En una época en la que el feminismo parece imponerse, hay mucha presión para que los padres actúen de forma más suave y femenina en el trato con sus hijos. No debe aparecer ni rastro de esa «tóxica masculinidad».
Tal vez por eso vemos que cada vez más se condena la competitividad («¡todos tienen un trofeo de participación!») o las actividades «peligrosas» como los trineos de invierno («¡el pequeño Johnny podría chocar con un árbol!»), o permitir que los niños se alejen unas cuadras de casa sin la supervisión de un adulto («¡los podrían secuestrar!»). ¿Por qué querríamos que los padres, sobre todo los papás, insistieran en las virtudes tradicionalmente masculinas de la competencia y la aventura a sus hijos cuando estamos tratando de erradicar la tóxica masculinidad de la sociedad?
Pero aunque esta mentalidad se promueve sutilmente en la cultura actual, un nuevo estudio publicado en la revista Psychology of Men and Masculinities la cuestiona. El estudio enumera las características masculinas típicas —»competitividad, audacia, aventura, dominio, fuerza, valentía y resistencia a la presión»— como rasgos positivos, y los padres que las demostraron fueron «calificados de demostrar un buen comportamiento como padres».
Los investigadores expresaron su sorpresa por este vínculo entre las cualidades masculinas y la buena crianza. La autora principal del estudio, Sarah Schoppe-Sullivan, reconoció, sin embargo, que «los padres que se ven a sí mismos como competitivos y aventureros y los otros rasgos masculinos tendían a estar realmente comprometidos con sus hijos».
Tal vez esto resulte sorprendente para quienes viven en una sociedad “woke», políticamente correcta y feminista, pero no debería ser así para quienes observan a los padres a través de la historia. Por ejemplo, Teddy Roosevelt. En una carta a un amigo a finales de 1900, Roosevelt explicaba que había sido un niño enfermizo, probablemente del tipo que habría sido objeto de burlas y tachado de afeminado por otros niños de su edad. Su padre le ayudó a superar esta difícil infancia, no solo con su gentileza, sino también por su carácter varonil.
Roosevelt explica:
«Tuve la suerte de tener un padre al que siempre pude considerar como un hombre ideal. Suena un poco pretensioso decir lo que voy a decir, pero él realmente combinaba la fuerza, el valor, la voluntad y la energía del hombre más fuerte con la ternura, la limpieza y la pureza de una mujer. (…) No solo me cuidó mucho e incansablemente —algunos de mis primeros recuerdos son de noches en las que caminaba conmigo durante una hora en sus brazos cuando yo era un miserable pequeño que sufría de asma—, sino que sabiamente también se negó a mimarme y me hizo sentir que debía obligarme a mantenerme al lado de otros niños y prepararme para hacer el duro trabajo del mundo».
El padre de Roosevelt era varonil, atrevido y valiente, y transmitió estos rasgos a su hijo, permitiéndole mantenerse firme bajo presión. Gracias a estos rasgos varoniles, el padre de Roosevelt fomentó el respeto y el amor por sí mismo en el corazón de su hijo:
«No puedo decir que alguna vez lo haya expresado con palabras, pero ciertamente me dio la sensación de que siempre debía ser decente y varonil, y que si era varonil nadie se reiría de mi decencia. En toda mi infancia no me puso la mano encima más que una vez, pero siempre supe perfectamente que, en caso de que fuera necesario, no tendría la menor duda en volver a hacerlo, y tanto por mi amor como por mi respeto y, en cierto sentido, por mi miedo a él, habría odiado y temido sin medida que supiera que había sido culpable de una mentira, o de crueldad, o de intimidación, o de inmundicia o de cobardía».
Por mucho que se desprecie o se adore la política de Roosevelt, hay que admitir que llevó una vida impresionante, demostrando valor en el campo de batalla, exhibiendo tanto un fuerte intelecto como una gran ética de trabajo, y demostrando liderazgo desde el más alto cargo del país. ¿Habría alcanzado tal éxito si su padre lo hubiera mimado, negándose a equilibrar el tierno cuidado de su hijo enfermizo con sus cualidades varoniles? Resulta dudoso.
Hoy tenemos lo que los autores Warren Farrell y John Gray llaman la «crisis de los chicos«, una crisis en la que los chicos no se convierten en hombres, tienen problemas en la escuela, se meten en líos y tienen dificultades para encontrar esposa. ¿Veremos cómo se resuelve esta crisis si animamos a los padres a practicar y modelar de nuevo sus virtudes masculinas, mostrando no solo amor y dulzura, sino también valor, competitividad y espíritu aventurero?
Annie Holmquist es editora de Intellectual Takeout y editora online de Chronicles Magazine, ambos proyectos del Charlemagne Institute. Este artículo se publicó originalmente en Intellectual Takeout.
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