Hong Kong fue una vez mi hogar, hoy es un estado policial

Mis amigos están en la cárcel y a mí me han amenazado con encarcelarme

Por Benedict Rogers
01 de julio de 2022 2:25 PM Actualizado: 01 de julio de 2022 2:25 PM

Comentario

Hoy hace 25 años, Hong Kong fue entregado a China y el último gobernador de Hong Kong, Chris Patten, zarpó en el Royal Yacht Britannia.

Dos meses más tarde, siendo un joven recién graduado, volé para comenzar mi primer trabajo y mi carrera como periodista y activista.

Tuve el privilegio de vivir en Hong Kong durante los primeros cinco años después del traspaso. Tuve la oportunidad de ser testigo de la historia como observador de los inicios de «un país, dos sistemas», el principio establecido por el exlíder chino Deng Xiaoping y en el que se basó el traspaso de Hong Kong. También tuve el privilegio de empezar mi vida laboral en una ciudad que era la puerta entre Oriente y Occidente, el puente entre el mundo democrático y la mayor dictadura comunista que quedaba en el mundo.

Y para ser sincero, durante esos primeros cinco años, en general, parecía que el Partido Comunista Chino (PCCh) cumplía su parte del trato. Las libertades de Hong Kong se mantuvieron en gran medida, su autonomía fue alta y el estado de derecho continuó.

Trabajé como periodista, primero como editor de una revista de negocios especializada y luego como redactor principal y columnista de un diario prodemocrático —ahora desaparecido— conocido como el iMail de Hong Kong. Escribí editoriales y columnas sobre los dirigentes de Beijing y sus secuaces en Hong Kong que me llevarían a la cárcel si estuviera hoy en Hong Kong.

La entonces secretaria de Seguridad, Regina Ip, se quejó de mí a mi director en una recepción, pero su respuesta fue regresar a la sala de redacción riéndose, diciéndome que «Regina no está contenta».

Conseguí que una edición de la revista de gestión que dirigía —China Staff— fuera prohibida en China continental porque había entrevistado al activista chino de los derechos laborales Han Dongfang, que había advertido que «un día, los trabajadores tomarán las calles». Pero aparte de eso, escribí libremente.

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Agentes de policía escoltan a unos hombres a una camioneta policial tras una protesta prodemocrática en Hong Kong el 1 de octubre de 2020. (May James/AFP vía Getty Images)

Junto a mi carrera periodística, Hong Kong se convirtió para mí en un centro desde el que defender la libertad de otros en toda Asia a los que se les negaba. Conocí a trabajadores humanitarios que intentaban ayudar a Corea del Norte y a misioneros cristianos que trabajaban en China. Trabajé con refugiados de Timor Oriental en Macao para dirigir una marcha por el centro de Hong Kong en protesta por la matanza en Timor Oriental en 1999. Dirigí grupos de iglesias de Hong Kong para ayudar a los refugiados en la frontera entre Tailandia y Birmania y en Timor Oriental.

Hong Kong, para mí, de 1997 a 2002, fue una base en Asia desde la que ayudar a quienes lo necesitaban urgentemente en lugares de conflicto y represión. Nunca esperé que un día fuera a protestar por Hong Kong o a fundar una organización para defender los derechos de los hongkoneses. Nunca esperé ver a mis amigos de Hong Kong en la cárcel, en el exilio o silenciados.

Un cuarto de siglo después, Hong Kong ha cambiado de manera irreconocible. Ha pasado de ser una de las ciudades más abiertas de Asia a uno de sus estados policiales más represivos. En los últimos dos años, desde la imposición de la draconiana Ley de Seguridad Nacional del PCCh, la libertad de prensa, la libertad de reunión, la libertad de expresión, las libertades básicas, la autonomía y el Estado de Derecho de Hong Kong han sido destrozados. En una ciudad que antes era un oasis de libertad, nadie puede hablar libremente.

En la que fue la «Perla de Oriente», todo el mundo vive con miedo. En la que fue «la ciudad mundial de Asia», la gente ya no se atreve a comunicarse con extranjeros que puedan suponer un riesgo político. Antes de julio de 2020, estaba en contacto diario con docenas de amigos de Hong Kong. Hoy, apenas estoy en contacto con alguien por miedo a ponerlos en peligro.

