¿Deberían los hombres poder opinar sobre la cuestión del aborto, ya sea como asunto legal o de políticas o como un asunto personal en sus propias vidas?
Algunas feministas dicen que no, aunque su ira está dirigida solo a los hombres pro vida, aquellos que apoyan el derecho de los niños en el vientre a no ser asesinados. (Como las mujeres, los hombres están divididos casi igualmente sobre esta cuestión.) Y son los hombres pro vida, no los hombres pro elección los que son atacados en los comentarios de las redes sociales por animarse a hablar. «¡Sin útero, no hay opinión!» es el eslogan.
Silenciando a los hombres pro vida
Detrás del esfuerzo de silenciar a los hombres pro vida está la noción de que solo aquellos que soportan la carga del embarazo tienen permitido la opinión de ese asunto. Es una forma extraña de ver a las políticas públicas, y es difícil encontrar un caso análogo donde no parezca absurdo.
¿Acaso alguien argumenta que solo los hombres jóvenes, que cargan con la tarea de matar o ser matado en la batalla, tienen permitido expresar su opinión sobre asuntos extranjeros o asuntos de guerra y paz? Y sospecho que son pocos los que piensan que solo los dueños de esclavos tienen permitido una opinión sobre la moralidad de tener o matar esclavos. O que solo los cuidadores de los gravemente inválidos tienen permitido opinar sobre la eutanasia en esos casos.
No muchos serían persuadidos hoy por el argumento de que los esclavos, como el niño en el vientre, no es un ser humano completo, y que por lo tanto no tiene derecho a la misma protección legal que otros tienen contra ser asesinados.
Más generalmente—e incluso en casos aún más extremos—gente como la representante Alexandria Ocasio-Cortez (demócrata por Nueva York) afirma que la prohibición del aborto en estados como Alabama (donde tanto la auspiciante principal de la propuesta de ley y la gobernadora que la firmó, son mujeres) «solo se trata de controlar el vientre de las mujeres. Son para controlar la sexualidad de la mujer. Poseer a la mujer». Es una «forma brutal de opresión» llamada patriarcado.
Esta narrativa que afirma que oponerse a la legalización del aborto es una manera que el patriarcado tiene para someter a la mujer, puede persuadir a algunos hombres a callar. No se callarían por supuesto, los que apoyan el aborto como una contención necesaria de la píldora, que mantiene la promesa de sexo casual y sin compromiso. Tampoco calla a los que dependen de la opción del aborto para proteger su reputación y carrera, para evitar los efectos no deseados de su promiscuidad. Tales hombres han aprendido bien que la línea de las feministas modernas es la forma aceptable de defender sus propios intereses.
No, los hombres que esta narrativa del patriarcado silencia, son aquellos que tienen inquietudes sobre las cuestiones claves que están en riego—la humanidad de los pequeños seres humanos dentro de la mujer embarazada y el derecho de la mujer de matar a su progenie. También son silenciados los hombres que hubieran estado dispuestos a recibir, proteger y mantener a su hijo y a la madre, pero cuyo hijo o hija es asesinado en el vientre sin su consentimiento, o incluso sin saber que hubo aborto.
Dos hombres y un aborto
La historia de mi amigo, Jason Scott Jones, un productor de cine, escritor y activista pro vida por los derechos humanos, ilustra ambas clases de hombre. Jason contó su historia, en la que describe como él y la chica—ambos aún en la secundaria—se ajustaron cuando se enteraron de que ella estaba embarazada. Ellos desistieron de sus planes de ir a la universidad y tener una carrera. Él dejó la escuela para unirse al ejército. Luego del entrenamiento básico, su nuevo plan fue que se juntarían y el proveería para los tres. Jason aceptó su rol de padre, protector y proveedor cuando su novia le dijo la noticia, justo antes de su cumpleaños número 17.
Jason cuenta la desgarradora historia de cómo la chica lo llamó cuando estaba cerca de graduarse del entrenamiento básico, llorando como nunca antes había oído llorar a una mujer, para decirle una y otra vez que estaba apenada y que «no fui yo». Su padre tomó el teléfono de su mano y le dijo a Jason que ella había abortado. Jason se desarmó, pero se las arregló para decirle unas palabras a su capitán: «Señor, llame a la policía, el padre de mi novia asesinó a mi hijo». El capitán le explicó con cuidado que desde Roe vs. Wade, el aborto era legal. Jason se convirtió desde ese día en un comprometido activista pro vida.
