A medida que las secuelas de la catástrofe de la vacuna contra COVID-19 se extienden por todo el mundo, los médicos se afanan por comprender quién podría padecer miopericarditis inducida por la vacuna contra COVID-19 y correr el riesgo de sufrir una muerte súbita. Entre un mar de pacientes lesionados por la vacuna con una amplia gama de síntomas cardiacos y neurológicos, Sanada et al. encontraron algunas pistas en un niño de 13 años que se puso sintomático tras su segunda dosis de Pfizer y fue diagnosticado de POTS (síndrome de taquicardia ortostática postural) el día 15 después de la inyección.
El niño fue tratado con midodrina, un agonista de los receptores alfa-1 (similar a la adrenalina). El día 33 ingresó en el hospital y se le detectó una troponina elevada y un resultado positivo de inflamación y líquido en el pericardio compatible con miopericarditis. Se le trató con IGIV [inmunoglobulina intravenosa] para la miocarditis, que era la menos grave de las dos afecciones en su caso. El POTS requirió más de siete meses de tratamiento intensivo que incluía midodrina, pregabalina, propranolol, droxidopa y fluidos intravenosos. Sanada informa de que, incluso después de muchos meses de tratamiento, el niño apenas podía ponerse de pie al mediodía.
Este pobre niño debe haber perdido casi un año de escuela como resultado de esta vacuna innecesaria y sus temidas complicaciones.
La lección aprendida para pacientes, familiares y médicos es que cuando hay síntomas de POTS tras la vacunación contra COVID-19, hay que pensar en una miopericarditis. Hay vías aferentes cardíacas que influyen en la función autonómica y las dos condiciones no están totalmente separadas.
Republicado del Substack del autor
Referencia
Las opiniones expresadas en este artículo son las opiniones del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de The Epoch Times.
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