Opinión
Brasil aún no ha hecho su gran refundación.
Acabamos de cumplir 200 años de nuestra fundación original y nunca hemos estado tan distantes de su impulso y tan sordos a su llamado.
El proceso de Independencia, que tuvo lugar entre 1808 y 1822, consistió en la transferencia a Brasil del antiguo sueño imperial portugués. Ese era un sueño templario y misionero, cargado de la vocación de restablecer, aquí en las Américas, el «Quinto Imperio» que las profecías habían prometido, uniendo un sentido aventurero del destino con un realismo humilde y perseverante, esa mezcla propia del espíritu lusitano (portugués). Impregnado de ese sueño, el proceso de la Independencia brasileña tuvo ese extraño carácter —fue al mismo tiempo creador de algo nunca visto, y también el que perpetuó las tradiciones que se remontan a la noche de los tiempos.
Nuestra fundación no fue una ruptura, sino un renacimiento. Pero si interrogamos la palabra «nación», vemos en ella la raíz latina «nat», de la que también surgen «nacer» y «naturaleza». Ahora bien, el nacimiento de todo ser se desarrolla necesariamente en dos aspectos —la herencia de sus antepasados y la aparición milagrosa de algo nuevo e irrepetible. Esta es la naturaleza de las naciones y de los individuos. Aunque en Brasil, parece que allí en nuestro origen lo experimentamos más intensamente que otros.
Luego tuvimos una ruptura brutal, la proclamación de la República en 1889, una proclamación que no fue más que un simple «putsch» militar apoyado por gran parte de la oligarquía de la época y recibido con indiferencia por el pueblo. Sin embargo, en ese gesto desconsiderado, carente de todo heroísmo, Brasil rompió con su pasado y su futuro. Desde entonces hemos ido recogiendo los pedazos de nuestros ideales, de nuestra personalidad, intentando rescatar el pasado y futuro, el origen y proyecto. Desde entonces estamos esperando el momento de la refundación.
La revolución de 1930 configuró una reorganización del poder de las élites, un caso clásico de revolución descrito por Lampedusa en su «Gattopardo» —cambiar para que todo siga igual. El movimiento de 1964, compuesto por militares y políticos civiles, bajo un fuerte impulso popular, se acercó un poco al concepto de una refundación, pero pronto se hundió en una inercia defensiva y materialista, y no consiguió la limpieza de Brasil. Las transiciones de 1946 y 1985 muestran algunos rasgos superficiales de renovación, ocultando en su interior el continuismo. Los pactos de las élites van cambiando de nombre y de forma, manteniendo siempre el mismo poder y la misma sordera a nuestro llamado.
Pero algo puede estar naciendo y renaciendo hoy, doscientas primaveras después. Por primera vez en exactamente 200 años de vida independiente, estamos ante la posibilidad de una refundación, en forma de reconfiguración completa de las estructuras de poder a partir del pueblo, capaz de rescatar el espíritu nacional que se ha mantenido cautivo por tanto tiempo.
La «primavera brasileña» está en las calles y en las carreteras, y sobre todo en el corazón de los brasileños. Ella exige transparencia al proceso electoral, mancillado por la parcialidad del TSE en la campaña electoral. Cuestiona la legitimidad del ejercicio de la presidencia por parte de un hombre condenado por haber montado en su anterior mandato, en la misma presidencia, una gigantesca trama de corrupción, siendo además saludado con vítores y aplausos por el crimen organizado en su asumida y exhibida condición de CPX («cupinxa» del crimen).
Este es un movimiento de quienes se desesperan ante la arbitrariedad de las Cortes Supremas y Electorales, que con villeza ya no ocultan anular las libertades fundamentales. Un movimiento que se revela ante la desvergüenza de los medios de comunicación «principales» dedicados a demonizar y a pisotear a su propio pueblo y totalmente identificados con las élites corruptas. Que se impacienta ante la connivencia y la inercia de la inmensa mayoría de sus representantes elegidos, que parece que solo esperan que «esto pase» para volver a coser tranquilamente la cubierta de sus acuerdos y arreglos, hecha jirones de robos, mentiras y degeneración moral. Que siente su corazón desgarrado por la angustia al ver la palabra «democracia» transformada en un látigo que fustiga la sagrada libertad del pueblo de pensar, de hablar, de dudar, de exigir que todo el poder emane de sí mismo, del propio pueblo.
Las represas del sistema corrupto, que durante tanto tiempo han impedido esta emanación, pueden romperse. Porque de la suma de estas revueltas se desprende una conclusión espontánea: solo la reconstrucción total del poder, verdaderamente emanado del pueblo, permitirá curar la terrible enfermedad que se ha apoderado de Brasil y que lo está destruyendo. El sistema se ha revelado como lo que realmente es, nada más y nada menos que una dictadura, la dictadura de los corruptos, formada por el PT y la izquierda, por el bloque político Centrão y todo el mecanismo partidista podrido de la vieja política, por los insolentes medios de comunicación en su cobardía y sometimiento al poder corrupto, por el crimen organizado, por las clases artísticas e intelectuales con su pensamiento atrofiado de lo políticamente correcto y por la élite empresarial aliada de los corruptos a través del esquema del «capitalismo de bonos». Todo ello con el apoyo moral y material del globalismo «woke», China, Rusia y el Foro de Sao Paulo, es decir, el gran eje totalitario Beijing-Moscú-Teherán-Davos-Caracas. Todos estos elementos interactúan y comparten el propósito de someter al pueblo y establecer una sociedad controlada. Repiten en Brasil, con sus propias características, un proyecto que ya está en curso en modo avanzado en todo el mundo, la dictadura global y el fin de la humanidad libre.
El pueblo brasileño se está dando cuenta rápidamente de que todo el aparato estatal, de comunicaciones, económico, educativo y electoral está comprometido con el crimen. Todos sus aspectos son cabezas de la misma Hidra.
Esto es lo que lleva al pueblo a desear algo que sólo pueda calificarse de refundación. La refundación que nunca tuvimos, pero que reedita el sueño original y la misión civilizadora de la Independencia —a no ser un país cualquiera, un país genérico, sino convertirse en la gran nación del mundo.
Esta antigua y nueva misión de los brasileños, de hecho, también es mundial. La refundación brasileña puede convertirse en un precedente histórico antiglobalista, luchando por salvar la esencia del ser humano, su libertad y dignidad fundamentales, frente a la dictadura global, destructora del sentimiento más íntimo del ser humano, en cuyo corazón, en medio de la mentira y la esclavitud hoy despierta la memoria de que es libre, que es un buscador de la verdad y un hijo de Dios.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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