«Fue la soberbia la que convirtió a los ángeles en demonios», escribió en una ocasión San Agustín de Hipona, «es la humildad la que hace a los hombres como ángeles».
Aunque Agustín se refería a cuestiones teológicas, si convertimos sus pensamientos en una metáfora secular, aún podemos encontrar verdad en ellos. El orgullo y la arrogancia en los tiranos, por ejemplo, pueden hacerlos demoníacos, como lo demuestran los millones y millones de víctimas que infligieron en el siglo XX.
Nosotros también podemos arruinar nuestras propias vidas por un orgullo excesivo, llamado hubris por los griegos, pero el orgullo es una criatura complicada y tiene otro lado más positivo. Conozco a un carpintero que se enorgullece de las cubiertas que construye. Los padres de un conocido mío se enorgullecen con razón de los logros de sus hijos.
A menudo, este orgullo va de la mano de la humildad, otro concepto enmarañado. De hecho, de todas nuestras virtudes, la humildad es quizá la más incomprendida y la que menos se resalta. Si buscamos en Internet «definición de humildad», encontraremos una gran variedad de significados, desde «libertad de orgullo» a «falta de orgullo», pasando por el más preciso «falta de falso orgullo». Estas variaciones son comprensibles, pues reflejan nuestra propia confusión sobre la humildad.
En «¿Qué es la humildad y por qué es importante?» Anna Katharina Schaffner hace un gran servicio a sus lectores con un rápido repaso de la historia de la humildad y sus muchos beneficios para la persona humana, y les animo a leerlo. Quizá lo más importante sea que, al principio de su artículo, Schaffner señala que la humildad «parece chocar con nuestra valoración actual de la autoestima y la autorrealización», pero luego añade este párrafo:
«Pero la humildad no tiene nada que ver con la mansedumbre o la debilidad. Tampoco significa pasar desapercibido o ser sumiso. La humildad es una actitud de modestia espiritual que proviene de la comprensión de nuestro lugar en el orden más amplio de las cosas. Implica no tomar demasiado en serio nuestros deseos, éxitos o fracasos».
He aquí una visión sana de la humildad que vemos ejercerse a diario a nuestro alrededor. Esos padres que conozco y que están tan orgullosos de los logros de sus hijos nunca dicen: «Sí, y todo ha sido obra mía». Mientras que mi amigo el carpintero puede sentir una enorme satisfacción por los elogios que recibe por un trabajo, él da el mérito a sus profesores y a su cualificado equipo de trabajo.
Y si investigamos un poco más en Internet, descubriremos que la humildad es uno de los rasgos más deseables en un líder. En cualquier sitio podemos leer sobre las fortalezas de los líderes humildes: su disposición a escuchar a los demás y a compartir el mérito cuando se hace un buen trabajo, su mesura a la hora de valorar sus propios talentos y su capacidad para suplir las carencias con la ayuda de los demás y, quizá lo más importante, su visión de sí mismos como «líderes servidores». En esta capacidad, sus deseos y anhelos pasan a un segundo plano frente a los objetivos de una misión y las necesidades de los demás.
En «La vida con propósito», el pastor y autor Rick Warren escribió: «La humildad no es pensar menos de ti mismo; es pensar menos en ti mismo». Luego añadió: «Humildad es pensar más en los demás». Porque esta virtud tan poco mencionada no solo hace maravillas en el lugar de trabajo, sino que puede mejorar el matrimonio, la vida en el hogar y las relaciones con la familia y los amigos. Esta modestia realza el esplendor del talento.
Una nota final: La humildad deriva en última instancia de la palabra latina humus, que significa «tierra, suelo». Si adoptamos un espíritu humilde, manteniendo nuestros egos a un lado mientras aportamos con seguridad nuestros dones y capacidades, todo ello con el objetivo de rendir al máximo dondequiera que estemos, puede que no nos convirtamos en ángeles, pero mantendremos los pies en la tierra.
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