La nueva edición anual del Foro de São Paulo, la XXV, inició sus sesiones el jueves pasado, 25 de julio, en Caracas y culminó este domingo, bajo el lema «Por la Paz». Este encuentro de militantes de la izquierda más recalcitrante se realiza anualmente en un país diferente. Recibe su nombre de la ciudad que celebró el primer encuentro, en 1990, en Brasil.
Ese año, los creadores del Foro, Fidel Castro y Lula Da Silva, siguiendo la receta castrista, trataron entonces de «multiplicar los ejes de confrontación» a fin de disfrazar el fracaso del enfrentamiento del comunismo contra el capitalismo y de la revolución proletaria tras la caída del Muro de Berlín y la debacle de la Unión Soviética.
Para ello, se buscó incorporar al discurso de la izquierda temas de grupos sociales, sectoriales, funcionales y territoriales, tales como el feminismo, el indigenismo, el ecologismo, el regionalismo, la defensa de género, de grupos estudiantiles y todos los temas posibles para enfrentar a la democracia liberal, que entonces se tildó como «neoliberalismo». Así de atrasada es esa izquierda nucleada alrededor del Foro.
Casi 30 años después, el Foro es hoy un mero recordatorio de glorias pasadas: con líderes muertos, como Hugo Chávez y Fidel Castro o presos, como es caso de Lula Da Silva. Rafael Correa, está proscrito legalmente. Cristina Kirchner está indiciada. Pepe Mujica es investigado. Pocos son sus líderes no investigados, tales como Evo Morales o Daniel Ortega, pero solamente porque conservan el poder y la capacidad de manipular a jueces y fiscales.
Cuando el Foro se realizó por primera vez, solo uno de sus partidos miembros estaba en el poder, en ese caso, en Cuba. Dos décadas después, en 2008 y 2009, la reunión se convirtió en el punto de encuentro estelar de mandatarios de Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Nicaragua y Venezuela, entre otros. En ese lapso, la constructora Odebrecht, de la mano del gobierno de Lula, y el petróleo venezolano del régimen de Caracas, financiaron el éxito de los proyectos políticos de izquierda promovidos desde el Foro de São Paulo. En ese mismo lapso, solo Colombia, Honduras y Guatemala no fueron gobernados por un partido miembro del Foro.
Hoy, en contraste, el petróleo caro y la corrupción promovida por Odebrecht se acabaron, de modo que el Foro es solo un canal de propaganda para gobiernos como los de Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela. Podría decirse, quizá frívolamente, que es un mero club de la nostalgia, si no fuera una nostalgia alimentada por sangre, como vemos diariamente en Venezuela o Nicaragua, o por ilegalidades y represión, como vemos en Bolivia y Cuba. Un club sin muchas posibilidades de regresar a su etapa estelar, a menos que, como se sospecha, los fondos del narcotráfico del que es beneficiario principal el régimen venezolano,comiencen a ser usados para financiar los nuevos proyectos políticos del Foro.
Por eso, el Foro de São Paulo es más un sindicato delictivo que un proyecto político, una real y criminal mafia política más que una militancia partidista-ideológica. En tal sentido, cobra legitimidad la declaración de non gratohecha por la oposición venezolana. O el que los estudiantes venezolanos lo hayan calificado como el «Foro de la muerte», máxime en la crítica situación que vive Venezuela.
Venezuela presentó nuevos apagones eléctricos masivos el pasado martes y miércoles, en la víspera del Foro. Para este último, la dictadura venezolana gastó 200 millones de dólares en momentos de crisis económica en Venezuela, para recibir 700 delegados de movimientos y partidos políticos de izquierda de 79 países. Y esto para escenificar un teatro: todo fue solo una reunión para aclamar y apoyar a la dictadura venezolana: 700 delegados solo llevados para vitorear al matarife que les pagó transporte, alimentación y alojamiento.
El Foro culminó con la «Declaración y plan de lucha», que apenas es una serie de declaraciones en favor de la libertad de Lula, del presidente boliviano o del fin del imperialismo. De redoblar los esfuerzos de promoción del modelo de revolución instaurado en Cuba pero por medios electorales como lo hizo en Venezuela el fallecido Hugo Chávez. Por la unión de los pueblos «en su lucha permanente para seguir defendiendo las revoluciones y seguir construyendo lo que tengamos que construir». También fue suscrita en la declaración la lucha contra el patriarcado, el racismo, la xenofobia y la criminalización de la migración y contra cualquier forma de discriminación por motivos religiosos, étnicos o de orientación sexual.
En fin: toda una escenificación teatral para simular que el Foro es un bastión de respaldo de la dictadura venezolana ante la comunidad internacional. Un «bastión» con delegados pagados, acomodaticios, que vivieron cuatro días a expensas del hambre del pueblo venezolano. Con una ideología sin respuestas a los retos actuales ni arrepentimientos por todos sus crímenes, pasados y presentes. Y con líderes cuestionados e ilegítimos desde hace mucho tiempo. Un Foro, pues, del crimen, del anacronismo y de la desvergüenza, que no puede ser un ejemplo para nadie en América Latina.
Finalmente, desde México asistieron representantes del oficialista Morena y su aliado Partido del Trabajo, además del «opositor» Partido de la Revolución Democrática (los movimientos que dentro del PRD dicen querer «modernizar» a ese partido, ¿no se deslindarán de su participación en el Foro?). Cabe hacer notar que el respaldo clamoroso que está dando el gobierno mexicano y su alianza partidista a la dictadura venezolana, costó unos millones de dólares: así de barata y acomodaticia se ha vuelto la diplomacia mexicana.
Este artículo fue publicado originalmente en PanAm Post.
Los puntos de vista expresados en este artículo son las opiniones del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de La Gran Época.
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