Comentario
Con demasiada frecuencia, la historia y la experiencia nos abren los ojos a un conjunto de hechos y, sin embargo, nos dejan ciegos ante otros. Nuestras experiencias y la información sobre la que basamos nuestros juicios tiñen nuestras percepciones y nos llevan a ciertas predisposiciones.
Es por eso que las naciones que se preparan para la próxima guerra suelen aplicar gran parte de las mismas lecciones que aprendieron de la anterior, lo que puede resultar costoso. Tratar de evitar la repetición de la historia puede, en sí mismo, ser un defecto en la percepción. Es importante mantenerse informado por la historia, sin embargo no es bueno quedar atrapado por ella.
¿No hay una razón para una Guerra Fría?
Ese es un desafío para algunos a la hora de evaluar la amenaza que Estados Unidos enfrenta hoy en día proveniente de China.
Así, el historiador Melvyn Loffler, profesor emérito de la Universidad de Virginia, escribió en The Atlantic recientemente: «Los chinos de hoy no están tratando de destruir el estilo de vida de los estadounidenses, como se decía que los soviéticos hacían en la década de 1940». Con confianza concluye que no hay razón para que surja una Guerra Fría entre Estados Unidos y China.
Loffler va aún más allá, afirmando que «los chinos aceptan aspectos fundamentales de nuestro mercado capitalista, y tienen intereses similares en detener el cambio climático, combatir a los terroristas y luchar a las pandemias».
¿Cómo lo sabe Loffler?
China no quiere ‘asociarse’ con EE.UU.
Solo porque un académico de la Guerra Fría explique que los patrones históricos de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética son muy diferentes de las actuales fricciones políticas y económicas que saturan la relación entre Estados Unidos y China, eso no prueba en lo más mínimo que el dominio global a expensas de Estados Unidos no es el objetivo político y económico de China.
Eso es, de hecho, precisamente el objetivo públicamente declarado por el Partido Comunista Chino (PCCh). Al hacerlo así, se pusieron ellos mismos contra la pared, y ahora tienen que cumplir con ese objetivo.
Sin embargo, para lograrlo, se requerirá un cambio fundamental en la posición en la cual se encuentra hoy Estados Unidos en el mundo, de ser una superpotencia dominante a una nueva nación de nivel inferior con un estatus disminuido. No hace falta decir que esa evaluación se aproxima al punto de vista de la Casa Blanca, lo que la pone en desacuerdo con el profesor Loffler y con gran parte del mundo académico estadounidense.
¿Quién tiene razón?
China rechaza el modelo de comercio liberal
El simple hecho de que haya una guerra comercial intensa y muy dañina entre Estados Unidos y China es precisamente porque China no «acepta aspectos fundamentales de nuestro mercado capitalista».
Su comportamiento desde que se unieron a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en el año 2000, ha estado en oposición directa a los mercados abiertos y a las políticas de libre comercio que prometieron tener.
Recuerda, el aspecto fundamental del capitalismo es la creación de riqueza derivada de la actividad de mercado basada en los beneficios. Esto significa aprovechar el mecanismo de precios y el libre flujo de información para la distribución eficiente de los recursos, la inversión de capital y la producción de los bienes correctos en la cantidad correcta al precio correcto o de «mercado».
En su mayor parte, el PCCh ha rechazado estos aspectos básicos del capitalismo. Eso es comprensible; porque si lo hicieran, pronto se encontrarían sin poder.
El «capitalismo de Estado» de China es el mercantilismo
Más bien, China prefiere la estrategia de maximización de la cuota de mercado del mercantilismo. Específicamente, durante 30 años, China ha aprovechado las diferencias salariales para atraer a los fabricantes occidentales, y luego ha vendido sus productos más baratos a las economías occidentales a precios más bajos de los que los productores locales pueden cobrar para mantener su negocio. Esto dio lugar a la quiebra de miles de productores de las naciones occidentales y a la ampliación de la cuota de mercado de las empresas chinas.
Los beneficios de estas empresas en expansión son obtenidos por el Partido Comunista, y el capital de trabajo para estas empresas ahora estatales (EPE) es suministrado por la inversión extranjera directa o por el Banco Popular de China (PBOC), que presta cada vez más dinero a las empresas que terminan siendo propiedad de los miembros del Partido, convirtiéndolos en millonarios y multimillonarios.
Lo que es más revelador es el programa «Made in China 2025», cuyo objetivo declarado es realinear los centros tecnológicos del mundo desde Estados Unidos, Europa y Japón hacia China. El efecto derivado sería destruir las capacidades de investigación y alta tecnología de esas naciones, haciendo que el resto del mundo dependa cada vez más de China. Desde entonces, el programa ha cambiado de nombre, pero el objetivo sigue siendo el mismo.
No es un aliado contra el terrorismo, la contaminación o las pandemias
En cuanto a ser parte de la lucha global contra el terrorismo, China es un gran proveedor de armas de alta tecnología para Irán, que es el mayor exportador mundial de terrorismo patrocinado por un Estado y un enemigo declarado de Estados Unidos. China es también un importante importador de petróleo iraní.
Pero, ¿qué pasa con el cambio climático?
¿Es China el «socio crucial» que Loffler insiste en que es? No. Contrariamente a la afirmación de Loffler de que China no puede compararse con la antigua Unión Soviética, en realidad, sí puede. Tanto Rusia como China tenían, y han tenido, economías centralizadas, que por definición se basan en el soborno y la corrupción para funcionar.
Porque la economía de China se basa casi por completo en la corrupción, el despilfarro, el fraude y la contaminación extrema que solo vienen con el sistema del capitalismo de estado. China ha hecho pocos progresos en comparación con Estados Unidos y Europa en esa área.
De hecho, tanto China como Rusia se encuentran entre los peores contaminadores del mundo. Otros países donde la corrupción es la regla, como Pakistán y la India, también son grandes contaminadores. La mayor parte de la contaminación del mundo proviene en realidad de las naciones asiáticas.
En lo que respecta a la lucha contra el terrorismo y las pandemias, el PCCh desde hace décadas que está llevando a cabo actos de terrorismo político y religioso contra sus propios ciudadanos. ¿Y las pandemias? Es poco probable, dado que la adicción a los opiáceos que azota a Estados Unidos, y que se cobra decenas de miles de vidas de jóvenes estadounidenses cada año, es alimentada por los laboratorios chinos de fentanilo.
La nueva Guerra Fría ya está aquí
No debería ser difícil ver que China está librando una Guerra Fría contra Estados Unidos, y lo ha hecho desde el año 2000. China no está interesada en seguir a Estados Unidos ni en estar sujeta a las reglas que impone una superpotencia mundial. El único objetivo del PCCh con respecto a Estados Unidos es reemplazarlo como la única superpotencia del planeta lo antes posible.
Tiene mucho más sentido evaluar las políticas de China en función de lo que valen las intenciones conocidas de los líderes del PCCh, las capacidades de China y la voluntad de liderazgo del Partido de aprovecharlas para lograr sus objetivos antiestadounidenses. Todos estos hechos apuntan a un esfuerzo sostenido y peligroso para reemplazar a Estados Unidos en su papel de hegemonía mundial.
Esto es muy claro para la Casa Blanca.
¿Por qué el mundo académico no lo ve?
James Gorrie es un escritor y conferencista radicado en el sur de California. Es el autor de «La crisis de China».
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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