Las eclécticas calles de la colonia Roma de Ciudad de México han sido proyectadas en todo el mundo gracias al estreno de la última película de Alfonso Cuarón, que lleva el mismo nombre que este barrio burgués venido a menos y renacido en los últimos años como cuna del hípster.
Galerías de arte, modernos cafés, tiendas de moda y restaurantes internacionales se entremezclan con desgastadas fachadas de estilo europeo llenas de cableados, puestos de tacos callejeros y vendedores ambulante en esta colonia que encarna las grandes contradicciones del México actual.
Aquí es posible ver a un joven despertar a los vecinos con una campana para anunciar que el camión de la basura ha llegado, cerca de un espacio de «coworking» donde empresas emergentes llenas de extranjeros diseñan las últimas aplicaciones para celulares.
Estos espectáculos cotidianos rinden homenaje a los orígenes circenses de este barrio, pues fue Edward Walter Orrin, propietario de un importante circo, quien compró en 1902 los terrenos para fundar esta colonia a las afueras de lo que entonces era la capital mexicana.
La nueva colonia Roma adoptó el nombre de un pueblecito ubicado en esos terrenos que se llamaba La Romita, se estructuró en calles con ángulo recto y quedó delimitada por la calzada Chapultepec, que hoy en día es una de las principales avenidas de Ciudad de México.
«Su creación representa el último esfuerzo del porfiriato por hacer de la capital del país una ciudad moderna a la altura de cualquier otra del mundo», cuenta el historiador Edgar Tavares en su libro «Colonia Roma» (1995).
Y es que la Roma es considerada una de las mayores representaciones urbanísticas de la dictadura de Porfirio Díaz (1884-1911), un militar de gustos afrancesados que impulsó la construcción de anchas avenidas y bulevares con jardines para el disfrute de la burguesía que abandonaba el abarrotado centro urbano.
Hasta la Roma se trasladaron grandes aristócratas, muchos de ellos arquitectos europeos que diseñaron elegantes casas y palacetes con fachadas eclécticas, neocoloniales y modernistas con nada que envidiar a París, Londres, Berlín o Barcelona.
Paradójicamente, la europeización de México que buscaban barrios como la Roma no se vio reflejada en la nomenclatura de sus calles, que adoptaron nombres de ciudades y estados mexicanos como Orizaba, Oaxaca, Colima o Tabasco.
Cines, cabarés, cafés y una importante plaza de toros se encargaron de saciar las ganas de ocio de esta clase adinerada que había abandonado los carruajes para desplazarse en los primeros automóviles que circulaban por la ciudad.
Pero lo mismo que impulsó el nacimiento de la Roma marcó su decadencia, ya que otras zonas más modernas y tranquilas como Polanco comenzaron a atraer en la década de 1930 la atención de la burguesía capitalina.
El cineasta Alfonso Cuarón, que en su filme retrata la Roma de los años 70, recordó en una entrevista con TV Azteca que durante su infancia la zona sur de este barrio llegó a estar en «mucha decadencia», habitada por familias de clase media que habían perdido poder adquisitivo, e incluso llegó a ser conocida como «la Roña».
Probablemente, el mayor golpe que recibió el barrio fue el terremoto de magnitud 8,1 que el 19 de septiembre de 1985 devastó la ciudad, derrumbando decenas de edificios porfirianos en la Roma y causando la muerte de centenares de personas.
Pero como un ave fénix, la Roma resurgió de sus cenizas y se convirtió, junto con su vecina colonia Condesa, en hogar de artistas bohemios atraídos por su buena ubicación y los bajos precios de la vivienda.
Los pintores y escultores pusieron de moda la Roma, atrayendo cada vez más extranjeros y la inexorable gentrificación del barrio.
Laura, vecina de la colonia, recuerda que hace 25 años pagaba 2.000 pesos mensuales (98 dólares) por un amplio departamento que ahora podría costar cerca de 30.000 pesos (1.500 dólares).
«Encontrabas tiendas donde comprar fruta y comprar verdura, muchas farmacias antiguas y tienditas pequeñas de artesanos que ahora son barecitos y cafés», describe esta vecina sobre la llegada del fenómeno hípster en el barrio.
Pero la Roma se sigue resistiendo a su total transformación y todavía se puede escuchar un altavoz que desde un coche grita que «se compran colchones, tambores, refrigeradores» a pocos metros de una exclusiva tienda de muebles.
Mientras tanto, un hombre en bicicleta anuncia que «ya llegaron sus ricos y deliciosos tamales oaxaqueños» delante de uno de los restaurantes más caros de la ciudad.
Estas son las contradicciones actuales de la Roma, un barrio que lleva el nombre de una ciudad que no es la suya.
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