Opinión
Más de 100 economistas, encabezados por el francés Thomas Piketty, creador de algunas de las propuestas más absurdas abrazadas por la extrema izquierda, publicaron el 5 de febrero una carta abierta en la que piden la cancelación de la deuda de gobiernos en manos del Banco Central Europeo (BCE) “a cambio de una mayor inversión pública”, la cual por cierto, sería pagada con más emisiones de deuda pública. Fascinante.
Luís de Guindos, vicepresidente del BCE, ha zanjado la polémica presentando dos evidencias. “La cancelación de la deuda [en el balance del BCE] es ilegal… [y] no tiene ningún sentido económico o financiero en absoluto”, explicó en un discurso, según Europa Press. La primera parte es obvia. Está prohibido por los estatutos del BCE. Yo explicaré aquí la falta de lógica económica.
Una condonación o cancelación de una deuda es una prueba de insolvencia del emisor. Si es que, como repiten los economistas, no está en juego la solvencia y la credibilidad crediticia de la Eurozona, ¿por qué pedir una cancelación? Si además, como sostienen Piketty y otros defensores del endeudamiento estatal masivo, los déficits no son un problema y el aumento de la deuda no es una preocupación ya que crea reservas, ¿por qué cancelarla?
No olvidemos que muchos de los partidos que han abrazado la idea de Piketty en Europa —Podemos, Syriza y otros partidos radicales europeos— presentaron una propuesta para salir del euro en 2015, que nunca han retirado ni rechazado posteriormente. Los eurodiputados de Podemos presentaron una resolución en Estrasburgo para que la Unión Europea prepare los mecanismos para una “disolución ordenada de la zona euro”. También propusieron establecer “los mecanismos que permitirían a un país integrado en la moneda única abandonarla para adoptar otra moneda”, según el diario español Crónica Global.
Entonces, básicamente, los partidos radicales en Europa exigen que el BCE perdone su deuda e imprima más mientras mantiene la opción de dejar el euro. Esto se llama hornear el pastel y comérselo.
La mayoría de los estados de la eurozona se financian hoy a tasas negativas o con rendimientos extremadamente bajos. Sería un error pensar que estos bajos tipos de interés son el resultado de una buena política fiscal gubernamental. Si la eurozona tiene bajas tasas de interés y bajos rendimientos es porque los contribuyentes europeos la mantienen solvente, principalmente gracias a la solvencia financiera de Alemania. Los contribuyentes europeos defienden la credibilidad del euro como moneda y con ello el BCE puede llevar a cabo políticas expansivas.
Piketty y sus colegas abren una opción peligrosa: la monetización directa de todos y cada uno de los gastos gubernamentales al estilo argentino. Además lo hacen ignorando que el euro es la única moneda de reserva mundial con riesgo de redenominación y que su credibilidad se mantiene solo debido a la confianza generalizada en el compromiso de la zona del euro de pagar sus deudas.
Un bono en euros es un activo para muchos inversores a nivel mundial solo porque se supone que tiene el riesgo más bajo. Abrir la caja de Pandora de las cancelaciones significa que su estado como activo desaparece.
Lo que nosotros leemos en la carta abierta son los típicos argumentos populistas falaces. Las rebajas de la deuda y los impagos existen, por supuesto: Son la evidencia de la insolvencia de un emisor. Lo que no existe es la reducción de la deuda para permitir gastar más y endeudarse aún más, qué es lo que ellos proponen, lo cual lleva a una mayor constante monetización y cancelación que, en definitiva, socava la solidez del euro. Lo que piden los economistas es la monetización directa por parte del BCE de todo y cualquier gasto público sin límites ni diferenciación. Esto es copiar a Argentina.
Ni a Estados Unidos, ni a Japón, ni al Reino Unido se les ocurre semejante disparate, porque saben que perderían su condición de reserva mundial.
El BCE ya compró el 100 por ciento de las emisiones netas de la mayoría de los estados miembros de la zona del euro y alrededor del 30 por ciento de su deuda pendiente. ¿Con qué la compró? Con la solvencia de los agentes económicos de toda la Eurozona. Esto es esencial para comprender por qué la deuda no es una simple nota contable y el BCE no puede cancelarla a voluntad.
El BCE puede pedir prestado gracias a la solidez del ahorro y la economía de los países miembros de la Eurozona.
Cuando el BCE compra bonos soberanos de la Eurozona, para el banco central, esa deuda es un activo de máxima calidad y menor riesgo, que tiene valor si los Estados miembros cumplen sus compromisos crediticios y son deudores fiables. Si el BCE eliminara esta deuda de su balance, destruiría sus activos y, con ello, la confianza en su viabilidad y en su capacidad para seguir siendo un banco central líder.
