La conducta política de la República Popular China (RPCh) se está tornando cada vez más peligrosa para la paz mundial. No se trata solamente de la conducta irresponsable y, en cierta medida criminal, que adoptó ocultando el origen y peligro de la pandemia del coronavirus, sino toda una serie de pasos, agresivos todos, que está adoptando en la arena internacional.
La mayor amenaza apareció el pasado 8 de mayo en un editorial del importante diario Global Times de Beijing, en el que su Director en Jefe llamó a cuadruplicar las armas nucleares chinas, pasando de 260 a 1000 en un tiempo “relativamente corto”. La justificación retórica, como es usual en los regímenes totalitarios, es “la supuesta hostilidad de Estados Unidos hacia China”.
La segunda amenaza la está ejerciendo contra sus vecinos asiáticos mediante un creciente y agresivo despliegue naval en aguas al sur del llamado Mar de China. Barcos de guerra chinos han estado acosando los navíos comerciales que navegan en esas aguas internacionales que el régimen comunista ilegalmente califica como “suyas”.
Todas las naciones cercanas a China, especialmente las islas, como Japón, Taiwán, Filipinas, Malasia y Borneo, están alarmadas y han pedido a países amigos algún tipo de protección ante la agresividad naval china.
El pasado 13 de mayo, el régimen chino advirtió a Francia que no le venda armas a Taiwán porque “eso podría dañar las relaciones bilaterales”. En el pasado, Francia había vendido armas a Taiwán. En 1991 le vendieron seis fragatas Lafayette y, en 1992, 60 jets de combate Mirage. El mes pasado, Taiwán dijo estar planeando comprar equipos militares franceses para mejorar los sistemas de misiles de interferencia en sus barcos.
Otra acción amenazante de la RPCh se ha enfocado en Australia. Recientemente, su Primer Ministro pidió una investigación sobre el origen de la epidemia del coronavirus y la respuesta china fue suspender parte de la importación de carne de res australiana y, al día siguiente, el diario “Global Times”, una especie de vocero oficial del régimen pekinés, aconsejó no hacer más negocios con Australia ni comprarle vino.
Si tenemos en cuenta que las exportaciones australianas a la RPCh ascienden a unos USD 135,000 millones al año, la amenaza china es de temer porque tendría serias consecuencias para los australianos.
Esta evidente extorsión política internacional muestra el grado de poder que está adquiriendo el régimen chino y que se puede estar traduciendo en impunidad para hacerse dueño de mares, tener poder de veto sobre a quién se le pueden vender armas y no tener que dar cuentas de sus acciones aunque cuesten cientos de miles de muertos a otros países. Además, su deseo manifiesto de multiplicar su posesión de armas nucleares tiene la clara intención de aumentar su capacidad para amedrentar a otras naciones y, muy probablemente, materializar el objetivo supremo de la hegemonía mundial, una meta claramente establecida en la ideología comunista.
De todas esas áreas de amenaza china, la más plausible y que debe reclamar la atención internacional es la que se enfoca en Taiwán. El régimen comunista de Beijing continua esgrimiendo una teoría falsa de que Taiwán es una provincia suya. La verdad histórica es que Taiwán nunca fue parte de la República Popular China. Cuando la revolución comunista de Mao Zedong se acercó a la toma de Beijing, el gobierno de la República de China (RDC) se trasladó a la isla de Taiwán y se hizo fuerte allí, logrando evitar que ese territorio cayera bajo el control comunista. Jurídicamente, Taiwán permaneció como territorio de la RDC, el nombre oficial de Taiwán.
La victoria militar de la revolución comunista tomó forma constitucional cuando Mao fundó lo que calificó como “una nueva república”, la República Popular China (RPCh), en la Plaza Tiananmen, el 1ro de octubre de 1949. Taiwán no formó parte de esa nueva república. Taiwán continuó siendo la República de China (RDC), una nación constituida desde 1912 y que continúa como tal hasta el día de hoy. Los 107 años transcurridos ratifican esa realidad histórica.
