Opinión
El 21 de marzo de 2006, alguien decidió enviar algo llamado tuit. Un mensaje bastante banal, que incluía las siguientes cinco palabras: «solo estoy configurando mi twttr». El responsable del tuit fue Jack Dorsey, cofundador de Twitter.
En los casi 16 años transcurridos desde el envío del tuit, el sitio de microblogging ha pasado de ser un lugar que alguna vez fue hospitalario—donde la gente era libre de compartir ideas—a uno bastante inhóspito.
En noviembre, Dorsey entregó su carta de renuncia, y con razón. Twitter se ha convertido en una maquinaria de censura—un lugar en el que se rechazan las opiniones disidentes y heterodoxas. En muchos sentidos, la censura de Twitter ahora se parece a la de la China comunista.
Siendo alguien que vivió en China hasta hace muy poco tiempo, tengo experiencia de primera mano con la censura. Ahora, antes de que me acusen de hiperbólico, permítanme afirmar lo siguiente: lo que estoy discutiendo aquí es un enfoque hacia la censura y las formas en que aquellos que se desvían de la narrativa prescrita son castigados, rápida y severamente.
En Twitter, no es raro que a las personas se les suspenda temporalmente su cuenta. De manera similar, en China, no es raro que las personas sean «suspendidas temporalmente». En octubre de 2020, poco después de criticar a los miembros del Partido Comunista Chino (PCCh), el multimillonario Jack Ma desapareció misteriosamente. Tres meses después, reapareció el cofundador y expresidente ejecutivo de Alibaba Group. Su «cuenta» se reactivó. El PCCh permitió que Ma regresara a la sociedad.
Sin embargo, en China, mucha gente no tiene tanta suerte como Ma. Ellos desaparecen de la vista—para no ser vistos de nuevo. En el lenguaje de Twitter, por muy crudo que parezca, sus cuentas están «suspendidas permanentemente».
Lo que nos lleva a la representante Marjorie Taylor Greene. Para algunos, el republicano es un héroe, un individuo valiente que cree en la defensa de la Primera Enmienda (y la segunda). Para otros, sin embargo, es un peligro para la sociedad y alguien responsable de difundir peligrosa «desinformación»—una palabra que se ha convertido en un arma utilizada por quienes están en el poder.
El 2 de enero, Twitter decidió suspender permanentemente la cuenta de la congresista estadounidense por difundir desinformación sobre el COVID-19. Greene respondió calificando a Twitter “un enemigo de Estados Unidos”, una empresa que simplemente «no puede manejar la verdad». «Está bien», advirtió, «le demostraré a Estados Unidos que no los necesitamos y que es hora de derrotar a nuestros enemigos».
¿Tiene razón Greene? ¿Es Twitter “un enemigo” de la gente? Bueno, no de toda la gente.
En agosto del año pasado, en una labor por frustrar las campañas de «desinformación», Twitter se asoció con Reuters y Associated Press, dos medios que tienen un historial turbio de trabajar en estrecha colaboración con gobiernos de todo el mundo, según reportes creíbles.
Tanto Twitter como Reuters, como he comentado previamente, forman parte de Trusted News Initiative (TNI) (Iniciativa de Noticias de Confianza, un programa que se estableció allá por 2019 para detener aparentemente las «noticias falsas». Otros miembros de la TNI incluyen a Facebook, un conducto conocido para la desinformación, y The Washington Post, un medio que ha publicado una serie de artículos poco convincentes en los últimos tiempos.
Los miembros de la TNI, incluyendo Twitter, han trabajado incansablemente para acabar con la «desinformación» sobre las vacunas. El término «desinformación» es interesante, porque parece ser utilizado por quienes están en el poder para referirse a cualquier cosa que consideren peligrosa—incluso si la «desinformación» es, de hecho, información correcta. Hoy en día, el término se usa con frecuencia para desacreditar a quienes cuestionan la eficacia de los cierres, el uso de las mascarillas, las vacunas, etc. El término «desinformación» se usa con imprudente descuido.
Aunque no estoy calificado para hablar acerca de la eficacia real de las diversas vacunas, no hace falta poseer más que unas pocas neuronas en funcionamiento para ver que las personas y empresas responsables de abordar la «desinformación» están muy comprometidas.
Esto, tal vez, explique por qué recientemente fue suspendida la cuenta de Twitter del Dr. Robert Malone. ¿Su pecado? Criticar la vacuna de Pfizer. Para los desprevenidos, Malone es virólogo e inmunólogo. Él está especialmente calificado para comentar sobre la eficacia de las vacunas, a diferencia de Bill Gates, un hombre que siempre está debatiendo la necesidad de vacunar a las personas, aunque no posee ninguna preparación del mérito (salvo que tener una cuenta bancaria considerable se considere una preparación).
Malone ha dedicado toda su existencia profesional al desarrollo de tecnología de vacunas. Pero una vez que tuvo la audacia de criticar a Pfizer—una compañía con un historial de manipulación de datos en estudios científicos—se encontró con el destierro de Twitter, una plataforma ridículamente popular con más de 37 millones de usuarios tan solo en Estados Unidos.
Para concluir
¿Se merecía Marjorie Taylor Greene que le desactivaran la cuenta? Dejaré que ustedes decidan. ¿Qué hay del Dr. Robert Malone? Una vez más, son libres de llegar a sus propias conclusiones.
Antes de irme, permítanme terminar haciendo una pregunta más: ¿se puede confiar en las personas que toman las decisiones en Twitter? Recuerde que la plataforma es parte del TNI altamente comprometido. La represión contra personas muy específicas con preocupaciones muy específicas merece ser examinada con mayor detalle. El bloqueo a Malone puede muy bien resultar ser una especie de punto de inflexión en el que millones de personas de todo el mundo se den cuenta de la realidad a la que nos enfrentamos.
Las grandes empresas tecnológicas y los grandes gobiernos no son amigos de la gente común. Son amigos de los que están en el poder,—personas con agendas específicas e ideologías concretas. Se han convertido en herramientas para preservar el statu quo—no para mejorar la humanidad.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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