Opinión
El mundo del siglo XXI es incierto en lo que respecta a los equilibrios de poder internacional. Sin embargo, el alineamiento de los países ya no depende de bloques definidos ideológicamente: el mundo libre versus el mundo comunista, tal como emergió después de la Segunda Guerra Mundial, un mundo que vivía la guerra fría y la carrera armamentista como los ejes principales de la realidad internacional.
México, en esa circunstancia, tenía un sistema político suigeneris, un partido hegemónico en el poder y una democracia prácticamente simulada, en la cual había libertades en la cultura, con libertades restringidas en el ámbito electoral. La disidencia política de izquierda o derecha era reprimida o sometida antes de que pudiera representar un peligro serio.
Cuando el régimen atacó la libertad religiosa se vivió un alzamiento campesino y de clase media en el Bajío y los Altos de Jalisco, la cruenta guerra cristera. Y luego de las represiones a los movimientos estudiantiles de 1968 y 1971, surgió la llamada guerra sucia con guerrillas urbanas de izquierdistas —ferozmente reprimidas— y rurales, especialmente en el estado de Guerrero.
El gobierno operaba con rigor dictatorial, contaba para ello con la Dirección Federal de Seguridad (DFS), una policía política poderosa y el Ejército capacitado para reprimir las disidencias de izquierda o derecha que pudieran amenazar la estabilidad del régimen.
Pero el conformismo social era mayoritario: el desarrollo estabilizador generaba ciertos márgenes de progreso, el sistema educativo, de salud y de seguridad funcionaban con eficiencia y calidad y eso determinaba mucho del apoyo social al régimen. Los gobiernos post revolucionarios apoyaban la cultura, la cual florecía con fuerza, como un elemento legitimador de alguna manera.
La verdadera transformación del sistema se dio con la modernización salinista que representó la conexión de nuestra economía con el capitalismo global, siendo central en ello el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá. Luego de ser una economía cerrada y proteccionista, la economía mexicana se convirtió en una de las más abiertas del mundo.
Y esto fue acompañado con reformas en otros ámbitos como el surgimiento del Instituto Federal Electoral para garantizar elecciones libres, la Comisión Nacional de Derechos Humanos —ya desaparecida la DFS—, la autonomía del Banco de México y Solidaridad, un programa social controlado por las propias comunidades marginadas. Una tecnocracia preparada en las universidades anglosajonas impulsó el proyecto de un México moderno.
El asesinato de Colosio, la pérdida de control en el gobierno de Zedillo que provocó la devaluación del peso y la crisis del “efecto Tequila” y la corrupción en algunas de las privatizaciones al mantener lo más anti moderno en la economía —algo que subsiste hasta ahora—, conocido como el capitalismo de compadres, afectaron severamente la continuidad del PRI en el gobierno y vino el cambio con el arribo del PAN al poder.
Mientras tanto, en el mundo había sucedido una conmoción histórica en 1989: la caída del Muro de Berlín y posteriormente la disolución de la Unión Soviética. La guerra fría acabó y parecía consolidarse una hegemonía unipolar con Estados Unidos, en equilibrio con la Unión Europea. China, por su parte, al poner fin al maoísmo y emprender la modernización de Deng Xiaoping, sin trastocar el férreo control dictatorial del PCCH, se preparaba para jugar un papel económico importante en la nueva faz del mundo.
La evolución económica mexicana convivía con gobiernos emanados de los partidos históricos tradicionales —PAN y PRI— y una oposición híbrida formada por la fusión del izquierdismo reformista con priistas separados del partido en el poder al encontrarse bloqueados por la tecnocracia imperante.
El más representativo de esto último es el actual presidente Andrés Manuel López Obrador, cuya fórmula de gobierno que llama Cuarta Transformación es en realidad una restauración de tipo echeverrista, sin la vocación represiva del mismo, aunque inserta en un México extremadamente violento que, según un informe público del Pentágono, significa que por lo menos el 35 por ciento del territorio mexicano se encuentra bajo dominio de los Cárteles criminales.
Los Cárteles han diversificado sus delitos y no sólo se dedican al narcotráfico, sino también al robo y tráfico de combustible, la extorsión, el cobro de derecho de piso, el secuestro, el tráfico de personas, la prostitución, el control mafioso de industrias locales como la construcción e intervienen ya en la política para controlar también de manera directa los gobiernos locales.
La política del gobierno sintetizada como “abrazos no balazos” ha significado no una pacificación sino un fortalecimiento de las bandas criminales mientras las instituciones de seguridad se mantienen aparentemente pasivas y el Ejército está dedicado a labores de construcción de aeropuertos, ferrocarriles, o de manejo de una aerolínea.
En esta circunstancia, el desgaste gubernamental y de la propia figura del presidente es evidente a pesar de las encuestas. Un presidente popular a lo largo de su sexenio, se encuentra en una cifra de 54 por ciento ya por debajo de los presidentes como Salinas —el de más alta calificación al final de su gobierno con 86 puntos que se desplomó sólo después de su gobierno al ser señalado como responsable de la devaluación de inicios del gobierno de Ernesto Zedillo—, Zedillo, Fox, Calderón y sólo arriba del presidente Peña.
Es natural que la candidata opositora Xóchitl Gálvez haya decidido imponer como tema de la elección presidencial el de la seguridad, por ser un punto débil del actual gobierno, a pesar del reconocimiento social a las pensiones, becas y otros programas sociales, ante los cuales la oposición ha sido incapaz de que la propaganda gubernamental no los capitalice como culto a la personalidad del Presidente y presión para que se vote por Morena. El oficialismo utiliza electoralmente de manera abierta los programas sociales, lo que antes era prohibido por la propia propaganda gubernamental se atribuyeran a un partido político.
Luis Echeverría quiso ser líder del Tercer Mundo y trabajaba para ello. El presidente López Obrador, al margen de sus apoyos a Cuba, Nicaragua y Venezuela y regalos financieros a países centroamericanos, no es un promotor internacional de su figura y no aspira a ser un líder en el medio internacional como fue el caso de Echeverría o lo fue también de Carlos Salinas de Gortari.
Sin embargo, ciertas veleidades interpretadas como un juego doble donde a pesar de los lazos comerciales con Estados Unidos se observa un alineamiento que puede crecer con China y Rusia, puede ser un elemento que explique la campaña de desgaste de su imagen en medios internacionales.
México, siendo socio de Estados Unidos, no puede convertirse en un Estado fallido como de pronto la inseguridad imperante en grandes proporciones de su territorio lo anunciara, tampoco puede alinearse con gobiernos parias o ser parte de la competencia contra Occidente marcada por China y Rusia, por lo menos no como un país integrante de una alianza comercial de América del norte.
¿Estos elementos geopolíticos pueden jugar un papel determinante en las actuales elecciones presidenciales? La candidata oficial, Claudia Sheinbaum, una política que convence en corto a empresarios y diplomáticos, comenzó su campaña siendo rebasada por la candidata opositora Xóchitl Gálvez, quien logró que la seguridad sea el tema principal de la elección. Con su carisma, empieza a conectar con la población en este sentido, al margen de la propaganda negra en su contra, la cual es bastante burda. Son las cosas serias que al candidato de la frivolidad que representa Movimiento Ciudadano lo están disminuyendo; él no es parte del juego.
En la sombra de esta elección el aspecto geopolítico está presente. La interrogante es si esto se va a convertir en un factor oculto o abierto que pueda influir en el resultado final, a pesar de las encuestas, la intervención presidencial, los partidos corrompidos y muchos electores cuya decisión marca un destino trascendente, aunque esto no lo crean o sea de su interés.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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