Dana Betlevy, antigua periodista del Epoch Times, relata su experiencia cercana a la muerte y cuenta cómo descubrió el sentido de su vida tras morir, flotar en una dimensión etérea de felicidad y volver a su cuerpo tras ser resucitada. Betlevy se esforzó por contar su historia en su entorno materialista de Europa del Este.
En mi infancia y adolescencia tuve experiencias extraordinarias que no podía explicar. No me atrevía a contárselo a los demás, por miedo a las burlas de la gente con un modo de pensar materialista. Soy ingeniera y he pasado mi vida con amor por las matemáticas y la física, pero nunca rechacé la idea de que ésta no fuera la única vida que he vivido.
Tras muchos años preguntándomelo, tuve la suerte de encontrar la explicación a estas experiencias en antiguas enseñanzas chinas, pero ésa es otra historia.
Nací en un país comunista de Europa del Este, donde la perspectiva materialista era especialmente fuerte. Mi primer recuerdo es estar debajo de la mesa en casa de mis abuelos mientras la familia estaba sentada alrededor. Pensé: «¿Quién es esta gente? Esta familia no es la mía».
Otro recuerdo es el de estar tumbada en mi cama de niña, con la cabeza en la almohada, pellizcándome la mano para ver si esta vida era un sueño. Tenía dos o tres años y nada me parecía real. Recuerdo que a esa temprana edad pensaba que mis verdaderos padres vendrían a llevarme a casa o que me despertaría de un sueño, dejando a esta familia que no reconocía como mía. «Por supuesto que mis verdaderos padres vendrán y me llevarán a casa», pensaba.
Esta sensación me acompañó más o menos toda la vida.
Cuando tenía 22 años, tuve una experiencia extraordinaria: Estuve clínicamente muerta y luego reviví. Durante la época de mi vida que precedió a esta experiencia, sufrí una gran carga mental. Sentía una lucha interior constante en la que surgían muchos pensamientos.
Estaba en un tren de metro y sentí como si mis pensamientos se aceleraran, como si un gran motor de mi mente funcionara cada vez más deprisa y de repente supe que sería el final.
Sentí que todas las funciones de mi cuerpo se detenían una a una, y mi último pensamiento fue que tenía que salir del tren. Tenía que subir al andén, dando un gran paso para cruzar el espacio entre el tren y el andén. Al salir del tren, todo se volvió negro en mi mente, y quedó un espacio en blanco en mi memoria.
A continuación, vi mi cuerpo inerte, tendido en los asientos de la estación de metro, con mucha gente a mi alrededor, intentando devolverme a la vida.
Yo les observaba desde algún lugar en lo alto y oía a gente que me llamaba y me hablaba. Una vecina de mi madre estaba entre la multitud y me vio allí tendida. Me llamó usando el nombre que mi familia usa para mí.
Lo vi y lo oí todo, pero no quería volver. ¿Por qué? Porque estaba en una dimensión especial, un mundo especial sin miedo, sin sufrimiento, sin dolor. Solo sentía una especie de felicidad difícil de explicar.
Sin miedo, sin dolor, sin sufrimiento
No era como las emociones experimentadas en la vida, porque las emociones suelen fluctuar en intensidad, subir y bajar. Lo que sentía era más bien un estado permanente de la mente y el corazón. Si pudiera hacer un «gráfico del alma», se mostraría como una sensación lineal en el punto más alto de felicidad, pero una felicidad que trasciende la felicidad terrenal. Fue liberador.
Al ver que todos intentaban devolverme a la vida, dije: «No tengo la menor intención de volver de aquí».
Me sentí en el centro, mirando hacia abajo, hacia mi cuerpo, y luego hacia arriba, hacia un camino de luz que se extendía desde mí hacia un cielo muy azul. Al final de ese camino de luz, vi a una señora vestida de blanco con el pelo largo y negro que me saludaba. Los equipos de emergencia aún no habían llegado abajo y, mientras mi cuerpo se enfriaba, se ponía rígido y morado, la gente hacía todo lo posible por reanimarme.
Después de probar medidas de primeros auxilios, alguien probó con algunos aromas fuertes, y entonces un hombre sin nada que perder, como último recurso, me dio una fuerte bofetada en la cara. Me desperté con el impacto.
De vuelta a la vida
Recuerdo la tristeza que sentí al volver. Toda aquella felicidad se transformó en tristeza y odio hacia la persona que me trajo de vuelta, y las lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas.
Empecé a sentir la sangre circular, mucho hormigueo en el cuerpo, y vi lo morado que estaba mi cuerpo. Mi cuerpo empezó a recuperar un color casi normal. No tenía fuerzas para levantarme. Me pesaba mucho el corazón y solo sentía tristeza por haber vuelto a este mundo.
Solo una década después comprendí, mirando hacia atrás, por qué tuve que volver a la vida. Puedo ver que mi vida aquí ha tenido un propósito y ha tenido un impacto, y atesoro enormemente la oportunidad que me ha dado la divinidad.
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