Opinión
El presidente Andrés Manuel López Obrador prometió un cambio de régimen. Nunca aclaró que lo haría en medio de un astracán. Eso es lo que ha sucedido en estos últimos días.
Sus partidarios más acérrimos festejan su triunfo, lanzan escupitajos y burlas a los opositores y la realidad opositora se desnuda a través de un par de políticos —los Yunes, padre e hijo— que compartían de manera increíble la titularidad y suplencia de la misma senaduría.
Ahora votaron en contra de lo que eran sus convicciones anunciadas, del acuerdo del PAN —su ex partido, porque ya fueron expulsados— y de la normalidad democrática, para permitir así el triunfo del presidente, quien era su supuesto acérrimo adversario.
El suyo fue un voto para desaparecer a un Poder Judicial que le resultaba incómodo al presidente y a su partido gobernante. Un voto para el cambio de régimen, realizado con prisa por parte de un gobierno en sus últimos días.
Pero sobre todo se trata de un voto producto del chantaje público, que convierte a la política mexicana en tema de mafiosos de nota roja, aunque con toques de astracán, de farsa develada en medio de la pasividad e indiferencia de una mayoría de la población.
Los Yunes, padre e hijo, participaron en este espectáculo, con ribetes fúnebres porque representa la muerte de una transición democrática que había creado un sistema político por lo menos tolerable.
También hubo un senador suplente de Movimiento Ciudadano que con su ausencia obsequió otra posibilidad de triunfo oficial, a quien le apresaron por la noche en Campeche al padre. Y ese fue el pretexto para ausentarse de la histórica votación. Al culminar ésta, liberaron al papá.
Tuvimos como novedad —en un proceso tortuoso durante las últimas tres décadas— a una división de poderes donde el Judicial finalmente le podía ya enmendar la plana al Ejecutivo o al Legislativo, con base en la interpretación de las leyes constitucionales. Eso ya no va a suceder. En realidad México ha dejado de ser una democracia constitucional.
Diríamos que el presidencialismo —al cual esta transición democrática fue acotando paulatinamente—, se ha convertido en algo peor todavía: es ahora el imperio de un caudillismo en medio del escenario grotesco de sus actores idólatras.
Mario Delgado, el líder de Morena —quien ahora se va a hacer cargo de la educación de nuestros niños—, dijo que la prisa en hacer la reforma judicial tenía como motivo “dar un regalo al presidente”.
Y es que en realidad la necesidad imperiosa y ya pospuesta, era la reforma del sistema de Justicia, que involucra a los fiscales y ministerios públicos y a las policías judiciales a su cargo.
Y no se trata solamente de reingeniería legal, hay un proceso orgánico complejo que requería llevarse a cabo con base en la planeación estratégica de un gobierno serio. Solamente el ejemplo del fracaso de los juicios orales en el país es una muestra de que el atasco principal está en otra parte.
Antes que los jueces, por lo menos para el común de los ciudadanos, el primer contacto con el aparato de justicia son los fiscales y ministerios públicos, y las diversas policías dependientes del Poder Ejecutivo. Es decir, se plantearon destruir y subordinar a otro Poder, antes que emprender su propia auto reforma.
Esto no va a ser posible ya. La prioridad será realizar unas costosas e inútiles votaciones populares para elegir jueces, sin que nadie sepa cómo ni por qué. Seremos el primer país del mundo que ponga a votación el nombramiento de jueces federales y ministros de la Suprema Corte de Justicia.
Tendremos como singularidad mexicana un barroco sistema de elección que suprime al mérito académico para poder convertirse en juzgador, un puesto tan importante en la vida colectiva que tiene raíces bíblicas y fue tema de estudios de importantes teóricos en los albores de la democracia moderna.
Su raíz constitucional y su calidad en los cimientos de la división de poderes, es fundamental en la construcción de sociedades que aspiran a ser parte de la civilización, la cual tiene precisamente a la justicia como piedra angular del sistema,
Cuando le preguntaron al presidente López Obrador cómo se podía facilitar la postulación de cientos, de miles de cargos, respondió que podía llevarse a cabo una tómbola, es decir, un sorteo. O sea, pensamos en un astracán y a lo mejor se trata de una kermés.
Es evidente que hubo disgusto y por tanto movilizaciones de los directamente afectados, ya sea del Poder Judicial o de los estudiantes de las escuelas de derecho quienes reaccionaron al ver menospreciada la preparación académica en la carrera judicial.
Incluso hubo una intempestiva irrupción de manifestantes opositores en la sesión del Senado donde se discutía la reforma, quejándose de la falta de diálogo de las autoridades y el partido gobernante, en torno a esta trascendental reforma. Quienes se dicen herederos de las manifestaciones populares que exigían diálogo en el viejo régimen del PRI, simplemente llamaron a los granaderos y se fueron con su música a otro lado.
El resto de la población no mostró gran interés en el asunto. No se sabe si es indiferencia, ignorancia, resignación, conformismo, egoísmo o acuerdo en el sentido destructor del actual gobierno.
Una ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Lenia Batres, miembro de una de las familias poderosas del régimen, dijo que se podían hacer formatos digitales para que los ciudadanos se defendieran en los procesos legales y pudieran prescindir de los servicios de los abogados.
A pesar de todo, no ha habido la reacción esperada de los mercados financieros ni mayor postura de nuestros principales socios comerciales. Quizás afecte inversiones, pero no se nota una conmoción por el cambio drástico del régimen mexicano. Hay confianza de que a pesar de su actual radicalismo declarativo, la presidenta Claudia Sheimbaum se incline más hacia un trabajo en la línea moderada
El embajador de China, quien regañó a los “intervencionistas” —se refería a las anteriores declaraciones críticas de Ken Salazar, el embajador de Estados Unidos, el principal socio comercial de nuestro país—, declaró que su país está dispuesto a colaborar con México y se congratuló de la profundización de sus reformas, quizás en el sentido de que se esté instaurando una nueva democracia popular.
Mientras tanto, México se hunde en el astracán y su destino no pareciera interesarle a muchos de sus habitantes. Alguien decía: “me río para no llorar”.
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Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor y no necesariamente reflejan las opiniones de The Epoch Times
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