Haciendo un trato con el diablo

Por James Gorrie
18 de mayo de 2020 10:22 PM Actualizado: 19 de mayo de 2020 12:21 PM

Opinión

El Partido Comunista Chino (PCCh) no está acostumbrado a que lo presionen. Pero el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sabe cómo empujar y puede empujar bastante fuerte cuando se lo propone. Dentro del marco de casi un año, del 2018 a 2019, él destrozó todos los acuerdos comerciales esencialmente desequilibrados sobre los que China había construido su riqueza, a expensas de los fabricantes estadounidenses durante los últimos 40 años.

Por lo tanto, nadie se sorprendió de la reacción de Beijing a la dura guerra comercial de Trump y las rígidas políticas arancelarias hacia los productos chinos. Una gran parte de la respuesta inicial de China fue recurrir a prácticas comerciales de represalia contra los productos estadounidenses, como la cancelación de las compras estadounidenses de soja y otros productos agrícolas.

Beijing tras los estados rojos

No es casualidad que China también estuviera castigando a los estados que apoyaron a Trump en las elecciones nacionales de 2016. Eso fue inteligente por parte de Beijing, pero no cambió nada. Trump siguió golpeando la economía china con sus aranceles y la economía china siguió decayendo. Incluso ahora, en medio de la temporada electoral de Estados Unidos en 2020, el objetivo de China en los estados pro-Trump está diseñado para erosionar el apoyo al único hombre que no pueden tolerar como presidente de Estados Unidos.

Mientras tanto, los legisladores estadounidenses están tratando de despojar a China de la inmunidad legal, lo cual permitiría a los ciudadanos estadounidenses demandar a China por los daños de la pandemia de COVID-19.

Una estrategia más inteligente

Al mismo tiempo, la estrategia global de China fue un poco más inteligente. La idea era aislar a Estados Unidos de sus aliados, especialmente de aquellos que dependían fuertemente de China para el comercio. El pensamiento de Beijing era que para la mayoría de las naciones, sus relaciones comerciales lucrativas con China triunfarían por sobre las alianzas políticas, culturales e incluso militares con Estados Unidos.

Por un tiempo eso era lo cierto; al menos en algunos casos. Hasta hace poco, Australia era un ejemplo perfecto de esa política. La nación había estado, por supuesto, estrechamente alineada con Estados Unidos desde la Primera Guerra Mundial.

Pero como país poco poblado, rico en recursos naturales y relativamente cercano, Australia depende de China como un importante mercado para sus productos básicos. Entre ellos figuran diversos minerales, carbón, gas y metales, así como cebada y carne de vacuno. En resumen, Australia se ha beneficiado enormemente del auge económico de China.

De hecho, hoy en día, tanto en lo que respecta a las importaciones como a las exportaciones, China es el mayor socio comercial de Australia. Australia importa alrededor del 25 por ciento de sus productos manufacturados de China, y hasta el 13 por ciento de sus exportaciones de carbón van a China.

Australia, una oportunidad perfecta

Como tal, Australia representaba una oportunidad estupenda para que Beijing profundizara y ampliara sus relaciones económicas y culturales con un aliado cercano de Estados Unidos.

Eso explica por qué, ya en mayo de 2019, la exprimera ministra australiana, Julia Gillard, insistió en que Australia no tomaría partido en las disputas comerciales entre Estados Unidos y China. Era un comprensible pero tenue acto de equilibrio que tenía algún sentido en ese momento. Australia no deseaba poner en peligro su profunda relación comercial con China.

No es que los sucesivos gobiernos australianos no hayan sido conscientes de los grandes planes de Beijing para una presencia global en todas las esferas de actividad. No es un secreto que la preeminencia tecnológica, militar y cultural también forma parte de las ambiciones de China.

¿Pero qué podría hacer Australia al respecto? Contener a Beijing estaba mucho más allá de las capacidades de Canberra. Si había algunos trabajando para hacer eso, eran los de Washington.

Hasta hace poco, Canberra se comportaba como Beijing esperaba que lo hiciera. Pero entonces Beijing saboteó su estrategia más inteligente.

En estos días, Australia está tratando de manejar los riesgos que vienen con la dependencia tan fuerte de un mercado, particularmente uno que ha demostrado su voluntad de intimidar a su propia gente y a sus socios comerciales por igual.