En 2017, me negaron la entrada a Hong Kong, la ciudad que una vez fue mi hogar. Desde entonces, he sufrido una oleada de abusos: docenas de cartas anónimas amenazantes a mi casa en Londres, a mis vecinos, a mi madre, a mis empleadores y a los miembros del parlamento, así como esfuerzos de la embajada china para presionar a los parlamentarios para persuadirlos de que me silencien.

Luego, en 2022, la Policía de Hong Kong y la Oficina de Seguridad Nacional me amenazaron directamente con una fuerte multa y una pena de prisión de un año, o tres años, o potencialmente de por vida, por amenazar la seguridad nacional de China. Pero yo estoy en Londres y tengo prohibida la entrada a Hong Kong, así que ¿cómo van a aplicar esta medida? Puede que tenga que tener en cuenta los países con acuerdos de extradición con Hong Kong o China, pero eso es todo.

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Benedict Rogers sostiene una pancarta que dice: «Lucha por la libertad. Apoya a Hong Kong. Nunca olvides, nunca te rindas. Estén unidos. En solidaridad», en una concentración en esta foto sin fecha. (Lisa Lee, Joann Chow/The Epoch Times)

Mucho más preocupante es el destino de los hongkoneses 25 años después del traspaso.

Gran Bretaña y China llegaron a un acuerdo. Ese acuerdo se plasmó en un tratado —la Declaración Conjunta Sino-Británica— que se presentó en las Naciones Unidas y es válido hasta 2047.

Aquel acuerdo decía que se protegerían las libertades, los derechos humanos básicos, la autonomía, el Estado de Derecho y el modo de vida de los hongkoneses.

A mitad de camino de ese tratado, Beijing renegó totalmente de él. El líder chino Xi Jinping lo ha destrozado.

Por ello, debe haber consecuencias.

Se me ocurren dos acciones clave: proporcionemos un salvavidas a quienes necesitan salir y cortemos los salvavidas del régimen y de quienes son cómplices de él.

El Reino Unido ha liderado el camino con su valiente y generoso programa British National Overseas (BNO), que ha permitido a cientos de miles, potencialmente varios millones, de hongkoneses construir una nueva vida en libertad. Canadá y Australia también han abierto vías para los hongkoneses, aunque podrían hacer más. Estados Unidos y la Unión Europea, quizás junto con Nueva Zelanda y Japón, deberían unirse a nosotros y abrir sus brazos a los hongkoneses que necesitan salir.

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Manifestantes llenan las calles en una marcha contra un polémico proyecto de ley de extradición en Hong Kong el 1 de julio de 2019. (Yu Gang/The Epoch Times)

El mundo libre en su conjunto debe ser más valiente a la hora de reducir nuestros vínculos económicos con un régimen genocida, mendaz, malévolo y brutal. Debemos diversificar nuestras relaciones económicas y asegurarnos de que nuestras pensiones no se invierten en herramientas de genocidio, crímenes contra la humanidad, represión y vigilancia.

Y debemos asegurarnos de que los responsables del desmantelamiento de las libertades prometidas en Hong Kong rindan cuentas de sus actos y paguen el precio correspondiente. Necesitamos que las principales democracias del mundo apliquen sanciones duras, selectivas y coordinadas contra los tiranos de Beijing y sus secuaces de Hong Kong.

Esta noche, Patten —que publica sus Diarios de Hong Kong este mes— se dirigirá a cientos de hongkoneses y amigos de Hong Kong en el Emmanuel Center de Londres, en un acto organizado y presentado por Hong Kong Watch.

Sin duda, corearán «Lucha por la libertad, apoya a Hong Kong».

Nosotros, los amigos de Hong Kong, cantaremos con ellos.

¿Lo haremos en serio? En nuestros corazones, lo haremos. Desde mi corazón, lo haré. ¿Pero qué haremos entonces? Esa es la cuestión. Debemos convertirla en acción: ayudar a los hongkoneses a encontrar refugio y hacer que los que destruyeron Hong Kong rindan cuentas. Esas son nuestras dos grandes tareas ahora.


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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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