 291 por millón, un 33% más alta que la tasa de Estados Unidos, lo que representa unas 700 muertes adicionales en Suecia en comparación con la tasa de Estados Unidos. Pero ahora la inmunidad colectiva parece que se está arraigando, con una tasa de mortalidad promedio de COVID-19 durante el período del 3 al 5 de mayo de alrededor de 6 por millón en Suecia, en comparación con 5 por millón en Estados Unidos y 4 por millón en Canadá.

Por su parte, el impacto laboral de COVID-19 ha sido casi nulo en Suecia y en los demás países que han permanecido abiertos. El desempleo es ahora del 7,2% en Suecia, por el momento más bajo de lo que era a finales de enero antes de la crisis. De hecho, una de las principales preocupaciones de Suecia fue el desempleo causado por los cierres en sus países socios comerciales. Corea del Sur, Taiwán y Japón han experimentado leves incrementos en el desempleo, tal vez por el distanciamiento social voluntario de algunos clientes de restaurantes y hoteles.

Las cifras comparables son brutales en países que han cerrado sus economías. Un estudio estimó que el 33% de los estadounidenses han perdido la mitad o más de sus ingresos debido a la COVID-19, siendo esa estimación del 36% en Canadá y del 24% en el Reino Unido. Dado el desfase en los datos oficiales de empleo, el estudio estima que la verdadera tasa de desempleo es ahora del 23% en Estados Unidos, el 22% en Canadá y el 17% en el Reino Unido.

En resumen, las economías abiertas están trabajando duro para alimentar a sus familias y avanzar hacia la inmunidad colectiva, mientras que en las economías cerradas, nuestros líderes se esconden en sus sótanos rezando por una vacuna que tal vez nunca llegue a tiempo.

Además, si estas tendencias continúan, países como Canadá y Estados Unidos habrán sacrificado su economía, arruinado sus cadenas de suministro fundamentales e incurrido en miles de muertes adicionales por nada más que un retraso de unos pocos meses en la inmunidad en manada, dejando la economía devastada, millones de personas sin trabajo y sin ahorros, y los ancianos y vulnerables tan expuestos como lo estaban cuando comenzó la crisis.

Dado el irresponsable encubrimiento del Partido Comunista Chino de la propagación temprana del virus, miles de muertes fueron, lamentablemente, inevitables. Todos queremos medidas prudentes para proteger a nuestros ancianos y los más vulnerables, pero lo prudente en este momento no significa meter la cabeza en la arena y esperar que todo desaparezca. Y no significa encerrar al mundo por años, incluso décadas, esperando una vacuna que tal vez nunca llegue a tiempo.

Más bien, la prudencia en este punto significa desarrollar planes sólidos para proteger a los vulnerables, mientras se construye inteligentemente la inmunidad colectiva. Y, sobre todo, significa abrir la economía, lo más rápido posible, para que podamos limitar las víctimas finales tanto del virus como de sus consecuencias económicas.

Todos tendremos que trabajar juntos para derrotar este virus, y no podemos hacerlo escondiéndonos en casa esperando que a nuestros líderes les crezca una espina dorsal.

Peter St Onge es un antiguo profesor de la Universidad Feng Chia de Taiwán. Tiene un blog en ProfitsOfChaos.com.

Los puntos de vista expresados en este artículo son las opiniones del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de The Epoch Times.


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