Tras la administración generalizada de vacunas, se han notificado diversos efectos secundarios. Investigaciones recientes confirman una vez más que ciertas vacunas COVID-19 pueden desencadenar neuromielitis óptica, una enfermedad que puede provocar ceguera, parálisis e incluso la muerte.
La neuromielitis óptica, también conocida como trastorno del espectro de la neuromielitis óptica (NMOSD),, es una enfermedad autoinmune grave y poco frecuente del sistema nervioso central. El sistema inmunitario de los pacientes con esta enfermedad ataca el nervio óptico y la médula espinal, lo que provoca la pérdida de visión y parálisis.
Esta enfermedad se caracteriza por su imprevisibilidad y tendencia a las recaídas: cada episodio conduce a una discapacidad cada vez más grave. Aunque la mayoría de los pacientes recuperan parcialmente la funcionalidad después de un episodio, algunos pueden experimentar una pérdida permanente de visión o diversos síntomas neurológicos, lo que puede conducir a la muerte.
Los síntomas más comunes son dolor ocular, pérdida de visión, debilidad o entumecimiento de las extremidades, parálisis de las extremidades, dificultad para controlar la vejiga o los intestinos, así como hipo y vómitos incontrolables. Por desgracia, actualmente no existe cura para la neuromielitis óptica.
Aparición de neuromielitis óptica tras la vacunación con COVID-19
Una mujer de 70 años, poco después de recibir la vacuna COVID-19, desarrolló neuromielitis óptica. Este caso, documentado por investigadores de la Universidad de Ciencias Médicas de Isfahan (Irán), se publicó en la revista Multiple Sclerosis and Related Disorders en 2022.
La paciente ingresó en el hospital siete días después de recibir la tercera dosis de la vacuna COVID-19 inactivada, presentando síntomas que incluían entumecimiento y debilidad en las extremidades izquierdas. «Su hipoestesia y hemiparesia del lado izquierdo progresaron rápidamente a paraplejia». En los tres días siguientes, sus síntomas de paresia de las extremidades superiores se deterioraron aún más.
La resonancia magnética (RM) de la médula espinal reveló lesiones hemorrágicas en la médula cervical y torácica de la paciente, sin que se detectaran anomalías en el análisis del líquido cefalorraquídeo. Además, el paciente dio positivo en la prueba de anticuerpos AQP4-Ab. Basándose en los criterios del Panel Internacional para el Diagnóstico de la NMO, el diagnóstico se confirmó como neuromielitis óptica.
La paciente fue sometida a tratamiento con metilprednisolona intravenosa durante cinco días, pero no mostró ninguna mejoría. Asimismo, se realizó un intercambio de plasma sin éxito. Posteriormente, la paciente experimentó insuficiencia respiratoria y los síntomas se agravaron hasta la tetraplejia. A pesar del tratamiento con ciclofosfamida, no hubo mejoría, y la paciente desarrolló fiebre y linfopenia. Finalmente, sucumbió a la enfermedad tras dos meses de hospitalización.
Los investigadores señalaron que esta rara enfermedad autoinmune no suele afectar a personas mayores de 50 años. Sin embargo, esta mujer desarrolló la afección a los 70 años, y no tenía antecedentes de enfermedades desmielinizantes u otros trastornos relacionados con la autoinmunidad antes de recibir la vacuna.
Los autores del artículo destacaron que la paciente desarrolló una neuromielitis óptica de aparición tardía siete días después de recibir la vacuna, y que la positividad de AQP4-Ab fue posiblemente inducida por la vacunación. Sin embargo, no se puede descartar la posibilidad de que existiera una seropositividad asintomática preexistente al AQP4-Ab. En este supuesto, la administración de la vacuna podría desencadenar una recaída de la neuromielitis óptica, incluso en personas de edad avanzada.
Los autores afirmaron además que la aparición más tardía de la neuromielitis óptica tras recibir la vacuna COVID-19 hace que este caso sea único, proporcionando pruebas convincentes del papel potencial de la vacunación en la aparición o el empeoramiento de la neuromielitis óptica.
