El Viento del Norte y el Sol tenían una disputa sobre cuál de los dos era más fuerte. Mientras discutían con mucho calor y fanfarronería, pasó por el camino un viajero envuelto en un manto.
«Pongámonos de acuerdo», dijo el Sol, «en que el más fuerte es quien pueda despojar a ese viajero de su capa».
«Muy bien», gruñó el Viento del Norte, y al instante envió una ráfaga fría y aullante contra el viajero.
Con la primera ráfaga de viento, las puntas de la capa azotaron el cuerpo del viajero. Pero inmediatamente la envolvió con fuerza, y cuanto más fuerte soplaba el viento, más la estrechaba contra él. El Viento del Norte rasgaba furiosamente la capa, pero todos sus esfuerzos eran inútiles.
Entonces el Sol comenzó a brillar. Al principio sus rayos eran suaves, y en la agradable calidez después del amargo frío del Viento del Norte, el viajero desabrochó su capa y la dejó colgar libremente de sus hombros. Los rayos del Sol eran cada vez más cálidos. El hombre se quitó la gorra y se secó la frente.
Al final se acaloró tanto que se quitó la capa y, para escapar del sol abrasador, se tiró a la agradable sombra de un árbol junto al camino.
La gentileza y la persuasión amable ganan donde la fuerza y la bravuconería fracasan.
Esta fábula está reproducida en «Esopo para niños» (1919).
Esopo (c. 620-564 a.C.) fue un narrador griego al que se le atribuye una serie de fábulas que ahora se conocen colectivamente como «Fábulas de Esopo». Sus cuentos, con su valor moral, han influido durante mucho tiempo en nuestra cultura y civilización, contribuyendo no solo a la educación y a la formación del carácter moral de los niños, sino también, con su atractivo universal, a la autorreflexión de los adultos que han decidido adoptar las virtudes o prestar atención a las advertencias que contienen.
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