Globalización: la utopía más vieja y que siempre falla

Por Hristo Guentchev y Marin Guentchev
15 de enero de 2020 1:50 PM Actualizado: 15 de enero de 2020 2:16 PM

Comentario

Hoy en día, muchos consideran que la doctrina de «Estados Unidos primero» es traicionera para los aliados de EE.UU.

En realidad, es todo lo contrario. Estas son las razones:

Globalización: nuevo término para una vieja idea 

Todavía recordamos al elocuente orador que vino a nuestra escuela en la que en ese momento era la Bulgaria comunista. Él argumentaba que el internacionalismo —un concepto que buscaba unificar a todas las naciones— era inevitable. A mediados de la década de 1980, se hizo evidente que el único resultado inevitable del internacionalismo era el fracaso.

Sin embargo, más o menos en esa misma época, Theodore Levitt, al escribir en Harvard Business Review, puso en uso otro término: «globalización». Para nosotros, los europeos del Este, su parecido con el internacionalismo era, y sigue siendo, muy alarmante.

[Nota: A pesar de algunas diferencias en la definición, los términos imperialismo, internacionalismo y globalismo comparten una similitud: todos buscan crear en última instancia una humanidad homogénea eliminando la fragmentación territorial y levantando las fronteras nacionales].

Hoy, los defensores de la globalización argumentan que es una tendencia nueva e imparable. Sin embargo, la historia nos dice que el impulso hacia una humanidad homogénea es quizás la utopía más vieja, universal y subconsciente que la gente ha tratado de alcanzar.

Hasta ahora, cada intento de realizar esta utopía ha fracasado miserablemente. Necesitamos recordar, por ejemplo, el Imperio Babilónico de Nabucodonosor II, la Grecia de Alejandro de Macedonia, los Califatos islámicos, la Francia de Napoleón o la URSS.

Hoy en día, los estados-nación siguen dominando el escenario mundial. ¿Por qué? ¿Por qué el éxito inicial de la globalización siempre termina con el regreso a un mundo fragmentado?

La humanidad fragmentada: un concepto judeocristiano

El concepto de una humanidad fragmentada está profundamente arraigado en la visión del mundo occidental. La historia bíblica de la Torre de Babel —presente tanto en el judaísmo como en el cristianismo, pero no en el islamismo, el budismo y el hinduismo— describe cómo Dios divide una humanidad monolítica en diferentes grupos lingüísticos y los distribuye por todo el mundo.

En efecto, con el surgimiento de la separación lingüística y geográfica, la humanidad adquirió los instrumentos esenciales para la construcción grupal, lo que condujo al posterior surgimiento de las naciones. El punto fundamental aquí es que —en contraste con los otros sistemas de valores importantes—el judaísmo y el cristianismo ven a una humanidad fragmentada como parte de un plan divino.

Beneficios de la fragmentación

La principal ventaja de un mundo fragmentado es que ofrece un entorno competitivo para los sistemas económicos, sociales y jurídicos, una fuerza motriz del progreso humano. Cuando hay rivalidad, especialmente dentro de un dominio común que permite el intercambio de bienes, conocimientos y habilidades, los resultados pueden ser sorprendentes (por ejemplo, la antigua Grecia, la Italia del Renacimiento y la Alemania prebismarckiana).

El rechazo fundamental de una humanidad homogénea es probablemente una de las razones por las que los judíos y los cristianos han producido el período más competitivo y próspero de la civilización humana. Como escribió el sociólogo alemán Max Weber en la Historia Económica General, «Esta lucha competitiva [entre los estados nacionales europeos] creó las mayores oportunidades para el capitalismo occidental moderno».

Otro beneficio de la fragmentación es que limita la desigualdad. Un cierto nivel de desigualdad promueve el crecimiento económico; sin embargo, las disparidades excesivas pueden conducir a disturbios y revoluciones sociales. La Ley de Precio, que predice la distribución de la riqueza en la sociedad, establece que la raíz cuadrada de una población posee el 50 por ciento de la producción total que produce. En otras palabras, la desigualdad es una función directa del tamaño de la población: cuanto más poblada esté una comunidad, mayores serán las disparidades interpersonales dentro de ella.

La fragmentación del mundo también puede prevenir conflictos al crear un ambiente político global más estable. Un buen ejemplo es el impacto de la unificación y fragmentación territorial en la política europea.

El historiador alemán Ludwig Dehio, en Gleichgewicht oder Hegemonie, vio los cinco eventos de construcción de poder hegemónico en los últimos cinco siglos en Europa —España de Felipe II, Francia de Luis XIV, el Imperio de Napoleón, la Alemania de Guillermo II y el Tercer Reich de Adolfo Hitler— como un resultado directo de la inestabilidad política provocada por la eliminación de las fronteras y la unificación.

El punto más profundo aquí es que, a largo plazo, la fragmentación a lo largo de las fronteras nacionales puede realmente promover el progreso económico y la estabilidad política, mientras que la globalización termina obstaculizando el desarrollo socioeconómico, aumentando la desigualdad y, en última instancia, provocando conflictos a gran escala.

Estados Unidos primero:  arrebatando la victoria de las garras de la globalización

En la actualidad, parece que las élites mundiales están utilizando los recursos de Estados Unidos y la Unión Europea para implementar la globalización mediante la promoción de los valores de la izquierda liberal.

La doctrina de «Estados Unidos primero» es una señal definitiva de que el presidente Donald Trump ha rechazado el globalismo y ha abrazado el nacionalismo económico. Esta política no solo fortalece a Estados Unidos sino que también envía un mensaje explícito a sus aliados: «La agenda globalista está muerta. Empiecen a preocuparse por sus propios países».

Ahora, los aliados de Estados Unidos —enfrentados a esta nueva realidad— se ven obligados a aceptar que sus propios países y ciudadanos tendrán que ser los primeros, una situación que los hará más autosuficientes, menos globalistas y, en última instancia, más fuertes.

Prueba del éxito de esta política es el reciente aumento sin precedentes en el gasto militar de casi todos los estados europeos miembros de la OTAN.

Conclusión

Los recientes acontecimientos políticos —el voto Brexit de 2016, la última elección presidencial de Estados Unidos, la reelección del Partido de la Ley y la Justicia en Polonia en 2019, y la aplastante victoria electoral de Boris Johnson en el Reino Unido revelan que este último intento de globalización está perdiendo terreno.

Si la historia nos ha enseñado algo acerca de la globalización, es que una vez en retirada, no se puede recuperar, lo cual es trágico para los comisarios políticos «progresistas», pero beneficioso para la gente común.

Marin Guentchev recibió su doctorado en medicina y en filosofía en la Universidad de Viena, Austria. Es el fundador y propietario del Trinity Medical Center en Sofía, Bulgaria, y es profesor asistente (Privatdozent) de neurocirugía en la Universidad de Heidelberg, Alemania.

Hristo Guentchev recibió su título de arquitecto de la Universidad Técnica de Viena, Austria. Es el fundador y propietario de Prototyp Ltd, una empresa internacional de ingeniería de fachadas cuyo portafolio incluye trabajos de ingeniería en proyectos emblemáticos como la ampliación del Museo Británico (Londres), el Museo BMW (Munich), el Louvre (Abu Dhabi) y el Museo de la Biblia (Washington).

En su blog (GBros.org), discuten sobre la política búlgara y europea.

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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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