Hoy en día, como gran parte del mundo, Australia entiende dos hechos muy importantes sobre China, que ya no pueden ser ignorados.

El error de Beijing sobre la pandemia

Primero, la monstruosa ley de extradición de Beijing y la crisis de Hong Kong que le siguió, fue solo un anticipo de la traición del PCCh. Pero fue el brote viral de Wuhan que siguió a fines de 2019 lo cual verdaderamente rompió el acuerdo. La pandemia generada por el PCCh, que destruyó las economías del mundo hizo añicos cualquier ilusión restante–impuesta por uno mismo o de otra manera–de lo que Australia y muchos otros socios comerciales pudieran tener con respecto a la opinión de China sobre otras naciones.

Para muchas naciones occidentales, incluida Australia, las propias acciones del PCCh han hecho insostenible la neutralidad. Simplemente ya no es sabia o ni siquiera políticamente o moralmente viable.

El PCCh no solo creó el virus, sino que mintió sobre su origen y sobre el momento del brote. Luego el liderazgo del Partido silenció a sus propios médicos, negó su transmisión de humano a humano y retuvo información científica crítica para el resto del mundo.

China, una nación ilegal

Como resultado, Beijing ha demostrado claramente que es una nación ilegal. La mayoría de los países entienden ahora que bajo su actual gobierno, China opera sin ninguna consideración por la vida humana, ni por sus propios ciudadanos ni por el bienestar del resto del mundo.

Por mérito propio, Australia emitió recientemente un llamado a una investigación sobre la fuente y la causa de la pandemia, a pesar de que les está costando muy caro en las exportaciones a China. Australia ha sido inequívoca en cuanto a que en el futuro, en la gran lucha que se está desarrollando rápidamente entre Estados Unidos y China, se pondrán del lado de Estados Unidos.

Beijing pierde su gran oportunidad con el Reino Unido y el mundo

Pero Australia no es la única nación que ha despertado a la amenaza de China. Con el presidente Trump presionando a un intransigente gobierno del Reino Unido para que rechace a Huawei como proveedor de equipos de red 5G, la «relación especial» entre EE.UU. y el Reino Unido se ha vuelto decididamente «menos especial» en los últimos dos años. Durante muchos meses, Trump amenazó al Reino Unido con menos oportunidades comerciales y con reducir los niveles de cooperación en materia de seguridad si el Reino Unido aprobaba a Huawei como proveedor participante del 5G.

Sin embargo, el primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, no se inclinó a ser visto como un mono actuando según las exigencias de Estados Unidos, no estaba de humor para cooperar en ese tema tan delicado. Por lo tanto, la «pregunta sobre Huawei» presentaba una brillante oportunidad para China para dividir la alianza entre Estados Unidos y el Reino Unido más de lo que ya ha estado desde hace siglos.

Pero la absurda decisión de Beijing de infectar al mundo–y a Boris Johnson–con su virus del PCCh prácticamente ha destruido cualquier posibilidad de que Huawei forme parte de la ampliación 5G en el Reino Unido. De hecho, el Reino Unido está revisando cada aspecto de cómo ellos consideran al régimen chino.

A pesar de su grandiosa propaganda y de la abierta manipulación del director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom, la mayor parte del mundo civilizado entiende que China es la única responsable de la pandemia.

La decisión del Partido de iniciar una pandemia y luego tratar de utilizarla para saltar a una posición de liderazgo mundial demuestra el hecho de que los regímenes dictatoriales, que no responden a nadie, tienen poca comprensión de los gobiernos democráticos que sí lo hacen. Como resultado, los salvajes de Beijing carecen de la visión y el matiz necesarios para entender la reacción de las naciones occidentales ante los más atroces crímenes contra la humanidad por parte del PCCh.

Los acuerdos comerciales faustianos que muchas naciones occidentales hicieron con China se están desmoronando más cada día, ya que el Partido Comunista Chino les muestra lo que significa hacer un trato con el demonio.

James R. Gorrie es el autor de ‘The China Crisis’ (Wiley, 2013) y escribe en su blog, TheBananaRepublican.com. Tiene su sede en el sur de California.

Los puntos de vista expresados en este artículo son las opiniones del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de The Epoch Times.


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