La manipulación que forzó la salida de Naciones Unidas de la República de China (Taiwán) mediante la llamada “Resolución 2758” se apoyó en el control que tenían los comunistas en numerosos países de Europa, países que posteriormente expulsaron a las dictaduras comunistas que los oprimían, incluida la patrocinadora de la Resolución, Albania. Este hecho establece, claramente, la necesidad de reconsiderar este cambio importante en la realidad política de los países miembros de la Organización de las Naciones Unidas y la validez de la Resolución 2758.
La ambición extraterritorial de los comunistas chinos con respecto a Taiwán tomó fuerza a finales de la década de 1970, cuando un nuevo gobierno en la República Popular China (RPCh), encabezado por Deng Xiaoping, decidió explorar formas capitalistas de producción contrarias al dogma comunista de economía centralizada. Crearon 4 zonas económicas especiales, que tuvieron un gran éxito por las condiciones especiales que le ofrecieron a los inversionistas extranjeros, entre otras: bajos impuestos corporativos, no interferencias burocráticas, bajos impuestos de exportación y, sobre todo, una fuerza laboral con salarios de miseria (10 centavos la hora) y sin derechos laborales ni sindicales. Esas Zonas Económicas Especiales se fueron multiplicando posteriormente.
El gobierno norteamericano de esa época, envuelto en la Guerra Fría con la Unión Soviética, incentivó las inversiones en China como una forma estratégica de “alejar” a la República Popular China del área de influencia soviética. Incluso le concedieron el estatus de “Nación más favorecida en el Comercio” para ayudar al éxito de esas zonas económicas especiales. Las relaciones de Estados Unidos con la RPCh se fueron “estrechando” hasta el punto en que el presidente Jimmy Carter, en 1979, bajo presiones del régimen comunista de la RPCh, rompió sus relaciones diplomáticas con Taiwán y las estableció con la RPCh. Ese fue, sin dudas, uno de los errores más grandes de la política exterior norteamericana. Esa concesión estratégica fue la que incentivó la ambición extraterritorial de la RPCh contra Taiwán.
Afortunadamente, el gobierno actual de los Estados Unidos ha entendido el enorme peligro que representa la RPCh con sus ambiciones hegemónicas sobre el mundo y, en particular sobre Taiwán, y ha dado pasos importantes para confrontar ese peligro real. Primero, lo ha hecho en el plano bilateral, poniéndole coto al robo de la propiedad de patentes tecnológicas que la RPCh ha estado realizando arbitrariamente y en violación de las leyes internacionales, y en el plano comercial, exigiendo igualdad. El gobierno estadounidense respondió con severidad a las negativas chinas de corregir la situación.
De la misma forma, las autoridades norteamericanas han comprendido el peligro en que está Taiwán por los errores políticos antes mencionados, y ha dado pasos sólidos y continuos para normalizar los lazos con Taiwán y para protegerla de la amenaza militar de la RPCh. En estos momentos, la flota naval estadounidense del Pacífico anunció que uno de sus destructores con misiles teledirigidos, el USS McCampbell, navega por las aguas que separan a Taiwán de la RPCh. Tres semanas atrás, otro destructor, el USS Barry, recorrió ese mismo trayecto.
Esta disposición de los Estados Unidos para frenar las amenazas chinas debe constituir un ejemplo para las naciones democráticas y libres del mundo de que deben unirse a este esfuerzo. La experiencia histórica de asumir actitudes pasivas y condescendientes con regímenes totalitarios llevó el mundo a guerras que causaron muchísima destrucción. La historia ha demostrado que la forma efectiva de mantener la paz mundial es poniéndole freno temprano a las ambiciones extraterritoriales de regímenes que comienzan imponiendo un sistema político que no respeta los derechos de sus propios ciudadanos y luego busca imponerlo al resto del mundo usando la fuerza.
La RPCh continúa alegando que “el mundo” respalda su reclamo sobre Taiwán porque más de 100 naciones mantienen relaciones diplomáticas con ella y no con Taiwán. Su intención es ganar impunidad para una acción militar que fácilmente puede originar una conflagración de mayores dimensiones.
La situación reclama pasos firmes y rápidos que frenen las amenazas y ambiciones de la RPCh. El más apremiante y sensato es el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Taiwán. Así quedaría claro que el mundo libre no toleraría una agresión contra esa pequeña isla.
Luis Zúñiga es escritor, diplomático y ex preso político cubano.
Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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