Las creencias comunistas en las democracias actuales

16 de enero de 2017 11:49 PM Actualizado: 22 de marzo de 2019 10:28 PM

Cuando la Unión Soviética se derrumbó, Ryszard Legutko, el ministro de educación de Polonia tuvo una impresión compartida por muchos; mientras Polonia pasaba del comunismo a la democracia: todavía se sentía como el comunismo.

«El nuevo sistema comenzó a mostrar síntomas que la mayoría de los analistas políticos ignoraron y que algunos-incluyéndome a mí mismo- resultaron muy inquietantes» declaró en su reciente libro, «El demonio en la democracia: Tentaciones totalitarias en las sociedades libres».

Él escribió: «Por increíble que parezca, el último año del declive del comunismo tuvo más espíritu de libertad que el período posterior al establecimiento del nuevo orden». Ambos sistemas predican una ideología que trata de decirle a cada persona «cómo pensar, qué hacer, cómo evaluar los acontecimientos, qué soñar y qué lenguaje usar.»

La lamentable realidad es que casi todos los sistemas políticos comparten elementos que están en la raíz de los sistemas totalitarios, incluido el comunismo. A lo largo de la modernidad en occidente, siempre ha habido una tensión entre las creencias tradicionales y las nuevas formas de pensar, pero el comunismo llama a una ruptura forzada del gobierno con lo viejo.

«Ambos sistemas generan, al menos en sus interpretaciones ideológicas oficiales, un sentido de liberación de los viejos lazos» dijo Legutko.

Describió al comunismo «como un sistema que inició la historia de nuevo» y como una práctica «contra la memoria». Los que se opusieron a esta destrucción forzada de tradiciones y creencias también estaban «luchando por la memoria contra el olvido, sabiendo muy bien que la pérdida de memoria reforzaba el sistema comunista, haciendo a las personas indefensas y maleables».

Las raíces de estos sistemas modernos comenzaron con ideas políticas que se han estado desarrollando en nuestro mundo por más de 150 años. Es una ideología basada en la destrucción del viejo mundo, la creación de uno nuevo y la fuerte coerción de cualquiera que se opusiera a éste.

El comunismo pretende inculcar a la gente un odio a lo divino, difundir una creencia sólo en sí mismo y crear una cosmovisión basada en la lucha.

«El Manifiesto Comunista» (1848) afirma que el comunismo «erradica las verdades eternas, erradica toda religión y toda moralidad». Éste continúa promoviendo una nueva visión deformada del mundo, bajo la idea de que la historia de la sociedad es sobre «lucha de clases».

Es una ideología que tomó el control alterando nuestra comprensión del pasado y volviéndonos unos contra otros.

Una historia sangrienta

El socialismo, el comunismo y el fascismo se basan en las mismas ideas: economías de planificación centralizadas en las que el gobierno controla todos los medios de producción y mantiene un control penetrante sobre las decisiones cotidianas de un individuo. Las lealtades dentro de estos sistemas se mantienen a través de una cruzada fabricada y sin fin contra los «enemigos del estado».

La historia del socialismo se remonta a la Revolución Francesa en 1789. Desde París, el socialismo se extendió por toda Europa, como se detalla en el libro de 1890 de Moritz Kaufmann, «Socialismo, Trabajo y Capital». Luego siguió el comunismo y el fascismo.

Karl Marx, mientras tanto, estaba trabajando para difundir la ideología socialista. Fue miembro del personal de publicaciones socialistas, incluyendo la Gaceta Renana y el Deutsch-Französische Jahrbücher, publicado en París. Entonces, en 1848 Marx y Friedrich Engels escribieron «El Manifiesto Comunista», que promovió un movimiento más agresivo basado en la idea de revolución violenta.

El manifiesto fue publicado justo antes de las revoluciones socialistas que se extendieron por Europa en 1848.

Víctor Hugo- autor de «Los miserables»- expresó sus opiniones sobre estos movimientos en una declaración publicada en mayo de 1848. Afirmó que «el socialismo, o la República Roja, es todo una; porque derribaría el tricolor y pondría la bandera roja.

«El socialismo provocaría una bancarrota general» escribió Víctor Hugo. «Destruiría a los ricos sin enriquecer a los pobres. Destruiría el trabajo, que le da a cada uno su pan. Suprimiría la propiedad y la familia. Marcharía con las cabezas de los proscritos en las picas, llenando las prisiones con los sospechosos y vaciándolas con masacres.

