En las últimas semanas, Jerome Powell, de la Reserva Federal, y Christine Lagarde, del Banco Central Europeo, hablaron sobre la probabilidad de implantar monedas digitales en los próximos años.
Los aspectos positivos fueron bien explicados: más transparencia, facilidad de uso y menor coste.
El Banco Central Europeo (BCE) declaró que «un euro digital garantizaría que los ciudadanos de la zona del euro puedan mantener un acceso sin costes a un medio de pago sencillo, universalmente aceptado, seguro y de confianza». A la vez describe el euro digital como «una forma de dinero electrónico emitido por el Eurosistema (el BCE y los bancos centrales nacionales) y accesible a todos los ciudadanos y empresas».
El euro digital no sustituirá al efectivo, según el BCE. «El Eurosistema seguirá garantizando el acceso al efectivo en euros en toda la zona del euro. Un euro digital le daría una opción adicional sobre cómo pagar y le facilitaría hacerlo, contribuyendo a la inclusión financiera junto con el efectivo».
En Estados Unidos son muchas las voces que reclaman un dólar digital para competir con el yuan chino. Sin embargo, el dólar estadounidense ya es la moneda de reserva del mundo. Se utiliza en más del 80 por ciento de las transacciones mundiales, mientras que el yuan se usa en menos del 4 por ciento, según el Banco de Pagos Internacionales (el total es del 200 por ciento, ya que cada transacción implica dos monedas), y la mayoría de los pagos y transferencias ya son electrónicos.
El euro es la segunda moneda más utilizada y también se utiliza mayoritariamente a través de transferencias electrónicas. Se puede decir que el dólar y el euro ya son «digitales».
Todo esto suena bien. Entonces, ¿por qué deberíamos preocuparnos por una «moneda digital» del banco central?
Hay importantes factores de riesgo que hay que tener en cuenta.
El primero es la privacidad. El banco central controlaría casi todas las transacciones de una moneda y tendría toda la información sobre cómo se mantienen los depósitos y los ahorros. La implantación gradual de la moneda digital del banco central implicaría importantes riesgos para la privacidad, lo que también suscita la preocupación de que el banco central controle la cantidad de ahorros y su forma. Un banco central que controla todas las transacciones y la forma en que se guardan los ahorros también puede actuar contra esos ahorros «disolviéndolos» con la política monetaria.
El riesgo más importante de una moneda digital es que proporcionaría un poder ilimitado a los bancos centrales para aumentar la oferta monetaria y dirigirla hacia donde los gobiernos quieran.
La moneda digital eliminaría a los bancos como intermediarios en el mecanismo de transmisión de la política monetaria. Estos «frenos» son y han sido esenciales para contener la inflación y el excesivo control gubernamental de la creación de dinero.
En la flexibilización cuantitativa, el sistema crediticio funciona como una herramienta para evitar las presiones inflacionistas de la oferta monetaria. Cuando los bancos centrales aumentan su balance, aquello no se traduce de inmediato en inflación porque nosotros, los ciudadanos y las empresas, limitamos el riesgo de que la oferta monetaria destruya el poder adquisitivo de la moneda, tomando menos crédito que el aumento de la oferta monetaria. Si los ciudadanos y las empresas no demandan más crédito, el mecanismo de transmisión de la política monetaria tiene suficientes topes que impiden que un exceso de dinero genere presiones inflacionarias masivas en los bienes y servicios.
Sí, efectivamente la flexibilización cuantitativa genera una inflación masiva en los precios de los activos al encarecer el activo más seguro —los bonos soberanos— pero ciertamente funciona bien como freno a los riesgos inflacionarios. Los gobiernos también están limitados en sus deseos de endeudamiento por sus presupuestos y controles financieros internos.
La creación de dinero nunca es neutra, y beneficia desproporcionadamente a los primeros receptores del nuevo dinero que se creó —los gobiernos— mientras perjudica masivamente a los últimos receptores —los ahorradores y las remuneraciones reales.
La moneda digital no solo abriría las compuertas de un crecimiento mucho mayor de la oferta monetaria, sino que también destruiría todos los mecanismos que impiden que el nuevo dinero sea absorbido en su totalidad por el gasto político y erosione el poder adquisitivo de los sueldos y remuneraciones.
En esencia, una moneda digital del Banco Central podría ser un sueño hecho realidad para un planificador central como la herramienta definitiva para la expropiación de la riqueza y la toma de control de una economía, para ponerla totalmente en manos de los gobiernos.
Una moneda digital podría abrir el riesgo de eliminar todos los controles del gasto gubernamental, ya que los políticos serían los primeros receptores de todo el dinero recién creado y podrían gastar sin control presupuestario. Como tal, una moneda digital podría ser una herramienta peligrosa utilizada para la nacionalización de la economía.
Cuando los bancos y el mecanismo crediticio se borran de la transmisión de la política monetaria, el riesgo de inflación y de destrucción del poder adquisitivo de la moneda aumenta masivamente. Se eliminaría la parte de la demanda del mecanismo de crédito como freno a la inflación.
El lector puede pensar que lo anterior es demasiado negativo y que esto no necesariamente ocurriría. Sin embargo, el lector debe pensar en la siguiente cuestión: si se da a los gobiernos una herramienta que les permita gastar todo lo que quieran y tomar el control de la economía, ¿realmente cree que no la utilizarán?
El lector puede decir que los bancos centrales son independientes, y que esta independencia impide que los gobiernos se apoderen de toda la oferta monetaria y asuman un riesgo ilimitado. Por desgracia, la independencia de los bancos centrales está cada vez más cuestionada, y la política monetaria pasó de ser una herramienta para ayudar a hacer reformas estructurales a una herramienta para evitarlas. El hecho de que los bancos centrales estén en casi todas las ocasiones tomando medidas para facilitar un mayor desplazamiento del sector público y un mayor control y gasto gubernamental, tampoco ayuda.
Una moneda digital solo puede ser una buena idea si los bancos centrales no tuvieran poder sobre el aumento de la oferta monetaria y si tuvieran reglas claras e inquebrantables —como la regla de Taylor— que regulen su política, y las medidas discrecionales fueran imposibles. Siga soñando.
La única forma en que una moneda digital funcionaría para los ahorradores y los salarios reales, es si existieran pruebas claras de que no será controlada por los bancos centrales y se frene el control gubernamental cada vez mayor de la economía. Desgraciadamente, ese no es el caso. Cuando los neo-keynesianos hablan de «innovación» en la banca central y la moneda digital, de lo que están hablando es simplemente de la impresión de dinero al estilo de Argentina para avanzar en el control gubernamental de la economía.
Los riesgos de una moneda digital son enormes. La privacidad podría desaparecer y se eliminarían los límites del gasto gubernamental. Peor aún, el poder de los gobiernos para decidir quién y por qué la gente recibe nuevas fichas de este dinero sería indiscutible.
En el mundo actual no deberíamos ni siquiera discutir cualquier herramienta que pudiera abrir la puerta a dar aún más poder y control a los gobiernos sobre la economía, los salarios y los ahorros.
El doctor Daniel Lacalle es economista jefe del fondo de cobertura Tressis y autor de «Freedom or Equality” (Libertad o igualdad), «Escape from the Central Bank Trap» (El escape de la trampa de los bancos centrales) y «Life in the Financial Markets» (La vida en los mercados financieros).
Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente la opinión de The Epoch Times.
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