Asociación entre vacunas múltiples y neuromielitis óptica
La neuromielitis óptica y la esclerosis múltiple son complicaciones asociadas a las vacunas COVID-19, ambas incluidas en la categoría de enfermedades desmielinizantes autoinmunes del sistema nervioso central. En junio, la Universidad de Maryland publicó un estudio en el que los investigadores analizaban 41 casos de neuromielitis óptica.
Entre ellos había 15 casos recién diagnosticados tras la infección por SARS-CoV-2, 21 casos de nueva aparición tras la vacunación con COVID-19, 3 casos de recaída tras la vacunación y 2 casos inicialmente considerados de esclerosis múltiple pero que más tarde se revelaron como neuromielitis óptica tras la vacunación. Cabe destacar que el 76 por ciento de estos casos se produjeron en mujeres.
Los investigadores llevaron a cabo un análisis detallado de las manifestaciones clínicas y los resultados del tratamiento en los casos de neuromielitis óptica de nueva aparición y recidivante tras la vacunación con COVID-19. Tras la vacunación con COVID-19, 26 pacientes desarrollaron nuevos episodios desmielinizantes asociados a la neuromielitis óptica. Entre ellos, el 81 por ciento experimentó su episodio inicial, mientras que el 19 por ciento experimentó un empeoramiento recurrente de los síntomas de neuromielitis óptica tras la vacunación.
Las vacunas administradas a los 26 pacientes incluían la vacuna de ARNm BNT162b2 de Pfizer-BioNTech, la vacuna de vector viral ChAdOx1 nCoV-19 de Oxford-AstraZeneca, la vacuna de ARNm-1273 de Moderna, la vacuna inactivada COVID-19 de Sinopharm o Sinovac, y la vacuna de vector viral adenovirus Sputnik V. También hubo un caso en el que la vacuna no se especificó pero pertenecía a la categoría de vectores víricos. En total, en el 54 por ciento de los casos se trataba de vacunas de ARNm, en el 31 por ciento de vacunas de vectores virales y en el 15 por ciento de vacunas COVID-19 inactivadas.
Además, al desglosar las dosis de la vacuna y la aparición de los síntomas entre los 26 pacientes, se descubrió que el 58 por ciento experimentó síntomas neurológicos tras recibir la primera dosis, mientras que el 23 y el 8 por ciento de los pacientes desarrollaron síntomas neurológicos tras la segunda y la tercera dosis, respectivamente.
En el tratamiento agudo de los pacientes se empleó metilprednisolona intravenosa, plasmaféresis (intercambio de plasma), inmunoglobulina intravenosa e inmunoterapia de mantenimiento. La mayoría de los pacientes experimentaron una recuperación parcial o completa tras el tratamiento, pero dos pacientes sucumbieron a la enfermedad.
Los investigadores también compararon las características clínicas de los pacientes que desarrollaron neuromielitis óptica tras la infección por SAR-CoV-2 y tras la administración de la vacuna COVID-19. La conclusión extraída fue que el porcentaje de complicaciones y las tasas de mortalidad eran similares entre los dos grupos. Sin embargo, en comparación con el grupo de infección por SAR-CoV-2, el grupo de la vacuna COVID-19 tenía más probabilidades de dar positivo en las pruebas de anticuerpos AQP4-Ab, con porcentajes del 65% y el 85%, respectivamente. Además, el grupo de la vacuna COVID-19 tenía una mayor probabilidad de desarrollar afecciones autoinmunes en comparación con el grupo de la infección por SAR-CoV-2, con porcentajes del 31 por ciento frente al 13 por ciento.
Según el estudio, las complicaciones graves de las vacunas COVID-19 incluyen trombocitopenia trombótica, miopericarditis, infarto de miocardio y anafilaxia. Además, las complicaciones neurológicas abarcan el síndrome de Guillain-Barré, la neuropatía de fibras pequeñas, el deterioro cognitivo, la mielitis transversa aguda, la parálisis de Bell, la trombosis del seno venoso cerebral, la ansiedad, los mareos, las convulsiones, la ataxia cerebelosa, el delirio, la miastenia grave, la hemorragia intracerebral, la neuromielitis óptica y la esclerosis múltiple.
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