Opinión
Hace ya más de treinta años una tarde me encontraba con el doctor Juan Carlos Calleros en un modesto restaurante cerca de Los Pinos. Tomábamos un café después de la comida. Y teníamos una fuerte discusión sobre ética, volaban los nombres: Maquiavelo, por el famoso “el fin justifica los medios”, Juan Carlos —conocedor de la filosofía anglosajona—, se refería al pragmatismo de James, hasta que terminamos con Confucio a quien en ese tiempo estudiábamos por sus consejos de “buen gobierno”—y en algún momento mencioné al Bushido. De pronto se acerca a nuestra mesa una señora con acento extranjero:
—Perdón, pero sin querer mi esposo y yo hemos estado escuchando su interesante conversación –en la otra mesa estaba el doctor Joseph Elías, quien hizo un gesto de saludo—, soy Christianne Meulemans y nos encantaría conocerlos y conversar con ustedes acerca de temas tan importantes.
Se trataba de los doctores Meulemans, de origen belga. Ese día hicimos una cita y pudimos así conocerlos y sorprendernos de inmediato de su vida, de sus conocimientos, de su sabiduría, de su bondad. Juan Carlos comenzó a quererlos de inmediato y ellos irrumpieron en mi vida de una manera decisiva. Pronto los conoció mi familia y su pródiga existencia nos acompañó siempre en esta vorágine que es la vida.
Pudimos leer su hermoso libro El desafío de México, titán del siglo XXI. Su tesis del Meridiano de México es muy impactante. Su análisis sobre el derecho de amparo de Mariano Otero, la reforma agraria y el mestizaje en la visión vasconcelista, es profundo y, sobre todo, su profecía de que México se va a convertir en una potencia económica, política, social y cultural en el siglo XXI. También su reivindicación de las culturas indígenas más allá del folklorismo, es algo muy valioso.
México, al compás del mundo, estaba viviendo un cambio de paradigmas: nuevas instituciones como el IFE, la CNDH o en lo económico la autonomía del Banco de México o las negociaciones para el Tratado de Libre Comercio de América del Norte con Canadá y Estados Unidos. El panorama se comenzaba a ver promisorio; los doctores esperaban se pudieran evitar los errores estratégicos como los de Gorbachov, los cuales llevaron a la disolución de la Unión Soviética y a la caída en aquel tiempo de Rusia. Coincidíamos con ellos, pero confiábamos que los decisores alimentaran su visión de tal manera que hubiera éxito en el camino emprendido.
Los doctores Meulemans fueron asesores del Sha de Irán y una vez me comentaron acerca de la intriga internacional que estuvo detrás de la muerte de Enrico Mattei —director general de la Ente Naazionale Idrocarburi, ENI— y la persecución a que fue sometido el Sha al afectar los intereses de las Siete Hermanas petroleras. De esa manera influyeron en la idea del petróleo mexicano como una cuestión de “seguridad nacional”. Recientemente se probó ya en Italia que, en efecto, Mattei fue asesinado a raíz del acuerdo que tuviera con el Sha para desplazar a dichas petroleras, algo que implicó también la muerte del escritor y cineasta Pierre Paolo Pasolini.
La desgracia que actualmente vive México con la crisis de seguridad ha sido ya un largo paréntesis, el cual ya debemos superar para que la visión de los doctores Meulemans sobre el porvenir de México, sea lo que prevalezca y el desarrollo de nuestro país haga que México tenga un mejor lugar en el mundo en beneficio de todos sus integrantes.
Su historia en nuestro país es entrañable. Llegaron con nosotros a raíz de su dedicación al rescate. Su hijo Didier Elías Meulemans murió en Tamaulipas cuando el Huracán Gilberto, al querer salvar a un compañero caído en un río desbordado. La operación en helicóptero en esas condiciones era sumamente arriesgada, pero Didier actuó con gran valor. Su muerte fue decretada por las autoridades como un acto heroico y se le enterró con honores militares. Sus padres decidieron que Didier yaciera en México, a quien había entregado su vida, en una tumba cuya lápida tiene inscrita una sentencia en latín: Ad Astra Per Aspera (Por el Camino Áspero Hacia las Estrellas). Durante varios años hubo una ceremonia anual solemne para conmemorar a Didier, pero últimamente las autoridades locales ya lo han olvidado. A raíz de la muerte de su hijo los doctores Meulemans decidieron quedarse a vivir en México. Así nos dieron ese honor, a un país que no los honró suficiente como ellos merecían.
