Alguien que conozco compartió que regresaron de un retiro de meditación entusiasmados por las posibilidades significativas que habían visualizado en el retiro: nuevos proyectos, oportunidades y cosas importantes que querían crear.
¡Es tan increíble estar emocionado con nuevas y significativas posibilidades!
Y luego llegaron a casa y había montones de tareas, correos electrónicos y mensajes esperándolos. La urgencia de esos asuntos les distrajo de sus mejores intenciones.
La urgencia de los asuntos pendientes que se acumulan echa por tierra todos nuestros mejores planes.
Tenemos que lidiar con estos todo el tiempo:
– Tareas que se acumulan en nuestras listas de actividades.
– Correos electrónicos y mensajes que se multiplican en nuestras bandejas de entrada.
– Papeles que se apilan en nuestros escritorios y documentos que se amontonan en los escritorios de nuestros ordenadores.
– Pestañas que se aglomeran en el navegador.
– Tareas y recados que se juntan, llamadas telefónicas que hay que hacer y cosas que hay que arreglar o limpiar.
– El desorden se extiende por toda la casa.
Estos montones de tareas, mensajes, recados y quehaceres parecen urgentes. Parece que no podemos ignorarlos en favor de lo más importante. El cúmulo de actividades parecen representar obligaciones descuidadas. Vienen acompañadas de una ansiedad que nos hace querer solucionarlas por encima de cualquier otra cosa que reclame nuestra atención.
A veces ignoramos estos pendientes importantes, pero eso no hace que desaparezca la sensación de urgencia o de ansiedad, sino que solo la empeora. Es como intentar enterrar la cabeza en la arena y fingir que el problema no está ahí. La pila sigue llamándonos, pero nos ponemos los dedos en los oídos y tarareamos con la esperanza de ahogar sus súplicas.
No hay nada de malo en esta tendencia a querer atajar las acumulaciones o a ignorarlas. No hay nada de malo en la urgencia o en la ansiedad que provocan estas tareas pendientes. Pero, ¿y si pudiéramos crear una nueva relación con ellas?
¿Y si los asuntos que acumulamos fueran oportunidades para servir, amar o jugar? ¿Nos sentiríamos menos ansiosos y urgidos por estas oportunidades de recrearnos? Las actividades retrasadas no tienen por qué decir nada sobre nuestra adecuación o inadecuación: son simplemente terrenos de juego.
O podrían verse como un jardín. Queremos cuidar estos pequeños brotes con esmero, pero no son un incendio forestal del que tengamos que ocuparnos urgentemente. Podemos aportarles nuestro amor y nuestros cuidados, pero no con urgencia.
Con esta nueva relación con nuestros asuntos pendientes, también podemos dirigir nuestra atención a algo más profundo: un proyecto que tenga sentido, un lugar al que llevar nuestro corazón y nuestra curiosidad. Podemos llevar nuestras intenciones más profundas de meditación, reflexión y expresión. Podemos profundizar en nuestras relaciones y pasar tiempo con nuestros seres queridos sin la urgencia de nuestras tareas acumuladas que nos llaman desde nuestros teléfonos y cestos de la ropa sucia.
¿Qué le gustaría hacer con sus días si no tuviera que sentir la urgencia de los pendientes?
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