Comentario
Mientras Washington aumenta la presión sobre China y muestra toda su intención de desvincular de Beijing la economía estadounidense, la Unión Europea (UE) se encuentra en un callejón sin salida.
Bruselas valora claramente el comercio con China y no quiere perderlo. Al mismo tiempo, en Europa, el apoyo público al comercio con China se está reduciendo, la presión estadounidense no puede desestimarse y los líderes europeos tienen cada vez más problemas para ignorar las políticas comerciales injustas de Beijing. A los dirigentes de la UE les gustaría enhebrar esta aguja y encontrar una vía intermedia equilibrada, pero esos esfuerzos son cada vez menos sostenibles.
La posición de Estados Unidos es cada vez más dura. Durante mucho tiempo, Washington, así como las empresas estadounidenses, optaron por ignorar los abusos de Beijing —el robo descarado de la propiedad intelectual, el uso intensivo de subvenciones nacionales y las condiciones inusuales impuestas a cualquiera que quisiera vender en China o abastecerse allí. Todo ello constituye una violación de las prácticas aceptadas, por no decir una violación flagrante de las normas de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Pero a medida que la economía china ha ido adquiriendo mayor protagonismo, ignorar tales prácticas se ha vuelto más difícil. El primer rechazo estadounidense se produjo bajo la administración Trump, que intentó presionar el cambio en Beijing imponiendo fuertes aranceles a los productos chinos que entran en Estados Unidos.
Aunque el presidente Joe Biden criticó los aranceles durante la campaña de las elecciones presidenciales de 2020, los ha mantenido en vigor por las mismas razones por las que la administración Trump los había impuesto. Biden ha ido más allá, firmando la Ley de Reducción de la Inflación y la Ley de Chips y Ciencia, que juntas responden al uso por parte de Beijing de subvenciones para tecnología con un equivalente estadounidense. Estas leyes, especialmente la última, incluyen restricciones a la exportación de chips avanzados a China, así como de equipos de fabricación de chips. Varios proyectos de ley que circulan actualmente en el Congreso estarían aprovechando este impulso, citando prácticas chinas inaceptables y proponiendo formas de presionar a Beijing para que cambie. Recientemente, el nuevo panel de la Cámara sobre la economía china designó a China como la «mayor amenaza para la posición global de Estados Unidos».
Europa, por supuesto, se ha quejado de las subvenciones incluidas las de la legislación estadounidense. El presidente francés, Emmanuel Macron, pidió una respuesta para «apoyar a nuestros sectores estratégicos» y «contrarrestar el riesgo de deslocalización.» Pero Europa está menos preocupada por la práctica estadounidense de lo que parece a simple vista. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, aun reiterando las declaraciones de Macron, ha dejado claro que las preocupaciones de Europa se centran más en China que en Estados Unidos. «El tema», ha insistido, «es mucho más amplio» que las acciones estadounidenses y requiere «una estrategia mucho más amplia», añadiendo que las medidas estadounidenses tienen la virtud de la claridad, pero las de China son opacas con «subvenciones ocultas».
Aun así, a Europa le resulta difícil adoptar una postura firme. A pesar del uso intensivo de la palabra «desacoplamiento» en Washington, ni los líderes de la UE ni las autoridades de los países miembros hablan en ese sentido. Aparte de la crónica necesidad europea de parecer independiente de Estados Unidos, su reticencia a seguir el ejemplo estadounidense refleja la fuerte dependencia comercial de Europa respecto a China, mucho mayor que la de Estados Unidos.
El comercio entre la UE y China ha aumentado a un ritmo anual superior al 12 % en los dos últimos años. China produce el 20 % de todas las importaciones de la UE y absorbe el 10 % de todas sus exportaciones. Casi todos los paneles solares europeos proceden de China, al igual que todos los elementos de tierras raras que la economía europea necesita para fabricar baterías y vehículos electrónicos. Bruselas y los dirigentes de los Estados miembros, que ya han sufrido los perjuicios económicos de la ruptura de los lazos comerciales con Rusia a causa de los combates en Ucrania, son especialmente cautelosos a la hora de alterar aún más los acuerdos comerciales.
Por todas estas limitaciones, Europa ha expresado su descontento con las políticas de Beijing. En 2013, la UE impuso derechos antidumping a China, alegando el uso de subvenciones. No hace mucho, la UE impuso sanciones a China por violaciones de los derechos humanos, acto que echó por tierra un acuerdo de inversión sobre el que Beijing y Bruselas habían negociado durante años. Más recientemente, la UE aprobó nuevas normas que le permiten investigar a las empresas extranjeras que se benefician de dinero público. Los Países Bajos se sumaron recientemente a la prohibición de Washington de vender chips avanzados y equipos de fabricación de chips a China.
Estas tendencias refuerzan los claros indicios de que la opinión pública europea se ha vuelto contra China. Incluso en el ámbito empresarial, el número de empresas comprometidas con China se ha reducido. Solo 10 empresas de Europa y el Reino Unido concentran el 80 % de las inversiones en China.
En tanto, la inversión china en Europa ha disminuido y ahora se sitúa en el nivel más bajo desde 2013. Incluso las dificultades impuestas por la pérdida del comercio con Rusia han servido de advertencia a Europa para evitar esa «peligrosa dependencia», en palabras del secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg.
Mientras la UE y el Reino Unido intentan conservar lo que valoran en el comercio con China, es evidente que estas importantes economías están despertando a las mismas preocupaciones que Washington. Si bien estas naciones, por razones claras, se niegan simplemente a unirse a Estados Unidos, la tendencia a desafiar a la China comunista está ganando impulso, aunque lentamente.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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