Opinión
Durante el régimen del viejo PRI, junto con el autoritarismo y una democracia simulada, hubo políticas sociales que funcionaron creando sistemas de salud, educación y seguridad pública que fueron reconocidos por su calidad.
Había una especialización en universidades de Estados Unidos que era la de “mexicanólogo”, es decir, la de experto en la historia y características del peculiar sistema político mexicano, con un partido hegemónico que renovaba al Tlatoani –monarca azteca– cada seis años, manteniendo la estabilidad económica, política y social, salvo disidencias minoritarias que, si era necesario, se reprimían con cárcel o a sangre y fuego.
En 1968, para celebrar el éxito del régimen, se preparaba una Olimpiada que al ser México la sede mostrara al mundo las bondades y el progreso logrado por el país. Previa a su inauguración estalló un movimiento estudiantil que terminó en una matanza el dos de octubre, unos días antes de que comenzaran los juegos. La era dorada del priismo en el poder iba a terminar.
En 1971 una marcha estudiantil fue reprimida por un grupo paramilitar del régimen, los Halcones. Hubo decenas de muertos, incluso algunos historiadores consideran que superaron el número de víctimas del dos de octubre de 1968 en Tlatelolco. Unos meses después, como una respuesta, guerrillas urbanas de ideología comunista enfrentaron en distintos estados del país al régimen, que mantenía y mantuvo una sólida amistad con la Cuba de Fidel Castro. En la sierra de Guerrero dos maestros de escuela, Genaro Vázquez Rojas y Lucio Cabañas, dirigieron guerrillas rurales.
El sueño priista se acabó y en los posteriores sexenios de Luis Echeverría y López Portillo, caracterizados por su populismo y corrupción, el despilfarro provocó una severa crisis económica y comenzó el sobre endeudamiento de México, mientras las guerrillas fueron duramente reprimidas y prácticamente exterminadas. Los sistemas de salud, educación y seguridad pública se deterioraron severamente.
El posterior gobierno de Miguel de la Madrid tuvo un problema de caja y la inflación se desbordó. En ese sexenio se fortalecen los Cárteles de la droga, al grado que debió desaparecerse a la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la policía política del régimen, contaminada por los grupos mafiosos. La crisis económica amenazaba con un derrumbe general.
Vino así el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, acusado de ilegítimo por unas controvertidas elecciones. Comenzó un proceso de modernización económica que vinculó la economía mexicana con el capitalismo global, cuyo mayor fruto fueron las negociaciones para crear un tratado de libre comercio en América del Norte. Fue un gobierno reformista con la creación del Instituto Federal Electoral (IFE) para garantizar elecciones limpias, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), la autonomía del Banco de México y un programa social sui géneris: Solidaridad, cuyos fondos eran administrados por las propias comunidades apoyadas.
Dos hechos afectaron a esa modernización: un alzamiento armado en una región de Chiapas de algunas comunidades indígenas y el asesinato de Luis Donaldo Colosio, el carismático candidato presidencial priista.
El siguiente sexenio, con Ernesto Zedillo, viviría el estallido de una crisis económica al devaluar sin control el peso y como efecto de un desequilibrio en la balanza de pagos. Esta crisis tuvo consecuencias internacionales conocidas como el efecto tequila.
Desaparecido Solidaridad que apostaba al vínculo comunitario, se creó Progresa con estrictas reglas para regular el apoyo económico a familias de sectores marginados. Luego vendría la primera alternancia democrática con un sistema que comenzó a cambiar desde la reforma política de Jesús Reyes Heroles, como consecuencia del punto crítico que representaron las guerrillas de radicales en esos sexenios cercanos al fin de la guerra fría.
El PRI dejó el poder con la alternancia del PAN de Vicente Fox. Fue un sexenio que no cumplió muchas expectativas, aunque fue el creador del Seguro Popular, que a pesar de algunas fallas fue un exitoso programa social para cubrir el apoyo médico a personas sin la seguridad social institucional.
El ex jefe de gobierno, Andrés Manuel López Obrador, despuntaba para suceder al gobierno panista. Su alianza de expriistas e izquierdistas tradicionales parecía imparable. Un lema creado en la coordinación de imagen presidencial de Fox: “Es un peligro para México” y producido por el consultor español, Antonio Solá, con apoyo de empresarios –lo que era legal en ese momento–, apenas pudo evitar que AMLO triunfara frente a la candidatura del panista Felipe Calderón, quien remontó en una elección que parecía perdida con un porcentaje de 20 por ciento.
El hoy Presidente de México alegó un fraude en su contra, sin que hubiera pruebas de ello ante el funcionamiento de la Institución electoral que se basa fundamentalmente en la participación ciudadana.
