Las respuestas dela salud pública frente a la pandemia se han centrado en la prevención de la propagación del virus, la limitación del número de muertes y el alivio de la carga que recae sobre los sistemas de atención de la salud. Pero también hay otra posible epidemia menos visible en la que nos deberíamos centrar: la enfermedad mental.
Nuestro reciente estudio encontró que la salud mental de las personas empeoró desde el comienzo de la pandemia. Descubrimos que al analizar los datos proporcionados por 17,452 adultos en el Reino Unido, que fueron encuestados en abril como parte del Estudio Longitudinal de los Hogares del Reino Unido. Este es un gran estudio continuo de personas que aportan datos cada año, algunos desde 1992.
Se descubrió que no todos se vieron afectados por igual. Los jóvenes, las mujeres y las personas con niños pequeños experimentaron un importante deterioro de su salud mental en comparación con otros grupos.
Cómo se midió la angustia
La encuesta midió la salud mental mediante 12 preguntas, que abarcaron las dificultades de las personas para dormir, concentrarse y tomar decisiones, así como su estado emocional, por ejemplo, si se sentían tensas o abrumadas.
Se asignó un valor de cero a cuatro a las respuestas de las personas, y las puntuaciones más altas indicaban una peor salud mental. Estas puntuaciones se sumaron para dar a cada persona un total de entre cero y 36, lo que ofrecía una medida general de su salud mental. También aplicamos un sistema de puntuación separado a las respuestas de las personas para estimar si mostraban niveles clínicamente significativos de angustia psicológica, es decir, si su angustia era lo suficientemente alta como para potencialmente necesitar asistencia médica.
Encontramos que muchas diferencias comunes y bien conocidas de salud mental persistían en medio del encierro. Por ejemplo, las mujeres mostraron una salud mental sustancialmente peor que la de los hombres (con una puntuación media de 13.6 en comparación con 11.5), y un tercio de las mujeres presentaron niveles de angustia clínicamente significativos en comparación con una quinta parte de los hombres.
La salud mental también tendía a empeorar más abajo en la escala de ingresos. La quinta parte más baja de los ingresos tuvo una puntuación media de 13.9, y el 32 por ciento registró niveles de angustia clínicamente significativos. Esto se comparó con una puntuación media de 12.0 en el quinto más alto de los asalariados, de los cuales el 26 por ciento presentó altos niveles de angustia.
Sin embargo, aunque esto nos reveló dónde están las deficiencias de salud mental, no nos indicó cuáles han sido los efectos de la pandemia. Lo entendimos mejor al comparar los puntajes de este año con mediciones anteriores y, de hecho, la salud mental fue, en promedio, peor este año. Los puntajes promedio han aumentado de 11.5 en el año fiscal 2018-19 a 12.6 en el registro hecho en abril. También observamos un aumento general significativo en la proporción de personas que muestran niveles clínicos de angustia: 19 por ciento en 2018-19 contra 27 por ciento en abril.
Sin embargo, debido a que la pandemia surgió en un contexto de deterioro de la salud mental en el Reino Unido, ya esperábamos un cierto agravamiento. Tuvimos en cuenta esto al observar las respuestas pre-pandémicas de cada individuo, que se remontan hasta el 2014. Esto nos ayudó a predecir cuáles serían los resultados en abril, si la pandemia no hubiera ocurrido.
En general, encontramos que los puntajes fueron 0.5 puntos peores este año de lo que habríamos esperado, lo que sugiere que la pandemia —específicamente— ha tenido un efecto en la salud mental.
No todos se han visto afectado por igual
Este deterioro de la salud mental difiere considerablemente entre los distintos grupos. Comparado con lo que hubiéramos predicho, las puntuaciones de los hombres solo empeoraron marginalmente (+0,06), mientras que el incremento para las mujeres fue mucho mayor (+0,92). Los jóvenes, de 18 a 24 años, fueron los más afectados, registrando un aumento relativo de 2,7 con respecto a lo que hubiéramos esperado si la pandemia no hubiera ocurrido.
También habíamos predicho que el temor hacia el virus sería un factor de deterioro de la salud mental y que esto afectaría desproporcionadamente a los trabajadores esenciales o a las personas con problemas de salud subyacentes. Pero no fue así.
Los factores que impulsan el deterioro de la salud mental de algunas personas aún no son claros. Pero se revelan algunas pistas cuando consideramos quiénes fueron los más afectados. El deterioro de las mujeres y de las personas con niños pequeños apunta a la dificultad de manejar la carga doméstica durante el encierro. Tener hijos pequeños es un desafío en cualquier momento, y sabemos que el apoyo constante de los integrantes de la familia, las guarderías pagadas y los amigos disminuyen su dificultad. Las restricciones sociales y el encierro del gobierno cortaron abruptamente la mayoría de estos apoyos.
Los efectos en los jóvenes son especialmente preocupantes. Estos han ocurrido en un contexto, en la última década, de empeoramiento significativo de la salud mental de los jóvenes y de los servicios de salud mental de los jóvenes que luchan por salir adelante.
Algunos jóvenes son vulnerables al aislamiento social y se ven muy afectados por retirarse de la escuela. Pueden verse sin supervisión de su bienestar por parte de los profesores y otros adultos responsables, así como del acceso a comidas regulares y al apoyo de sus amigos.
¿Podrían haber efectos a largo plazo?
Mientras se alivian las medidas de aislamiento, podemos ver mejoras en la salud mental de las personas. Queda por ver si habrá efectos a largo plazo, como que las diferencias demográficas de salud mental preexistentes se afiancen más.
La pandemia ha llevado las diferentes circunstancias de la vida de las personas a un marcado contraste. El acceso al espacio exterior, el hacinamiento en los hogares, la inseguridad alimentaria, la violencia doméstica, la adicción, el mantenimiento de la conectividad social y las reservas económicas son todos factores relevantes para la salud mental. Es probable que estas diferencias cobren mayor importancia durante la recesión económica prevista, y que tengan efectos diferentes en la salud mental en comparación con el cierre del gobierno.
Se desconoce lo que estos cambios harán en la salud general, el bienestar y la familia de las personas. Pero para mitigar y manejar cualquier necesidad adicional de salud mental se requiere que sean monitoreados de cerca. Las personas también necesitan recibir información de alta calidad sobre la salud mental en los mensajes de salud pública y que se les proporcionen servicios con los recursos adecuados.
Haríamos bien en recordar que nuestra salud mental es tan importante como nuestra salud física, y esto no se debería olvidar en nuestra planificación futura.
Kathryn Abel es profesora de medicina psicológica en la Universidad de Manchester en el Reino Unido, y Matthias Pierce es investigador en psicología y salud mental en la Universidad de Manchester. Este artículo se publicó por primera vez en The Conversation.
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