Los ratones convocaron a una reunión para hacer un plan de como liberarse de su enemigo, el gato. Al menos deseaban encontrar alguna manera de saber cuándo vendría, para que pudieran tener tiempo de huir. De hecho, había que hacer algo, porque vivían con un miedo tan constante a sus garras que apenas se atrevían a moverse de sus guaridas de noche o de día.
Se discutieron muchos planes, pero ninguno de ellos se consideró lo suficientemente bueno. Por fin un ratón muy joven se levantó y dijo:
«Tengo un plan que parece muy simple, pero sé que tendrá éxito. Todo lo que tenemos que hacer es colgar un cascabel sobre el cuello del gato. Cuando escuchemos el repique de campana sabremos de inmediato que nuestro enemigo viene».
Todos los ratones estaban muy sorprendidos de que no hubieran pensado en tal plan antes. Pero en medio del regocijo por su buena fortuna, un viejo ratón se levantó y dijo:
«Diré que el plan del joven ratón es muy bueno. Pero permítanme hacer una pregunta: ¿Quién le colocara el cascabel al gato?»
Una cosa es decir que se debe hacer algo, pero otra muy distinta es hacerlo.
Esta fábula se reproduce de «Esopo para niños» (1919).
Esopo (c. 620-564 a.C.) fue un narrador griego al que se le atribuyen una serie de fábulas ahora conocidas colectivamente como «Fábulas de Esopo». Sus cuentos, con su valor moral, han influido durante mucho tiempo en nuestra cultura y civilización, contribuyendo no solo a la educación y la construcción del carácter moral de los niños, sino también, con su atractivo universal, a la autorreflexión de los adultos por igual que han elegido abrazar las virtudes o prestar atención a las advertencias internas.
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