Opinión
Lo más oculto
Lo más cristalino
Lucía Duero
México es un país extraño. Una vez un extranjero me dijo: “Define tu país en una sola frase” y le respondí: “Aquí las calaveras son de azúcar”. Pero hemos pasado del folklore, lo lúdico, la cultura popular capaz de alimentar el arte, de tener una identidad singular a convertirnos, como un olvido de nuestra actual situación trágica, en un show vulgar y de baja estofa.
Este show está montado por gran parte de la clase política mexicana, que acepta o convierte la democracia en una forma periódica —las elecciones— de la sociedad del espectáculo, concepto definido por aquel viejo radical Guy Debord y reciclado después por Mario Vargas Llosa. Su pretexto —de esa clase política— es que los políticos deben venderse como mercancía —muy barata—, que los electores son un mercado el cual consume a esos políticos-mercancía y, por lo tanto, se deben pagar fortunas a los expertos publicitarios que se convierten en los creadores de imágenes consumidas por espectadores enajenados, quienes por su parte terminan teniendo también deseos devaluados.
En México esto se lo debemos en gran parte a uno de los mejores publicistas, Carlos Alazraki, quien definió alguna vez que “vender a un político es como vender galletas”. Esta idea está arraigada en la oposición que perdió el poder en este sexenio y al parecer todavía no se repone de ello. Porque un giro de este precepto lo encabeza el actual presidente López Obrador, quien vende galletas podridas pero lo hace gracias a la propaganda que mueve emociones y tiene que ver poco con la publicidad.
Esa clase política se devalúa y lo hace con la política misma, que termina devaluando entonces la vida política, la democracia y al país. Recuerdo las elecciones intermedias de 2021. Mientras una ola de descontento social alimentó los triunfos opositores, los candidatos opositores y los gobiernistas —éstos colgados también de la propaganda presidencial basada en el culto a la personalidad y la división—, todos dieron el triste espectáculo de la política de lo banal: candidatos que bailaban, se disfrazaban de combos de hamburguesas, entraban en un ataúd a los mítines, con frases publicitarias sin sentido: ¡pie a tierra! proclamaba la publicidad de uno que conquistó una alcaldía importante —Toluca— y hoy está prófugo acusado de delitos graves; proclamaban frívolas promesas irrealizables, que por lo demás olvidaron nada más tomaron el poder.
Si bien la propaganda presidencial no es publicitaria, como dijimos, se basa en un abrumador culto a la personalidad del presidente, una movilización del resentimiento social y antiguas técnicas comunistas de lavado de cerebro. Esta propaganda también se liga a la sociedad del espectáculo a través de la demagogia, el acarreo, la mentira y el insulto.
Finalmente ya no hay competencia política porque esto derivaría en atender la realidad y ésta compromete a los políticos de todos los colores y lo que ellos quieren es el poder, no compromisos. Pero la realidad es terca. Sólo voy a mencionar un segmento de la realidad que no es parte de ninguna campaña.
No lo puede ser de la candidata de Morena, Claudia Sheinbaum, porque significaría la crítica al actual establishment político y sería una imposible ruptura suya con el presidente. Mucho menos podría ser una postura de Samuel García, para quien la frivolidad es su estilo, su ideología y su propuesta. Quizás pudiera ser una realidad concreta reconocida por el candidato independiente conservador Eduardo Verástegui, quien al parecer no va a lograr las firmas para poder serlo. O la candidata de la Coalición Fuerza y Corazón por México, Xóchitl Gálvez, si decide atacar la responsabilidad del actual gobierno en, por ejemplo, la tragedia que viven las mujeres en este país, uno de los más misóginos del mundo, con un presidente también misógino que sólo acepta el servilismo y cuya popularidad va a caer a pedazos poco a poco por la lenta pero de manera inevitable y letal —políticamente hablando— ola expansiva del Acapulco abandonado desde la noche misma que se anunció el huracán Otis.
Se olvidan de las madres que les quitaron las estancias infantiles —sólo han retornado en Ciudad Juárez por obra del gobierno estatal—, pero ahí, paradójicamente, Morena es mayoritaria; ¿algún político ha velado con las madres de los desaparecidos quienes arriesgan la vida en su búsqueda?; ¿quién ha levantado la voz porque clausuraron en este gobierno los albergues de mujeres maltratadas? Los feminicidios, de Nuevo León a Oaxaca, constituyen también la vergüenza del abandono de las víctimas; la Ciudad de México pasó de un promedio de 400 desaparecidos a 3400 —cifra oficial— durante este sexenio, una gran parte son mujeres; ¿y la indiferencia oficial hacia las madres con niños enfermos de cáncer, o de otras enfermedades? ¿Alguien protestó porque se suprimió el tamiz neonatal poniendo en riesgo los bebés de madres pobres?
No he escuchado la propuesta de alguna acción para apoyar a las mujeres que a veces solas dan muestra de su sensibilidad y compasión por animales abandonados y maltratados creando una sociedad mejor y más humana; o el riesgo enorme que sufren las mujeres al viajar en las ahora completamente inseguras carreteras federales o en el transporte citadino; bueno, salir de noche a una fiesta se ha convertido en una práctica de riesgo para las jóvenes mexicanas; ¿y las mujeres opositoras insultadas y amenazadas gravemente ya sea Lily Téllez o la senadora Kenia Rabadán o Margarita Zavala, ellas no son tema como la esposa de Samuel García?, ¿quién por lo demás la ha insultado en público peor que nadie, su propio esposo?; ¿o las campañas en redes de insultos a periodistas como Denisse Dresser o Anabel Hernández? O las periodistas de provincia muertas, unas palabras para ellas, como un recordatorio, una ofrenda floral; o las víctimas de acoso en oficinas públicas —hay videos de políticos morenistas haciendo gala de ello—, o las víctimas de políticos atacadas con ácido en su rostro.
Ninguno de los políticos de campaña ha buscado como desagravio a aquella candidata que el hoy secretario de gobierno morenista en Edomex, Horacio Duarte, mandó secuestrar por sicarios de Tejupilco, como fue publicado y nunca desmentido; ¿se han reunido acaso con las víctimas de Andrés Roemer, el amigo de poderosos que todavía no extraditan de Israel? ¿A quién le preocupan las ancianas campesinas sin pensión porque no tienen acta de nacimiento? A nadie les quita el sueño las mujeres pobres a quienes despojó el gobierno de López Obrador de los comedores comunitarios para que sus hijos no pasaran hambre, en la grave circunstancia además de que, según cifras oficiales, hay 7 millones de mexicanos que ya pasaron a la pobreza extrema, la que significa estómagos vacíos, lo que produce daños especialmente a los niños; ¿se imaginan acaso la desesperación de esas madres?
No soy feminista, pero entre la tragedia de las mujeres en México y la sociedad del espectáculo y la vigencia de la propaganda presidencialista, sé de qué lado debo estar. Quizás Xóchitl Gálvez decida ser otra vez disrruptiva y sin miedo al presidente y a los contrincantes electorales que ella tiene, decida romper con la campaña electoral que los políticos y sus publicistas nos tienen preparada, para provocar que la realidad irrumpa en el próximo proceso electoral y rompa el falso encantamiento de las masas y así se convierta en una líder de nuestra posible liberación.
Necesitamos poner en crisis a la sociedad del espectáculo y la propaganda gubernamental, para que podamos superar y salvarnos de la trágica crisis que nos quieren ocultar. Quizás encontremos así un mejor destino histórico como país.
Las opiniones expresadas en este artículo son las del autor y no reflejan necesariamente los puntos de vista de The Epoch Times.
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