La mayoría de los hombres no son tan vocales sobre ningún lado del asunto del aborto. Yo sospecho de que por cada hombre que responde al inesperado embarazo de su novia como hizo Jason para proteger y proveer a su hijo, hay varios que con gusto escribirían un cheque a la clínica de abortos para proteger sus propios planes y libertad. Dado que ya se ha muerto la tradición del matrimonio bajo escopeta—incluso como metáfora de la presión del hombre por la familia de la chica embarazada para que se casen—es razonable suponer que muchos hombres reaccionen como lo hizo el padre de la chica en este caso, protegiendo la reputación de su familia a costa de la vida de su nieto por nacer.
No tenemos estadísticas confiables sobre las proporciones relativas de estos, como Jason, que se volvieron padres, proveedores y protectores, en lugar de aquellos que buscan sexo sin compromiso o responsabilidad y preferirían responder alentando a la chica a abortar. No sabemos cuántos padres y hermanos apoyarían a la chica embarazada y a su bebé comparados con aquellos que la quieran convencer u obligar a asesinar a su hijo.
Hombres como promotores del aborto
Sin embargo, no hay duda sobre el rol clave que juegan los hombres en hacer avanzar al aborto como política y práctica. Las feministas, desde Mary Wollstonecraft en el siglo XVIII hasta Margaret Sanger en el siglo XX, aborrecían al aborto. Fueron las feministas en el siglo XIX, no los que apoyaban al patriarcado, las que hacían campaña por pasar leyes anti aborto ¿Que fue lo que pasó, que convirtió a las feministas a fines del siglo XX en defensoras de la abolición de esas leyes que sus hermanas habían ganado unas décadas antes?
Una parte de la explicación tiene que ser el rol clave de los hombres en hacer avanzar la causa del aborto. No fue sino hasta que Sanger se retiró y murió en los 60 que el activista varón pro aborto Alan Guttmacher tomó la presidencia de la organización de Sanger, Planned Parenthood Federation, y la convirtió en un defensor corporativo del aborto, y luego unos de los proveedores más grandes a nivel mundial del aborto.
Convencer a las reticentes feministas y líderes de movimientos femeninos que apoyaran el aborto legal, requirió del incansable esfuerzo del periodista Larry Lader y del aborcionista Dr. Bernard Nathanson. Con persistente persuasión y falsas estadísticas, finalmente se ganaron a Betty Friedan—quien en la primera edición de su libro «La mística feminista», no mencionó al aborto—y a la editora de la revista Cosmopolitan, Helen Gurley Brown. Lader y Nathanson fundaron NARAL, la ahora llamada Liga de Acción Nacional por los Derechos del Aborto, y convencieron a la reticente NOW (Organización Nacional para la Mujer) de que se sumara a la causa.
Todo esto está bien descripto en el libro de Nathanson, escrito luego de que renunció a su vida como abortista responsable de la destrucción de unas 75.000 jóvenes vidas, y también en los relatos de Sue Ellen Browder en los que cuenta su vida profesional en Cosmo, donde vio de primera mano cómo hombres pro aborto como Lader y Nathanson subvertían el movimiento de las mujeres.
Tanto la prensa como la Corte Suprema misma confiaron en estadísticas de abortos que, como Nathanson admitió posteriormente, fueron completamente inventadas, fabricadas porque la verdad no estaba de su lado. El desvergonzado comportamiento de estos hombres jugó un rol decisivo en promover el aborto dentro de un movimiento femenino que se había opuesto siempre.
Paul Adams es profesor emérito de trabajo social en la Universidad de Hawái y fue profesor y decano asociado de asuntos académicos en la Universidad Reserva Case Western. Es coautor de “Social Justice Isn’t What You Think It Is” (La justicia social no es lo que crees) y ha escrito extensamente sobre políticas de asistencia social y ética de la virtud profesional.
Las opiniones expresadas en este artículo son las opiniones del autor y no reflejan necesariamente la opinión de La Gran Época.
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