Finalmente descubrimos el centro del escándalo del dossier Steele

Por Roger Kimball
07 de noviembre de 2021 8:08 PM Actualizado: 07 de noviembre de 2021 8:08 PM

Opinión

«Los que carecen de sensibilidad nos tienen en su poder».

Siempre me ha gustado ese comentario del ensayista inglés William Hazlitt.

Apuesto que a Hillary Clinton y a sus secuaces, incluido el desacreditado espía Christopher Steele, también les gusta.

¿Durante cuánto tiempo «el Dossier Steele», esa pila rancia de mentiras, rumores, fantasías y fabricaciones anti-Trump monopolizó la atención del público?

Recordemos que pasó más de un año antes de que nos enteráramos de que el dossier no era un dossier, es decir, una colección de información básicamente verificada sobre un tema, sino simplemente una «investigación» de la oposición, es decir, historias completamente infundadas, pagadas encubiertamente por la campaña de Hillary Clinton.

Se publicaron miles de noticias sobre el Dossier Steele. Los periodistas se dedicaron a analizar cada una de sus acusaciones, pretendiendo sopesar cada una de ellas y rastrear cada historia extravagante.

Todo el aparato del FBI, con la ayuda de nuestras supuestas agencias de «inteligencia», entró en acción.

El pobre y opacado Robert Mueller, que afirmó en una audiencia del Congreso no estar familiarizado con «Fusion GPS», el grupo que desvió dinero de la campaña de Clinton, a través del bufete Perkins Coie, a Steele, fue el jefe titular de una investigación que duró casi dos años.

La prolongada investigación de Mueller, que no aportó ninguna prueba de colusión entre Donald Trump y los rusos, le costó a los contribuyentes estadounidenses unos USD 40 millones.

También destruyó las vidas y carreras de varios aliados de Trump.

Pero hablando de falta de sensibilidad, hace solo unas semanas, Christopher Steele se sentó para una entrevista muy promocionada en Hulu con el apparatchik (ayudante del comunismo) de Clinton, George Stephanopoulos.

Esa vergonzosa actuación fue anunciada de antemano como algo que finalmente reivindicaba el dossier.

Sin embargo, no logró nada de eso.

Si Steele, Stephanopoulos y Hulu hubieran tenido algún grado de sensibilidad, no habrían participado en esa farsa.

Pero carecían de delicadeza, por lo que las audiencias de televisión se vieron sumergidas en otro desbordante pozo de mentiras y tergiversaciones.

Ahora el meticuloso John Durham, quien investiga la corrupción en torno a la investigación (valga la redundancia) a la supuesta colusión con Rusia, ha comenzado a entregar sus hallazgos.

En septiembre, en un documento de 27 páginas, Durham acusó formalmente a Michael Sussmann, un abogado de Clinton y abogado de Perkins Coie, por mentirle al FBI.

En ese momento, la gente comentó sobre la extensión y los detalles de la acusación, especulando que era simplemente «la punta del iceberg» en la investigación de Durham.

La acusación de Durham a Igor Danchenko, el ruso que proporcionó a Steele la mayor parte de la suciedad que acomodó en su expediente, marca un capítulo completamente nuevo en la trama Trump-Rusia.

Como muchos periodistas, he escrito decenas de artículos sobre la novela anti-Trump de larga duración.

Varias veces la comparé con una cebolla, ya que tan pronto como habíamos despegado una capa para exponer a nuevos actores, otra capa se despegaba para exponer personajes más nuevos y desconocidos para el público.

¿Recuerdan cuando conocimos a los tortolitos del FBI Peter Strzok y Lisa Page? ¿Recuerdan cuando salió a la luz el nombre de Joseph Mifsud? ¿O el de Stefan Halper?

Durante un nanosegundo, George Papadopoulos, un ayudante menor de la campaña de Trump, fue considerado la fuente y origen de la narrativa Trump-Rusia. El New York Times nos lo dijo.

Pero quizás ahora, por fin, estemos llegando al verdadero centro de la cebolla que es el Dossier Steele, que a su vez fue el motor principal de toda la investigación Trump-Rusia.

Lo principal que hay que apreciar, como señaló Kimberly Strassel en un magnífico resumen, es que el Dossier Steele realmente debería llamarse «el Dossier Clinton».

Steele obtuvo su información de Danchenko. Pero, como señala Strassel, «la historia más importante de la acusación es el papel central de los demócratas en todos los aspectos del expediente y de la investigación del FBI».

Danchenko alimentó a Steele con varias mentiras, rumores y fabricaciones.

Pero él, a su vez, obtuvo la mayoría de esas invenciones premasticadas de Charles Dolan, otro apparatchik de Clinton, identificado como «Ejecutivo PR-1» en la acusación de Durham.

La acusación alega que, en agosto de 2016, Danchenko le pidió a Dolan cualquier «pensamiento, rumor, alegación» sobre la renuncia de Paul Manafort, exdirector de campaña de Trump, porque él, Danchenko, estaba trabajando en un «proyecto contra Trump».

Aquí es donde la cosa se pone interesante, o al menos surrealista.

Danchenko no era un operativo de alto nivel del Kremlin como Steele dijo que eran sus fuentes. Era un empleado anti-Trump del Brookings Institution en Washington.

En cuanto a Dolan, simplemente inventó cosas. Dijo en un correo electrónico que tomó una copa con un «amigo republicano que conoce a algunos de los implicados», de quien dijo que entregó parte de la información que había proporcionado.

Como señala Strassel, los fragmentos del correo electrónico «aparecen casi textualmente en el expediente Steele, aunque son (graciosamente) provistos por un ‘colaborador cercano a TRUMP'».

Y no sólo eso: «la acusación dice que Dolan le dijo más tarde al FBI que había inventado lo de la reunión con un amigo del Partido Republicano y que simplemente había pasado información que había leído en la prensa».

Strassel tiene razón: «El dossier Clinton debería pasar a la historia como uno de los mayores escándalos de la historia política de Estados Unidos. No sólo por la amplitud de la estafa, sino por el tiempo que se han tardado en sacarlo a la luz».

«Uno de los más grandes». Justo al lado del dossier Clinton está el engaño de la insurrección del 6 de enero.

Eso también es bastante grande y será bastante difícil de exponer.

Sin embargo, con el tiempo, sospecho que los historiadores del futuro llegarán a la conclusión de que, en esencia, el episodio del 6 de enero no es completamente separable del engaño de la colusión con Rusia.

Fueron hechos de la misma manera, involucran a muchos de los mismos jugadores, y su enemigo no es solo Donald Trump, sino el espíritu populista que lo llevó al poder y que, por un breve momento, pareció estar haciendo grande a Estados Unidos nuevamente.


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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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