La era COVID que hemos estado atravesando ha sido otro recordatorio de que, básicamente, hay dos tipos de personas en el mundo—las que se sienten más cómodas obedeciendo a la autoridad sin importar sus imposiciones y las que prefieren pensar por sí mismas.
Obviamente, no es tan simple—hay grados y es una escala variable, como ocurre con tantas cosas.
Muchas personas se inclinan ligeramente hacia un lado u otro. Otras, en cambio, toman decisiones solo para aumentar su poder y pueden cambiar de opinión con facilidad. (Son los funcionarios públicos a los que vemos cambiar repentinamente de opinión sobre el COVID porque el público ya no es tan obediente).
Pero, en la base, la mayoría de las personas encajan en algún lugar de estas dos grandes categorías.
Podríamos llamarlos los comunistas y los amantes de la libertad.
Algunos del primer grupo rezongan ante ese apelativo, pues no se consideran marxistas y lo consideran un desprestigio, pero ese subgrupo estaría más molesto por un nombre que es aún más preciso para describirlos—conformistas.
A nadie le gusta que lo llamen así. Un número importante de estas personas se consideraban rebeldes inconformistas en su juventud, pero se han convertido en los conformistas más abyectos conforme envejecen (véase a Neil Young). Están listos y ansiosos por suscribir cosas como vacunas aprobadas por el gobierno sin cuestionar o examinar «la ciencia».
Estas mismas personas tienden a creer en la ciencia, incluso, especialmente, cuando su conocimiento de la ciencia es escaso. También «conforman» con diversas formas de la política convencional de izquierdas que vemos y que a menudo son pantallas para la codicia o el progreso personal.
Otros, un subconjunto más amplio, son simplemente conformistas por personalidad, o temen ir en contra de la autoridad o simplemente están emocionalmente predispuestos a obedecer. Por lo tanto—aunque la mayoría no se dé cuenta—también están predispuestos a ser futuros miembros leales de sociedades autoritarias, preparados para ignorar las muchas restricciones conductuales, la falta casi total de la privacidad e incluso las atrocidades que se puedan cometer.
Los camioneros canadienses son todo lo contrario. Son amantes de la libertad a fuerza de personalidad y carácter, por sus propias almas, por así decirlo, y por lo tanto los herederos naturales de la fundación estadounidense, aunque es posible que pocos hayan leído la Constitución de EE. UU. o los Federalist Papers.
Su némesis, Justin Trudeau, es prácticamente el paradigma de ese conformismo cuasi marxista tan común ahora en los niveles superiores de la política occidental en América del Norte y Europa. Son, como algunos han escrito, lo que sucede cuando los que solían atacar a El Hombre se convierten en El Hombre. Son personas cuya autenticidad desapareció hace mucho tiempo, si es que alguna vez existió.
Naturalmente, odiarían a los camioneros, harían todo lo posible para detenerlos, porque los camioneros son personas auténticas y de ninguna manera falsas. En cierto sentido, ellos desenmascaran a los Trudeaus del mundo como farsantes por comparación. No hay que permitir que ocurra algo así. Arréstenlos!.. Y lo hacen.
La causa próxima de la protesta de los camioneros es que se levanten los mandatos de vacunación. Aunque vale la pena, por lo que realmente están luchando, lo que muchos de nosotros vemos en ellos, es algo más trascendente, incluso más crucial—la lucha por la libertad del individuo contra el gobierno tiránico.
Ellos encarnan los objetivos de los Padres Fundadores en un grado notable, defendiendo sus derechos en protestas pacíficas.
No hay mayor causa que esa en estos tiempos en que los gobiernos tiránicos y los globalistas über-gobernamentales, habilitados por las aterradoras capacidades de la tecnología moderna, conspiran para eliminar la libertad de nuestras vidas y dominarnos en un grado nunca antes posible en la historia humana.
Al lado de estos líderes, como siempre ocurre con los autócratas, están todos los conformistas del mundo de diversa índole, que por desgracia son muchos.
Los valientes camioneros canadienses no son exactamente la última resistencia, pero sí la más grande hasta ahora, que ha captado la imaginación de la gente. Podemos esperar que sean el comienzo de algo aún más grande.
Esta lucha entre estos dos lados—los conformistas y los amantes de la libertad—se ha desarrollado en diferentes formas desde tiempos inmemoriales, pero uno tiene la sensación de que la batalla se dirige a un punto de inflexión, si no es que a una conclusión. Algunos califican este momento como de naturaleza religiosa, y puede que tengan razón.
Los gobiernos autoritarios, encabezados por la China comunista, están tomando progresivamente más control global al mismo tiempo que los gobiernos democráticos, incluyendo a EE. UU., se están volviendo más autoritarios.
Aunque siempre han habido conflictos internos, en nuestra época, Estados Unidos, en su mayor parte, representaba a los amantes de la libertad. Ese papel no está tan claro ahora. El Partido Demócrata se ha convertido casi por completo en un partido de conformistas liderados por autoritarios. Los republicanos también cuentan con algunos de ellos en sus filas.
¿Qué hacemos al respecto? Luchamos por nuestras libertades—¿Qué más? Y tal vez tomemos prestada una frase de la izquierda: «Por cualquier medio que sea necesario».
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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