Cancelar la deuda en manos del BCE destruiría su posición global como prestamista y garante en última instancia, porque esto muestra a los inversores del mundo que sus activos (la deuda que ha comprado de los países) no son de alta calidad y bajo riesgo. sino insolventes. Cualquier inversor puede entender que lo que ahora parece «único» se repetirá en el futuro, a juzgar por las políticas de gasto deficitario masivo que los partidos que siguen a Piketty respaldan, destruyendo la credibilidad del euro y del BCE. ¿Cree que cuando finalice esta «cancelación única», la mayoría de los países no pedirán más, dos años después?
Recordemos que el balance del BCE se considera uno de los más seguros del mundo porque sus activos (los bonos que compra) también son los más seguros. La propuesta de los economistas significa demoler la credibilidad del sistema del euro y del BCE.
Si el BCE elimina lo que se supone que es el activo de mayor calidad y menor riesgo —los bonos soberanos— del balance, ¿qué podría pensar alguien sobre lo que ellos tienen en su balance, sino deuda tóxica de países insolventes? De hecho, ¿qué pasaría con la confianza en la solvencia de la Eurozona en general, el sistema monetario y su estabilidad si el BCE decide eliminar de sus activos los llamados bonos más seguros?
Eliminar los bonos de España, Italia o cualquier país de los activos del BCE pondría en serias dudas la estabilidad, solvencia y credibilidad de todo el sistema.
Si el BCE elimina de su balance una parte de los bonos comprados a España sería reconocer la insolvencia del país, pero también reflejaría la imposibilidad de seguir comprando dichos bonos en el futuro. El llamado de los economistas a cancelar y seguir monetizando todo y cualquier gasto público es simplemente copiar los errores de Argentina, lo que devastó el peso y su economía. Esto que fue propuesto por personas de Podemos, quienes se han mostrado partidarios de salir del euro, también requiere mucho descaro. Ellos exigen que se les perdone la deuda, se endeuden más y luego, si no les gusta, se van.
No solo es una economía ilógica, también es una estafa para todos los contribuyentes europeos.
La sencillez de decir que la deuda es una nota contable que el BCE puede eliminar, solo se le puede ocurrir a quien no sepa cómo se establece la estabilidad del sistema monetario y financiero.
Ningún gobernador de la Reserva Federal o del Banco Central de Japón se le ocurriría el disparate de eliminar los activos de alta calidad —bonos del gobierno— de su balance, porque estaría reconociendo (1) que son tóxicos, (2) la insolvencia de su emisor (el estado), y (3) la falta de valor de los activos que acumula. Equivaldría a destruir la credibilidad del sistema que da confianza a la moneda y la deuda estatal, sustentado por los ahorros actuales y futuros de los ciudadanos, como en el BCE con los ahorros de los europeos, y con ello, destruir la condición del euro como moneda de reserva y, al mismo tiempo, la posibilidad de sustentar la deuda nacional en el futuro.
El lector puede decir que a Grecia se le concedió reducción de la deuda. Cierto, pero ¿a cambio de qué? A cambio de un amplio y contundente programa de reformas y recortes presupuestarios que devolvería al país a un superávit primario en poco tiempo. La reestructuración de la deuda existe, por supuesto; lo que no existe es la reestructuración de la deuda a cambio de gastar más y pedir prestado aún más.
Solo alguien que no tenga idea del sistema monetario podría creer que una reestructuración de la deuda en manos del BCE podría ser un viaje gratis. Iría acompañado de recortes y sacrificios mucho mayores porque es una prueba de insolvencia.
En cualquier caso, una reducción no soluciona nada si el déficit anual sigue en aumento, problema que ni Piketty ni los partidos que defienden sus teorías pretenden resolver, todo lo contrario. En unos años, el endeudamiento del país sería el mismo ya que acumula mayores déficits estructurales.
La reducción de la deuda no es un regalo; es una demostración de que el emisor no es solvente ni confiable. Con esto, el acceso a la financiación actual y futura se reduce considerablemente. No es un cheque en blanco para mantener crecientes los desequilibrios. Lamentablemente, eso nunca les ha importado a aquellos que sin pestañear, enviarían a la Eurozona a la estanflación y al desastre monetario con sus mágicas propuestas.
La deuda no es un número, es un contrato de compromiso cuyo valor se mantiene porque se asegura la garantía y confiabilidad del emisor. La deuda, que es un activo en el balance del BCE, mantiene la estabilidad y solvencia del euro como moneda porque el compromiso de los Estados miembros de reembolsarla es incuestionable. Una vez que se rompa ese compromiso, el euro, y con él la capacidad de financiación de la economía del país, desaparecerá en poco tiempo.
Estas propuestas llegan cuando la comunidad de inversores es mayoritariamente alcista con el euro y alejada de Europa, y demuestran que el riesgo de esas apuestas es que, lo que parece una idea aleatoria y sin importancia de un economista radical, puede ser una realidad algún día, lo que hace que la apuesta alejada de consenso por el euro no sea un riesgo, sino una gran preocupación.
El doctor Daniel Lacalle es economista jefe del fondo de cobertura Tressis y autor de «Libertad o igualdad», «Escapar de la trampa de los bancos centrales» y «La vida en los mercados financieros».
Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente las de The Epoch Times.
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