Historias de la antigua China: Cómo se iluminó un joven monje

Por Su Lin - La Gran Época
10 de noviembre de 2018 1:53 PM Actualizado: 10 de noviembre de 2018 1:53 PM

En una montaña había un templo que albergaba a un grupo de monjes. Entre ellos había un monje viejo y un monje joven. Cada vez que el monje viejo bajaba de la montaña para pedir limosna, el monje joven lo seguía. Los dos estaban juntos dondequiera que iban.

El monje joven se había convertido en monje a una edad muy temprana y había estado siguiendo al monje viejo en su práctica espiritual. Tenía que hacer tareas como ir a buscar agua, preparar el fuego, cocinar y limpiar todos los días, pero no le molestaba. De hecho, le gustaba hacerlas.

La pregunta del monje joven

Un día, el monje joven estaba barriendo el suelo cuando, de repente, miró la estatua de Buda del templo y le vino un pensamiento: “He estado recitando los sutras y meditando con el monje viejo todos los días durante muchos años. ¿Qué es exactamente un Buda?”.

Dejó la escoba, fue a la habitación del monje viejo y le preguntó qué era un Buda. El viejo monje dijo amablemente: “Un Buda es una persona que se ha iluminado. No se corrompe en un ambiente sucio. Tampoco es aniquilado en una catástrofe. Se mueve sin usar las piernas y brilla sin usar ninguna luz”. (Un Registro de Buda en las Diversas Dinastías – Volumen 5)

El joven monje estaba eufórico. Preguntó: “¿Cómo puedo alcanzar el estado de un Buda?”

El monje viejo sonrió y contestó: “Haz el bien pero no el mal. Cuando no albergues ningún pensamiento, habrás alcanzado el estado de un Buda”.

El monje joven dijo: “Maestro, he oído eso hace mucho tiempo. ¿Me enseñarás compartiendo tu experiencia conmigo?”

El monje viejo le preguntó: “Dime, ¿qué has estado haciendo todos los días?”.

El monje joven pensó durante un rato y dijo: “Por ejemplo, cuando vamos a la ciudad a pedir limosna y la gente te denigra, no dejas que te moleste. Seguí tu ejemplo. Cuando alguien me denigra, tampoco dejo que me moleste. Ayudas a otros. También traigo alegría a los demás ayudándoles”.

El viejo monje suspiró. “Te enseño budismo, pero no te pido que sigas mi ejemplo. Podrás imitar mis modales y mi comportamiento, pero ¿puedes emular mi forma de pensar?”

El joven monje sonrió. “Eso no es fácil”.

Aguantar el hambre con paciencia

El viejo monje le dijo que mirara a la pared y meditara. Pasó un día y el joven monje seguía meditando. De repente se le ocurrió que nadie le había llevado comida. Quizás el viejo maestro lo había olvidado. No se disgustó y decidió soportar el hambre y continuar con su meditación.

Pero al día siguiente, nuevamente nadie le llevó comida. El joven monje pensó: “El Maestro está poniendo a prueba mi paciencia y entrenando mi perseverancia. El Maestro es tan generoso. Con más razón no debo estar resentido”. Tenía que ser aún más diligente para pagarle a su maestro.

El monje viejo lo observaba desde fuera de la habitación. El monje joven no mostró enojo. El monje viejo asintió con la cabeza y sonrió. “Bien. No está distraído y no se fija en los errores de los demás. Por eso es capaz de mantenerse concentrado”.

El viejo monje le pidió que terminara su meditación y le dijo: “No guardas rencor a los demás ni siquiera por un asunto trivial. Puedes tener un solo pensamiento. Ven conmigo”. El joven monje no perdió tiempo y siguió al monje viejo.

El monje viejo lo llevó a una sala de meditación. Había un tazón de arroz, una taza de té, una túnica de monje, un par de palillos chinos y tres monedas de cobre en la mesa. El monje viejo le dijo: “Anteayer me preguntaste cómo debías cultivar tu mente y difundir las enseñanzas del budismo. Te doy tres monedas de cobre. Baja de la montaña por tu cuenta para pedir limosna. Llegarás a entender el significado de la cultivación”.

Ayudar a un mendigo

Al bajar de la montaña, el joven monje se encontró con un mendigo. Se dio cuenta de que nadie le daba comida al mendigo. El monje joven pensó: “¡Qué raras son las virtudes! Nadie está dispuesto a ayudarlo. Pero yo solo soy un pobre monje que ni siquiera puedo valerme por mí mismo. ¿Cómo puedo ayudarlo?” El monje joven no había comido en dos días. Sentía pena por el mendigo, pero no había nada que pudiera hacer para ayudar.