Durante el gobierno de Felipe Calderón se fortalecieron las estancias infantiles y se amplió el Seguro Popular. Un incendio en Hermosillo, Sonora, donde murieron decenas de niños, ensombreció al programa que se había vuelto vital en zonas como Ciudad Juárez al apoyar a las trabajadoras de las maquiladoras.
En el gobierno calderonista se libró lo que se conoce como la guerra del narco, estrategia para enfrentar con el Ejército y una policía federal con grandes inversiones en tecnología, la descomposición sufrida en algunas regiones ante poderes criminales emergentes. La estrategia fue fallida y la descomposición se extendió en una lucha de los grupos criminales para extender su poder.
El desgaste sufrido propició que regresara al poder el PRI, encabezado por un gobernador carismático que había rendido buenas cuentas en su estado: Enrique Peña. Mantuvo el Seguro Popular, las estancias infantiles y agregó los comedores comunitarios al estilo de los creados por Lula Da Silva en Brasil, al grado que Lula vino a México para transmitir al propio Peña su experiencia en este aspecto.
Como una remembranza del viejo PRI, el gobierno de Peña buscó fortalecer al sistema educativo público, pero se centró fundamentalmente en tratar de liberar al sector del dominio sindical y buscar un mayor control de la calidad educativa a través de la medición con pruebas a maestros y alumnos. Aunque su mejor programa, hoy eliminado, fueron las escuelas de tiempo completo. No obstante, los escándalos de corrupción fueron minando a este gobierno y su mayor proyecto, el aeropuerto de Texcoco, fue eliminado sin ninguna dificultad a pesar del 30% de avance del mismo.
En el ámbito de la seguridad la estrategia peñista consistió en aprehender o eliminar a las cabezas más peligrosas de los grupos criminales. Se quiso evitar así también el dominio de la Familia en Michoacán apoyando a grupos rivales.
Sin embargo, el número de muertos siguió creciendo y hubo un mayor número de los mismos y de desaparecidos que en el anterior gobierno, aunque menor al total –más de 186 mil– del actual gobierno de López Obrador, en cuyo gobierno se contempla también un mayor número de zonas bajo control criminal, donde la violencia ha rebasado completamente a las autoridades y las extorsiones se han convertido en una carga opresiva para las poblaciones locales.
Los programas sociales del presidente López Obrador tienen una impronta neoliberal, al seguir el consejo de Milton Friedman –teórico del neoliberalismo– de eliminar los controles del Estado y reglas de operación, para hacer entregas de dinero en efectivo, en forma de pensiones a adultos mayores o de becas universales a jóvenes estudiantes o pagos a campesinos a cuenta de árboles sembrados –que dicho sea de paso ha producido deforestación pues se derrumban árboles para sembrar nuevos, lo cual convierte en absurdo el programa–, o para capacitaciones en empleos, que según un estudio de Coparmex más del 40% son falsas.
Estos programas sociales han sido exitosos al provocar adhesión al partido gobernante. La leyenda que existía de los programas sociales antes del actual Presidente, decía: “Este programa social no pertenece a ningún partido político”. Esto desapareció ante la indolencia de los partidos opositores. Y se sabe que los llamados Servidores de la Nación –una especie de milicia gobiernista morenista– presionan a los beneficiarios de los programas sociales para rendir culto a la personalidad del Presidente y votar por Morena con el mito de que los partidos opositores “quieren desaparecer los programas sociales”.
En el viejo priismo había el culto al Tlatoani, al señor de la palabra, eran los tiempos del “Gracias Señor Presidente”, el culto a la personalidad era sexenal y parecido al existente en los países comunistas –aunque nunca se llegara a los niveles del “Sol Rojo de la Revolución” del maoísmo–. Ahora se ha revivido ese culto y los programas sociales están sirviendo para ocultar las realidades negativas en materia de salud, educación y seguridad.
Quizás ha llegado la hora de liberar a la sociedad de ese culto a la personalidad presidencial y reconocer que los mejores programas sociales son aquellos que vayan a generar desarrollo en salud, educación y seguridad, o que reestablezcan el tejido social herido por el dominio de las bandas criminales.
En lugar de competir en la demagogia, sería bueno que la disputa por el voto no sea quien da más en las pensiones o baja los años para las mismas –que finalmente son constitucionales y nadie puede tocar–, sino quien propone liberar a México de la extorsión, de la opresión delictiva, de la falta de servicios de salud para cincuenta millones de mexicanos, del atraso educativo, de la falta de apoyo a las mujeres que trabajan –urge restaurar las estancias infantiles y las escuelas de tiempo completo–, de la desnutrición de nuestros niños más pobres.
Habrá que ver si los pensionados deciden agradecer un derecho votando por quien no los chantajea sino les proponga apoyar un futuro mejor para sus hijos o sus nietos.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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