Opinión
Al momento de escribir este artículo, la carrera presidencial no ha sido adjudicada ni para el presidente Donald Trump ni para el exvicepresidente Joe Biden. No es que importe realmente; independientemente de que la prensa política irremediablemente corrupta considere que alguno de los dos candidatos obtuvo los 270 votos necesarios para el Colegio Electoral, la batalla electoral apenas está comenzando. Ajústense los cinturones.
Durante todo el verano, cuando se hizo evidente que los activistas demócratas de todo el país trataban de cambiar las leyes electorales a mitad de camino, preparándose para una masiva votación por correo como nunca se ha visto en nuestra república, los conservadores y otros defensores del sufragio seguro y duradero señalaron una serie de problemas obvios. ¿Cómo podíamos asegurar de que solo los votantes activos y debidamente registrados en un determinado distrito electoral recibieran las papeletas? ¿Qué hay de un documento de identidad con foto, validaciones de firmas y fechas de los sellos postales? Todo esto, por supuesto, en un país con un largo historial de fraude electoral; los lectores más jóvenes harían bien en buscar en Google el «escándalo del Box 13», relacionado con la carrera por el Senado de Lyndon Johnson en 1948.
A principios de septiembre, Michael Anton, profesor del Hillsdale College y exfuncionario del gobierno de Donald Trump, publicó un ensayo revelador en el sitio American Mind del Instituto Claremont, titulado «¿El golpe de Estado que se avecina?» Anton citó un informe filtrado de una simulación de un juego de guerra, que consistía de demócratas y republicanos anti-Trump, que se desplegaría en las elecciones presidenciales de 2020. En esa simulación, John Podesta, ex jefe de gabinete de la Casa Blanca para el presidente Bill Clinton, tenía asignado el papel de Biden. Podesta se negó a reconocer la victoria de Trump, presionó a los estados donde Trump claramente lideraba para que envíen electores demócratas al Colegio Electoral y se conformó con encomendar a los militares el resto del trabajo sucio.
Un golpe de Estado, con cualquier otro nombre. La pregunta que ahora enfrentan los republicanos es: si los demócratas intentan hacer un golpe de Estado no violento, ¿habrían hecho algo diferente desde el martes por la noche?
A primera hora de la noche, fue inmediatamente obvio que las encuestas estaban, otra vez, muy mal. Trump ganó Florida, el más importante de los estados indecisos, por un margen más amplio que en 2016. Prevaleció decisivamente en Ohio, el otro paradigmático estado indeciso de la nación y el histórico factor decisivo de elecciones muy disputadas. Apenas perdió en Wisconsin y Michigan, nos dijeron, a pesar de que encuestadoras supuestamente fiables nos aseguraron la semana anterior a las elecciones que Biden ganaría en cada estado con dos dígitos de ventaja. Numerosos medios de comunicación adjudicaron pronto Arizona a Biden —una adjudicación indefendible de lo que será un final para comerse las uñas.
Poco después de que quedó claro que Trump tenía a Florida y Ohio en la cartera, las cosas se volvieron problemáticas. El conteo de votos se detuvo extrañamente en partes de Georgia, Carolina del Norte, Nevada y los tres estados del «muro azul»: Pensilvania, Michigan y Wisconsin. Aún más peculiar fue que, en noches consecutivas, en los estados donde Trump lideraba en la noche de las elecciones, se «encontraron» misteriosamente grandes cantidades de votos. Como dijo Adrian Vermeule, profesor de la Escuela de Leyes de Harvard y humorista de Twitter: «Niños, no estoy seguro de si ustedes saben esto, pero los votos perdidos tienen propiedades mágicas que los hacen visibles solo entre la medianoche y las 6:00 am».
Increíblemente, el sitio web FiveThirtyEight de Nate Silver nos informó de manera confiable que una parte con más de 23,000 votos «encontrados» misteriosamente durante la noche en Filadelfia fueron «todos para Biden». Uno no necesita un doctorado en estadística avanzada para entender que eso es simplemente una imposibilidad. Esto fue más o menos al mismo tiempo, además, que los demócratas en Filadelfia iniciaron activamente recursos legales para evitar que los observadores republicanos pudieran mirar apropiadamente la contabilización de los votos. Abundan otros ejemplos: en Milwaukee, por ejemplo, siete distritos electorales reportaron más votos en las elecciones presidenciales que votantes registrados.
Es posible, al final, que todo esto se revele como perfectamente legítimo. Pero los republicanos podrían ser perdonados por albergar un profundo escepticismo. El mensaje del complejo mediático demócrata parece ser: «Confíen en nosotros mientras las ciudades de la maquinaria política demócrata unipartidaria buscan recursos legales para evitar que los republicanos observen apropiadamente la contabilización de los votos, mientras nosotros reportamos que los votos ‘encontrados’ en la madrugada fueron ‘todos’ para Biden». Ese no es un mensaje que deba ser bien recibido.
En este ciclo los demócratas fueron mucho más propensos a votar por correo y los republicanos fueron mucho más propensos a votar en persona el día de las elecciones, por lo que tal vez tenga cierto sentido que las cifras iniciales de votación para Trump en ciertas jurisdicciones puedan luego ser contrarrestadas por las papeletas «encontradas» para Biden. Pero es hora de que el Partido Republicano y los abogados conservadores de todo el país actúen como nunca antes para asegurar que todos y cada uno de los votos emitidos y contabilizados sean legítimos. También es hora de que el Departamento de Justicia se involucre más de lo que lo ha hecho hasta ahora. No hay otras opciones viables, ciertamente no en unas elecciones de esta magnitud.
Hasta ahora, la inacción de la Corte Suprema en cuestiones de derecho electoral este ciclo no ha inspirado confianza. El cálculo político del demasiado político presidente de la Corte Suprema, John Roberts, parece haber sido que una victoria por amplio margen de Biden exculparía las decisiones de la corte de no detener los dudosos cambios de última hora a leyes electorales en estados como Pensilvania y Carolina del Norte. Esa victoria por amplio margen de Biden claramente no ocurrió. Es hora de que los abogados conservadores y el Partido Republicano en general se movilicen y hagan su trabajo para asegurar la integridad de los resultados de las elecciones en una miríada de estados fuertemente disputados. Para aquellos que apoyan el deseo de unir nuestra siempre díscola forma de gobierno, parecería natural apoyar todas las medidas para asegurar que se cuenten solo las boletas válidas. Solo entonces podrá una nación en duelo comenzar a sanar.
Josh Hammer, abogado constitucional de formación, es editor de opinión de Newsweek, colaborador del podcast de BlazeTV, consejero del Instituto First Liberty y columnista para varios medios de comunicación.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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