Luego llegó a un restaurante. Compró dos bollos. Miró los bollos en sus manos y pensó: “Esto ni siquiera es suficiente para mí». Sin embargo, no se atrevió a comer los dos bollos. Decidió darle uno al mendigo.

Entonces pensó de nuevo. “La vida es corta e impredecible. Si no ayudo al mendigo esta vez, quizás no tenga otra oportunidad de hacerlo. Nadie esperará hasta que yo esté preparado antes de volver. Es cierto que ahora tengo hambre, pero no estar dispuesto a dar y compartir con el pretexto de que está más allá de mis posibilidades es una mentalidad terrible. Debería cuidar mi mente”.

“Es solo cuestión de tiempo antes de que pierda este cuerpo hecho de carne. Pero mi compasión nunca se perderá”. El joven monje ya no tenía hambre. En cambio, estaba lleno de brillo y alegría. Regaló ambos bollos.

Compasión hacia una polilla

El monje joven estaba en un estado de serenidad debido a su naturaleza de Buda. Antes de que se diera cuenta, había alcanzado una pendiente. Mientras disfrutaba de su momento de júbilo, una polilla voló hacia él, y antes de que pudiera esquivarla, golpeó su ojo. Le dolió terriblemente.

Mientras el joven monje soportaba el dolor, pensó: “He tomado el voto de alcanzar el estado de Buda. Si estoy enojado con la polilla solo porque me golpeó en el ojo, no podré alcanzar la iluminación, mucho menos salvar a los seres conscientes. No solo no debo guardar rencor, sino que también necesito rezar por la polilla. Espero que no se haya lastimado”.

A medida que se calmaba, el dolor también disminuía. Su corazón se llenó una vez más de júbilo y brillo. “La polilla está aquí para ayudarme a alcanzar el estado de Buda. Si me vuelven a hacer daño los insectos, debo aceptarlo como un hecho y agradecer a los insectos, ya que estaban aquí por mí”.

Llegar a iluminarse

El viejo monje había estado observando al monje joven desde lejos y prestando atención a cada uno de sus pensamientos. Sabía que este había comprendido todo en la vida. Cuando eres compasivo, pones a los seres conscientes por encima de todo lo demás. Cuando nada obstruya tu mente, tendrás la motivación para seguir esforzándote en la cultivación de la mente.

El monje joven volvió al templo y se inclinó ante el viejo monje. Él dijo: “Maestro, he llegado a entender algunas cosas. Si me encuentro con un mendigo, debería darle comida. Si veo a un hombre pobre, debo darle dinero y ropa. Si conozco a un hombre herido, debo ayudarlo a tiempo. Todo lo que tengo es para el beneficio de los seres conscientes, y estoy preparado a sacrificarme por ellos en cualquier momento”.

Sus palabras llenaron de admiración a todos, pero el viejo monje se quedó callado. Escribió “ningún rasgo redentor” en un pedazo de papel y se marchó.

Todos empezaron a susurrar entre ellos. El joven monje estaba confundido. Había sido un día lleno de brillo y alegría. ¿Por qué el Maestro dijo que no tenía ni un solo rasgo redentor? Comenzó a usar su sabiduría para interpretar nuevamente la situación. “El Maestro siempre ha sido benevolente, especialmente conmigo. ¿Es porque dije algo malo?”.

Recordó su mentalidad y actitud cuando habló con su maestro, y de repente, se dio cuenta de algo. “Seguí enfatizando mis sentimientos. El Maestro no está enfadado conmigo, sino probándome. No quiere que solo hable como un Buda. Tengo que realmente ser capaz de cumplir”.

Al recordar lo que había dicho, se dio cuenta de algo. “Puede parecer que no he hecho nada malo, pero mi mente no era pura. Quería que todo el mundo supiera lo benévolo y amable que era, y lo mucho que he logrado al alcanzar el estado de Buda. Ese no es el camino a seguir. En el momento en que empiezo a estar lleno de mí mismo, mi mente ya no es pura, no tengo “ningún rasgo redentor”.

El viejo monje estaba en un rincón tranquilo asintiendo con la cabeza. “Los pensamientos del joven monje son puros. Es capaz de descartar los pensamientos que distraen en todo momento y poner a la compasión por encima de todo lo demás. Califica para la tierra pura de Buda”.

En ese momento, lo que el joven monje vio ante él ya no eran las construcciones en el mundo de los mortales, sino la tierra iluminada de Buda, y él estaba sentado en un loto ascendiendo.

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