«Convertiría a Francia en el país de la tristeza. Estrujaría la libertad, reprimiría las artes, silenciaria el pensamiento y negaría a Dios.

La ideología se extendió por toda Europa y al ser inflada aún más por las enseñanzas de Marx, formó la base de los regímenes totalitarios violentos que atormentaron el siglo XX; incluidos los gobernados por el Partido Socialista Nacional bajo Adolf Hitler, el Partido Comunista de la Unión Soviética bajo Josef Stalin y el Partido Comunista Chino bajo Mao Zedong.

El líder italiano Benito Mussolini- un ex marxista- transformaría las ideas en un nuevo sistema conocido como fascismo. Lo enmarcó en su autobiografía de 1928 como un sistema bajo el cual cada ciudadano «ya no es un individuo egoísta que tiene el derecho antisocial de rebelarse contra cualquier ley de la Colectividad».

Hitler adoptó el fascismo en su Partido Nacional Socialista y declaró en 1933 que bajo su sistema cada dueño de la propiedad «debería considerarse nombrado por el Estado» y que «el Tercer Reich siempre conservaría su derecho a controlar a los dueños de la propiedad».

«Lo que está detrás del bolchevismo y muchas otras cosas modernas es una duda nueva. No es sólo una duda acerca de Dios; es más bien una duda sobre el hombre». GK Chesterton, en el primer artículo de la primera edición de Weekly

En «The Concise Encyclopedia of Economics», Sheldon Richman describió el fascismo como «socialismo con una capa capitalista» y señaló que «el antagonismo de los líderes fascistas con el comunismo ha sido mal interpretado como una afinidad para el capitalismo», cuando en realidad era porque Hitler veía al comunismo como «su rival más cercano para la lealtad de la gente».

» Igual que con el comunismo, bajo el fascismo, cada ciudadano era considerado como un empleado y un arrendatario del estado totalitario del partido-dominante,» Richman indicó. «Por consiguiente, era la prerrogativa del Estado usar la fuerza, o la amenaza para suprimir incluso la oposición pacífica».

Cuando la facción bolchevique del comunismo tomaba el control en Rusia, el autor G.K. Chesterton empezó a publicar un nuevo semanario en marzo de 1925. En él, advirtió sobre el surgimiento de una nueva era del totalitarismo, elementos de los cuales dijo, podían encontrarse en casi todos los sistemas políticos modernos.

En el primer artículo de la primera edición de G.K.’s Weekly, escribió: «Lo que está detrás del bolchevismo y muchas otras cosas modernas es una duda nueva. No es sólo una duda acerca de Dios; es más bien una duda sobre el hombre».

«La vieja moralidad, la religión cristiana, la iglesia católica diferían de toda esta nueva mentalidad porque realmente creían en los derechos de los hombres. Es decir, creían que los hombres comunes estaban revestidos con poderes y privilegios y de una especie de autoridad», escribió.

«Ahora en estas cosas primarias en las cuales la vieja religión confiaba en el hombre, la nueva filosofía desconfía completamente del hombre. Insiste en que debe ser un tipo muy raro de hombre para tener algún derecho en estos asuntos; y cuando es el tipo raro, tiene el derecho de gobernar a otros más que a sí mismo».

Cuando la guerra fría se desplegó, el mundo era como un campo cultivado, donde la Unión Soviética alegremente sembró sus semillas de discordia social y desinformación para difundir más profundamente su ideología totalitaria.

Bajo el moderno punto de vista liberal-democrático que ahora profesan cientos de millones, Legutko escribió «el sistema político debe permear cada sección de la vida pública y privada», extendiéndose a todas las partes de la sociedad, incluyendo «la ética y costumbres, familia, iglesias, escuelas, universidades, organizaciones comunitarias, cultura y hasta el sentimiento y las aspiraciones humanas».

Independientemente de la forma política en la superficie, todo el mundo ha sido víctima de la propagación de una creencia común, arraigada en los orígenes del comunismo. Es una creencia en la destrucción de la creencia y a través de ella, la destrucción de la creencia en la bondad y en los derechos del hombre común.

Las opiniones expresadas en este artículo son los puntos de vista de los autores y no reflejan necesariamente las de La Gran Época.

Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times

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