Comentario
Mientras escribo esto, el Partido Comunista Chino (PCCh) está cometiendo un genocidio cultural en el Tíbet. El líder chino Xi Jinping ha exigido un Tíbet «socialista nuevo y moderno», así como la «sinicización» del pueblo tibetano.
Para garantizar el cumplimiento masivo, el PCCh ha aplicado una serie de nuevas políticas en la región supuestamente autónoma. En el Tíbet, las actividades y prácticas prohibidas incluyen ahora la visita a los templos y el uso de rosarios o cualquier otro objeto religioso.
Según el Grupo de Investigación Política (POREG), Beijing «ha designado agentes especiales en cada oficina y comunidad para denunciar a los cuadros y funcionarios tibetanos que infrinjan estas leyes». Cualquier persona a la que se descubra participando en alguna de las actividades o prácticas prohibidas se enfrenta al «despido de sus puestos de trabajo en el gobierno, la denegación de todos los derechos especiales e incluso la detención».
En un esfuerzo por erradicar el ADN cultural del país, la lengua tibetana ya no se enseña en las escuelas. En su lugar, el mandarín es ahora la nueva lengua de instrucción.
Los monjes del país también están siendo perseguidos y castigados por delitos inventados. Según Human Rights Watch, dos monjes recibieron recientemente «condenas de 17 y 15 años, respectivamente, simplemente por discutir con los cuadros durante la sesión educativa».
El 10 de diciembre, Go Sherab Gyatso, escritor y educador tibetano, fue condenado a una década entre rejas. ¿Su delito? Negarse a denunciar al Dalai Lama. Cabe señalar que el 10 de diciembre era el Día de los Derechos Humanos, un hecho que añadió más crueldad a la sentencia de prisión.
¿Por qué, uno se pregunta, está China tan obsesionada con el Tíbet, una tierra remota con una población de poco más de 2 millones de personas? Si se mira con detenimiento, la razón es obvia. Tiene que ver con el agua; más concretamente, con el agua dulce.
Quien controla el agua controla el futuro
En todo el mundo, 1100 millones de personas carecen de acceso al agua potable, según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). Cada mes, al menos 2700 millones de personas sufren escasez de agua. Para 2025, como advierte Naciones Unidas, «casi 1800 millones de personas vivirán en zonas con escasez absoluta de agua, y dos tercios de la población mundial podrían vivir en condiciones en las que no se disponga de suficiente agua».
Solo el 3% del agua del mundo es agua dulce. Aproximadamente tres cuartas partes del agua dulce del planeta están almacenadas en los glaciares. Cuando uno piensa en glaciares, automáticamente piensa en la Antártida. Sin embargo, la meseta tibetana tiene más de 46,000 glaciares, lo que la convierte en la tercera mayor reserva de agua dulce del mundo, después de la Antártida y Groenlandia.
Los glaciólogos se refieren a la meseta tibetana como el «tercer polo». Otros se refieren a ella como la «torre de agua» de Asia, y con razón. Los principales ríos de Asia nacen en la meseta: el Indo, el Sutlej, el Brahmaputra, el Irrawaddy, el Salween, el Mekong, el Yangtze y el río Amarillo. Al menos 240 millones de personas de 10 países diferentes —Bangladesh, Camboya, China, India, Laos, Birmania (Myanmar), Nepal, Pakistán, Tailandia y Vietnam— dependen de estos ríos para sobrevivir. Esta es la verdadera razón por la que el control del Tíbet no es negociable para Xi Jinping y el PCCh.
En China, según el académico Yong Jiang, millones de ciudadanos se enfrentan a una grave escasez de agua, especialmente en el norte del país. La escasez de agua en China «se caracteriza por la insuficiencia de los recursos hídricos locales, así como por la reducción de la calidad del agua debido a la creciente contaminación, lo que ha provocado graves repercusiones en la sociedad y el medio ambiente».
Por supuesto, China no tiene el monopolio de las crisis relacionadas con el agua. En toda la región asiática —desde Mongolia hasta Pakistán— se avecina una crisis del agua para 270 millones de personas. Los recursos de agua dulce del Tíbet nunca han sido tan valiosos como ahora. Si el PCCh controlara estas aguas, tendría una gran influencia en la mayor parte del continente.
La meseta tibetana también contiene grandes reservas de plata, plomo y zinc, así como de cobre y oro. En los últimos años, la explotación de los recursos naturales del Tíbet por parte de China se ha acelerado considerablemente. La explotación incluye campos de trabajo forzado.
Según Free Tibet, un grupo dedicado a poner fin a la ocupación china de este territorio aislado y mayoritariamente budista, el Tíbet es la principal fuente de litio de China, que se utiliza en baterías recargables para teléfonos celulares, laptops, cámaras digitales y vehículos eléctricos. Mientras el mundo se enfrenta a una escasez «aguda» de litio, China sigue aprovechando el suministro aparentemente interminable del Tíbet.
La meseta tibetana también alberga uranio, un metal pesado utilizado para generar electricidad en las centrales nucleares. Según Bloomberg, el PCCh planea construir «al menos 150 nuevos reactores en los próximos 15 años, más de los que el resto del mundo ha construido en los últimos 35», lo que permitirá a China «superar a Estados Unidos como el mayor generador de energía nuclear del mundo».
¿Qué se puede hacer para ayudar al pueblo del Tíbet? ¿Qué se puede hacer para impedir que el PCCh explote la meseta tibetana? En diciembre de 2020, el Congreso de Estados Unidos aprobó un proyecto de ley, llamado Ley de Política y Apoyo al Tíbet (TPSA), que mejoraba el apoyo de Washington al pueblo del Tíbet. No es sorprendente que el proyecto de ley haya tenido poco impacto en los acontecimientos de la región. Mientras el Tíbet siga proporcionando a China abundantes recursos naturales, ninguna sanción impedirá que el PCCh inflija aún más miseria al pueblo tibetano.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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