Fueron lectores atentos de mis primeros libros, algo que me honra mucho y fue un incentivo en mi carrera de escritor. El fin de lo sagrado, uno de ellos, fue motivo después de su publicación de enriquecedores diálogos. Me sugirieron la lectura de Oswaldo Spengler, que me ha resultado muy útil ahora en mi largo estudio del Códice Tudela. Cuando termine esta investigación —que me ha llevado a la Biblioteca de Florencia y al Museo Etnográfico de Frankfurt—, el libro correspondiente será dedicado a su memoria. Eran lingüistas y neurólogos, con conocimientos científicos sobre 44 idiomas de la familia indoiraníeuropea. Creadores de la endolíngüística escribieron varios manuales e impartieron cursos bajo ese marco teórico, incluyendo uno especial de introducción al sánscrito.
La endolingüística —además de ser un método que permite romper barreras cerebrales para aprender varios idiomas de manera simultánea, como sostenían los doctores Meulemans—, también puede servir para “entrar en la psicología y la filosofía de los pueblos y descubrir las verdades profundas de nuestra sociedad”, por lo tanto es un campo abierto para los estudios psicosociales que pueden llevar a cabo especialistas, con enormes aplicaciones transformadoras y se le debe prestar atención ahora ante el trauma social que está produciendo la inseguridad en México y las patologías de la crueldad delictiva.
El 14 de Julio de 2014 murió el doctor Joseph Elías. Un nutrido grupo de amigos, alumnos y discípulos lo acompañaron en su entierro. Algunos de ellos cargaron su ataúd. Era una tarde de verano y sus restos bajaron a tierra mexicana cubiertos por la sombra generosa de un gran árbol del panteón. La doctora Cristianne pidió que Juan Carlos y yo pronunciáramos las palabras que sirvieran de responso a ese ritual donde comenzaba el descanso eterno de su esposo. Ambos dijimos varias cosas y coincidimos en que conocer a los doctores Meulemans y tener el premio de su amistad, había enriquecido nuestro espíritu, porque su grandeza intelectual iba aparejada de su grandeza espiritual.
De pronto se vienen a mi mente algunas imágenes de los doctores Meulemans: en el restaurante donde los conocimos; visitando mi casa con su bonhomía característica, riendo en la mesa donde les hicimos un pequeño banquete con puros platillos típicos; en la boda de Juan Carlos; también muy serios ambos rindiendo honores a la bandera mexicana en el Campo Militar a donde fueron invitados una vez al desfile inaugural de un nuevo presidente; tomándose una foto con unos enormes jóvenes marinos que, al saber eran los padres de Didier, los abrazaron con gran respeto; rodeados de sus alumnos quienes los reconocían siempre como grandes maestros; entrevistados al terminar el espectáculo maravilloso de la danza tradicional china de Shen Yun el primer año que vino a México; conversando conmigo sobre Ezra Pound y su gatita junto, que rescataron de la calle, igual que su perrita, feíta y dulce, ellos que, como rescatistas, tuvieron gallardos perros pastor alemán que adiestraron para ayudar en los desastres; o conmovidos al ver que mis hijos y mi esposa Ros tenían en una pared de la casa el retrato de Didier.
Estos tres belgas, Didier Elías Meulemans, Joseph Elías y Cristianne Meulemans —quien acaba de morir en Guadalajara donde la cuidaba un grupo de sus alumnos— están enterrados en México, pero están vivos en los corazones de muchos que tuvimos la fortuna de saber de ellos y conocerlos en su tránsito por el mundo. En su memoria reproduzco una parte del Bushido, el Código de Conducta Samurai, cuya mención fue uno de los motivos para nuestro encuentro:
No tengo coraza: buena voluntad/ y rectitud son mi coraza./ No tengo castillo: el espíritu/ inquebrantable es mi castillo./ No tengo espada: el reposo/ del espíritu es mi espada.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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